Después de sesenta años de
silencio y terror, habló, contó, denunció la masacre.
Se lo puede ver en “Octubre Pilagá”, el documental de Valeria
Mapelman. Allí también están muchos otros sobrevivientes. Hoy casi todos
muertos. Que, al igual que Melitón, se murieron sin justicia.
En octubre de 1947, el Estado Nacional asesinó a cientos de
pilagás en La Bomba, Las Lomitas, Formosa. Desde el aire -con un avión que
tenía acoplada una ametralladora- y por tierra, durante varios días,
persiguiéndolos por la zona de Las Lomitas. Todos -criollos e indígenas- se
acuerdan de la crueldad de la matanza que incluyó violaciones de mujeres y
muertes de niños. Todavía se encuentran las fosas comunes donde los cuerpos
fueron tirados, apilados y quemados.
En ese entonces, Melitón tenía doce años. Logró sobrevivir.
Su hermana fue asesinada.
El Estado nunca reconoció la masacre. Invisibilizó y ocultó.
Primero asesinó a las personas y luego intentó borrar la memoria pilagá. Doble
forma de matar.
Así se constituyó el genocidio indígena en la historia
argentina: matando y ocultando. Borrando las muertes de la historia e
intentando silenciar la memoria colectiva. La Masacre de Rincón Bomba no se
enseña en las escuelas. Ni en Buenos Aires, ni en Formosa, ni en ningún lado.
Pero los abuelos y abuelas pilagás recuerdan y cuentan. Solo hay que ir y
preguntarles. Visitar el pequeño Museo de la Memoria que construyó la comunidad
en ese lugar hace dos años con diversas fotografías y documentos. O
simplemente, mover un poco el polvo superficial de las fosas donde están
enterrados las decenas de muertos.
A los pocos días de lograr escapar, Melitón y su familia
fueron capturados por los gendarmes y enviados a trabajar en condiciones de
semiesclavitud en la Reducción Estatal para Indígenas Francisco Muñiz
(Formosa). Allí eran controlados por la Gendarmería Nacional.
Las reducciones estatales para indígenas fueron espacios
concentracionarios de personas que funcionaron entre 1911 y 1956 en las
provincias de Chaco y Formosa. Además de Muñiz, existieron Napalpí y Bartolomé
de las Casas. Hubo momentos en que estuvieron reducidas más de cinco mil
personas de las etnias mocoví, qom, pilagá y wichi.
Por la masacre de Rincón Bomba hay un juicio que iniciado en
2005 que se encuentra inmovilizado. Los ancianos sobrevivientes reclaman desde
hace años ser informados del estado de la causa. Pero nadie va a contarles.
Melitón nos repetía una y otra vez que quería saber en qué
instancia estaba el juicio. Y se murió sin saberlo. Y se murió sin justicia. El
Estado en toda su magnitud y complejidad es responsable del no avance del juicio
por la Masacre de Rincón Bomba.
Las varas utilizadas para medir las masacres no son las
mismas. El genocidio sobre los pueblos originarios no logra ser reconocido,
como sí sucede con lo ocurrido durante el “Proceso de Reorganización Nacional”.
Las campañas al desierto, los asesinatos masivos de personas ocurridos en
Napalpí y Rincón Bomba en sendos gobiernos democráticos; no valen lo mismo que
los vuelos de la muerte. La historia de Melitón no parece valer lo mismo que la
de un militante de los setenta. Como no vale lo mismo un legítimo reclamo
obrero o estudiantil que el acampe indígena que se está realizando en la
Avenida 9 de Julio de la Ciudad de Buenos Aires, del que casi nadie habla ni
muestra.
Y de eso debemos hacernos cargo como sociedad. Ya no alcanza
con decir “yo no conocía esa historia”, “yo no sabía nada”. Los pueblos
originarios están a lo largo y ancho de todo el país, en el campo, en la
ciudad. Sus voces están en radios, en luchas, en libros. No escucharlos es una
elección, es una decisión.
No son esos “otros bárbaros y salvajes” que creó la
historiografía oficial. No han sido exterminados. Son decenas de pueblos que
cohabitan este territorio con sus culturas, con sus lenguas.
Seguir considerándolos, de manera peyorativa, como “otros”,
como “ciudadanos de segunda”, es lo que ha permitido que el Estado ejerciera su
función de “dejar morir” sin justicia.
Todavía quedan unos pocos sobrevivientes de la Masacre de
Rincón Bomba. Son muy ancianos. El tiempo no sobra.
Melitón, a pesar de todo lo que vivió, era un tipo con una
gran sonrisa que a los ochenta y tantos todavía andaba en bicicleta por
Lomitas. Me lo acuerdo hace un tiempo atrás en su casa, conversando debajo de
un árbol. Irupé, mi hija de apenas dos años en ese momento, corría entre sus
gallinas.
Ella hace poquito se acordaba de Melitón. Yo también ahora.
Llorando de bronca. Sin saber qué hacer más que pedir justicia, escribir estas
palabras y recomendar “Octubre Pilagá”. Allí habla Melitón y los otros
sobrevivientes. Allí nos cuentan que pasó en ese octubre de 1947. Allí también
nos enseñan de la enorme valentía que hay que tener para hablar y contar a
pesar del terror y el dolor. Allí también podemos seguir viendo hablar a
Melitón, a Setkoki´en. Y allí seguirá hablando hasta que se haga justicia.
Texto: Marcelo Musante, sociólogo, integrante de la Red de
Investigadores en Genocidio y Política Indígena en Argentina.
Imagen: Melitón Domínguez (Setkoki´en), entrevistado en su
casa, Ayo La Bomba, 2013. (Foto Luciana Mignoli).
Fuente Argentina Indimedia
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