Juan Pablo
Parrilla
Por: Juan Pablo
Parrilla jparrilla@infobae.com
Revela por
primera vez los casos de violación y maltrato físico y psicológico que
sufrieron las mujeres que participaron del conflicto bélico, cuyas historias
fueron silenciadas y olvidadas. La mayoría de las víctimas eran menores de
edad. Sus testimonios.
Ya no son
invisibles. La última dictadura militar y los sucesivos gobiernos democráticos
sepultaron la historia de las mujeres que participaron de la Guerra de
Malvinas, pero un libro las sacó del letargo. Su publicación animó a muchas a
contar parte de lo que desencadenó pesadillas, estrés postraumáticos y
adicciones: los abusos a los que fueron sometidas. Las violaciones, las
golpizas y el maltrato psicológico que sufrieron. Infobae revela por primera
vez algunos testimonios del horror durante el horror.
"Lo que más
me costó entender es que ellas creían que estaba bien, que se lo tenían que bancar",
confiesa en una entrevista con Infobae Alicia Panero, cuyo libro Mujeres
Invisibles recuperó la silenciada historia de las mujeres que participaron de
la Guerra de Malvinas.
El libro,
publicado el año pasado, no trata el tema de los abusos, porque sencillamente
no se sabía que habían ocurrido. "Me decían que habían vivido cosas feas,
pero yo me imaginaba cuestiones propias de la guerra y de la época",
explica Panero. Pero en marzo de este año una de las víctimas por primera vez
contó que la acosaron sexualmente. No buscaba un reconocimiento, sino liberar
un recuerdo hasta entonces reprimido. Y con el tiempo aparecieron más.
Hasta ahora se
conocen seis casos de abuso sexual, físico y psicológico, y se presume de un
séptimo. Todas eran aspirantes de entre 17 y 21 años que habían ingresado a la
Marina como estudiantes de enfermería, que se desempeñaban en la Escuela de
Sanidad del Hospital Naval de Puerto Belgrano y que atendieron a los heridos
durante la Guerra de Malvinas. Y todas apuntan contra dos superiores: el
teniente José Italia y el suboficial José Vivanco.
Claudia Patricia
Lorenzini fue la primera en contar su dolor, luego de recuperarse de una
adicción de dos décadas al alcohol. Con sólo 15 años, había ingresado en 1981 a
la Armada en el marco de un curso no tradicional para mujeres de quinto año del
secundario con experiencia en enfermería en el ámbito civil. Viajó al sur desde
La Plata junto a otras tres adolescentes.
"'Aspirante
Lorenzini, venga, vamos a ir a que se pruebe su uniforme de gala', me decía (el
teniente Italia). Y yo me subía a su cupé Fiat celeste. 'Vos me gustas. Yo te
voy ayudar, pero no tenés que decir nada a nadie porque te puede costar la
baja. Además no te creerían', me advertía. Y sus manos comenzaban a meterse
debajo de mi chaqueta de fajina. Luego me besaba, y llevaba mi mano a su
miembro, mientras acariciaba mis entrepiernas. Sucedió muchas veces",
recuerda.
"Para mí
era parte de la instrucción. ¿Mis sentimientos? No sé, parecía un juego, pero
puedo aseverar que me causaba temor. Cada vez que él aparecía me producía un
gran malestar, me irritaba su presencia. Mis manos se abrían y cerraban con
mucha transpiración, me mordía los labios. Cuando comenzó la guerra solía verme
con él, pero con menos frecuencia. Me ha llevado al (buque hospital) Bahía
Paraíso a mí sola para trasladar algo, y de paso aprovechaba", añade.
El tiempo pasó.
Pero como Patricia "no aguantaba más", decidió detallarle su martirio
a otra aspirante que era un poco mayor, quien a su vez le contó a otra
compañera. La historia, al parecer, escaló. Y un día la mandaron a llamar sus
superiores.
"Había unos
cuantos hombres con jinetas importantes. Me parece que estaba el director de la
Escuela de Sanidad Naval, (Ricardo) Arieu. Me preguntaron si era cierto lo del
teniente Italia y les dije que sí. Estaba re asustada. Me preguntaron quién más
lo sabía y les dije que (la aspirante tucumana) Marcela Baldiviezo. Me
preguntaron cómo se dieron los hechos y les conté. También les dije que tenía
todo escrito en mi diario íntimo. Me lo confiscaron y mandaron a buscar a
Baldiviezo. Me hicieron salir y al rato me llamaron. Me dijeron: 'Usted va a
ser dada de baja de esta institución. El motivo que va a decir es que extraña
mucho a su mamá'", señala Patricia. Y por supuesto, la amenazaron.
"Ojo con contarle esto a alguien, ni a su madre, o con contar lo que vio
con respecto a los heridos o a los simulacros. Recuerde que sabemos dónde están
sus familiares, qué hacen y dónde trabajan. También recuerde que el servicio de
contrainteligencia va a estar permanentemente detrás suyo. Bueno, ahora firme
estos papeles", le sugirieron.
Claudia Patricia
Lorenzini.
Otros tres casos
de abuso sexual que se conocen hasta ahora, aunque sus víctimas no quieren que
trasciendan sus nombres porque ni sus parejas saben lo que padecieron. Una de
ellas tenía 19 años. Al igual que el resto, culpa a Italia y a Vivanco. Pero
aclara: "Es una pesadilla que me llevaré a la tumba. Prefiero olvidar y
tratar de pasar lo mejor posible lo poco o mucho que me queda de vida".
Su testimonio
también es desgarrador. "A mí me cagaron la vida", sentencia.
"Me vejaron y violaron en la habitación donde se guardaban las valijas y
los bolsos que teníamos cuando ingresamos, pagado al baño", recuerda. La
pesadilla duró unos meses, hasta que pidió la baja.
Hay otro caso
que se sospecha, pero que difícilmente pueda ser probado, ya que la víctima
falleció. Sin embargo, sus compañeras creen que fue abusada. "Italia la
volvió loca, hasta que terminó pidiendo la baja", comentan. A su vez,
Alicia Panero cree que deben haber más, pero que todavía no se animaron a
contarlo. "La mayoría, hasta ahora, me buscaron a mí, porque hice el
libro. Pero cada una tiene sus tiempos", precisa.
La Fundación
para el Desarrollo de Políticas Sustentables está trabajando en una presentación
integral ante el Gobierno. "Se podría hacer una denuncia penal, pero al
margen de que habría que buscar testigos y obligar a las víctimas a revivir
todo, sería muy difícil de comprobar un delito, si es que no está prescripto.
Pero por lo menos esperamos que haya un reconocimiento, porque el Estado tenía
la tutela de estas chicas que fueron abusadas", reflexiona Panero.
"Queremos
que se investigue el tema –insiste–, porque la mayoría de las chicas eran
menores de edad y el Estado estaba a cargo de ellas. Aun así, primero las
sometió al trabajo con heridos de guerra sin las herramientas necesarias y
después padecieron el maltrato, la violencia psicológica y sexual, la violencia
de la institución. Y encima nunca las reconocieron por lo que hicieron. Es raro
que ningún organismo de derechos humanos haya pedido algún informe sobre
esto".
El sometimiento
no fue sólo sexual. También hubo maltratos físicos y psicológicos. Uno de los
testimonios que incluirá la presentación de Fundeps es el de Nancy Susana Stancato,
que junto a Patricia se sumó al grupo desde La Plata, también con escasos 17
años. Una publicidad televisiva la motivó a estudiar enfermería. "Soñaba
con ingresar a la Armada para escapar del control de mis padres. Nunca imaginé
lo que estaba por vivir", repasa.
Una frase la
acompañó durante todo el "periodo selectivo preliminar" o PSP:
"Queremos mujeres militares, no muñecas vestidas de uniforme". Fue lo
primero que escuchó cuando llegó a Puerto Belgrano en medio de una lluvia feroz
que recuerdan todas las aspirantes.
La historia de
Nancy podría ser la de cualquiera de los conscriptos a los que les pagaron su
esfuerzo con humillaciones y olvido. Hace poco le preguntaron si alguna vez la
habían maltratado y lo negó. "En esa época no había derechos del menor,
violencia de género y demás. Hoy, 33 años después, me doy cuenta de que
sí", revierte. Y apunta tres casos puntuales. "Si bien ni me quejo de
la instrucción militar, puedo recordar muy bien que por saludar con la muñeca
doblada mi instructor me pegó con una tabla, lo que me causó una fisura. Estuve
un tiempo con una férula y vendaje. En otra oportunidad, estando de imaginaria
en la puerta del alojamiento, en vez de saludar como nos habían enseñado
('Buenas tardes, suboficial, Nancy Stancato, aspirante naval de primer año, rol
117'), sólo dije 'Buenas tardes, suboficial', y ante mi saludo, el suboficial
me dio una trompada en el pecho que dejó marcada por varios días un rosario que
me habían regalado. También recuerdo que me quejaba porque me dolía la cabeza y
yo decía que era porque extrañaba el mate, hasta que un día, la misma persona
me llenó la boca de yerba con una cuchara y me dejó en posición de firme por
mucho tiempo. Y fui testigo de patadas por hacer mal las lagartijas o por
rendirse por no poder más".
Luego llegó la
guerra. Todas señalan lo mismo. Primero, antes de que empiecen las batallas,
llegaron los primeros soldados del frente con pie de trinchera. Después,
arribaron los sobrevivientes del crucero General Belgrano. Y sobre el final,
los chicos desgarbados, desnutridos, arruinados. "Son tantas las cosas que
no recuerdo y las que recuerdo y no quiero, como los gritos, los llantos de los
amputados, los 'me quiero morir', 'no quiero volver así a mi casa', 'no quiero
ser una carga para mi familia', los llantos silenciosos, las miradas sin
vida", repasa Nancy en su crudo relato.
Su baja fue tan
denigrante como la de Patricia y también por motivos que nada tuvieron que ver
con su desempeño. Fue a principios de 1983, supuestamente por robar yerba y
azúcar del cuartel. La realidad era otra. Había cometido un pecado capital en
el mundo castrense: cuestionar. La acusaron de traición a la patria y la
amenazaron con matarla y hacer desaparecer a sus padres.
Hace mucho
tiempo lo narró en una entrevista. Indicó: "Había unos containers de los
que se bajaba un montón de ropa, golosinas y cigarrillos que habían sido
donados. Yo pregunté por qué no estaban en las islas y me dijeron que allá no
eran necesarios. Pero cuando empecé a recibir a los chicos, vi el grado de
desnutrición que tenían. Eran piel y hueso. Hasta se peleaban por una
galletita. Todo eso hizo un crack en mi cabeza y lo comenté. Protesté, insulté,
pero en mi alojamiento, entre aspirantes y cabos. Nunca a un superior. Igual me
llevaron al director Arieu, junto con otras personas que ni me acuerdo, y me
dijeron que cometí traición a la patria y que iban a pensar si me hacían una
corte marcial y que me podían fusilar. Me dio mucho miedo. En esa época,
además, desaparecía gente. ¡Y yo tenía 18 años recién cumplidos! Así que
después de 3 días me prohibieron hablar de esto. Y se dejó correr la voz de que
robé yerba y azúcar, algo que era muy común. Después me volvieron a llamar, me
dijeron que no me iban a fusilar, me hicieron firmar un montón de papeles y me
dijeron que si hablaba de Malvinas, mis viejos iban a desaparecer. Nunca más
hablé de la guerra".
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