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Posted: 07 Nov 2014 10:14 AM PST
Alemania, (Muro de Berlín), 7 Nov. 2014 (Télam).- Cuando el 9 de noviembre de 1989 Gunter Schabowski,
portavoz del gobierno de la República Democrática Alemana (RDA)
pronunció la frase “ahora, de inmediato”, en respuesta a un periodista
sobre la vigencia de una nueva normativa para que los alemanes del Este
pudieran viajar a Occidente, se desató uno de los momentos clave de la
historia del siglo XX: la caída del Muro de Berlín.
Eran
las 20 y toda Alemania estaba clavada frente a los televisores o
escuchando la radio. El punto de quiebre fue el título catástrofe del
noticiero Tagesschau, el más visto: “La RDA abre la frontera”.
Esa
noche, el pulso de Alemania y del mundo se detuvo para pasar luego a
una explosión de júbilo. Aunque en los primeros momentos hubo dudas,
desconfianza sobre las intenciones del gobierno, rápidamente miles de
berlineses de Este se presentaron en los puestos de control para exigir
pasar “al otro lado”.
En esos momentos de confusión y
entusiasmo, ni las tropas de control de fronteras ni los funcionarios
del ministerio encargados de regular la nueva disposición estaban
informados. Es que Schabowski había cometido un error, quizás una mala
pasada de su inconsciente: la medida debía comenzar a ejecutarse 24
horas después.
De todas maneras, aún sin una orden
concreta, sólo bajo la presión de la gente, el punto de control de
Bornholmerstrase fue el primero en abrirse a las 23, seguido de otros
pasos tanto en Berlín como a lo largo de la frontera con la entonces
República Federal Alemana (RFA).
En
muchos casos los ciudadanos de la RDA, verdaderas muchedumbres cuyo
volumen se acrecentó al paso de las horas, con picos y martillos
emprendieron la destrucción del Muro para pasar al Oeste sin esperar que
los policías levantaran las vallas.
La historia registró que el fotógrafo
Aram Radomski y el defensor de los derechos humanos Siegbert Schefke
fueron los primeros berlineses del Este en cruzar hacia el ansiado
Oeste.
Como el resto de sus conciudadanos
contribuyeron a poner punto final a la llamada Guerra Fría –hallazgo
semántico del siempre agudo ex primer ministro británico Winston
Churchill- sin un solo disparo de armas de fuego.
“Donde
crece el peligro crece la salvación”, escribió el poeta alemán de fines
del siglo XVIII Friedrich Holderlin, algo que muchos de sus
compatriotas habrán tomado como consigna desde que en la noche del 12 de
agosto de 1961 se consumó la división del país al comenzar la
construcción del también llamado Muro de la vergüenza.
En
breve, el Muro fue una construcción de cemento e hierro de cinco metros
de altura, coronado con alambre de púas y torretas de vigilancia, nidos
de ametralladoras y campos minados.
Llegó a ser un complejo sistema de vigilancia que incluyó vallas electrificadas y que se extendió a lo largo de 155 kilómetros.
Paralelo
al Muro estaba la “franja de la muerte”, llamada así porque estaba
integrada por un foso, una alambrada, una carretera por la que
patrullaban permanentemente vehículos militares de vigilancia, sistemas
de alarma y patrullas con perros. En este caso, la dotación no era
menor: llego a contar con más de mil ejemplares de ovejero alemán. Todo
funcionando las 24 horas del día.
Durante esos 28 años, aproximadamente
cinco mil personas consiguieron cruzar al lado occidental. Otros tantos
fueron capturados, muchos heridos, y no menos de 190 murieron en el
intento, aunque la cifra exacta nunca pudo ser determinada.
En los meses previos a los
acontecimientos del 9 de noviembre, varias decenas de miles de alemanes
del Este habían huido del país hacia Hungría, y luego hacia Austria para
llegar finalmente al territorio de la RFA, utilizando como cobertura su
visado como turista.
Paralelamente, grandes manifestaciones
pacíficas reclamando libertades políticas y democracia se sucedieron en
varias ciudades, con Leipzig como estandarte.
La
llegada de Mijail Gorbachov a la poltrona del Kremlin, en 1985,
iniciando una política de apertura al ritmo de la glasnot
(transparencia) y la perestroika (reestructuración) completó el círculo
de hierro que provocó la caída del Muro y del régimen.
Hubo
una frase pronunciada por los berlineses del Oeste que quedó grabada en
muchos de los corazones de sus vecinos del Este al ser recibidos al
otro lado del Muro, en esa jornada primero tensa, luego apoteótica, sin
duda histórica, en muchos casos con una cerveza que acompañaba el
consabido abrazo: “Estamos felices que hayan regresado a casa”.
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