El chamamé, de luto: se cumplen 25 años de la tragedia
de Bella Vista
El 8 de septiembre de 1989, un colectivo con jóvenes
chamameceros cayó al río Paraná de manera increíble. Zitto Segovia, Johnny
Berh, los hermanos Michel y Gringo Sheridan, Carlos Paniagua y Yacaré Aguirre
se ahogaron con los dos choferes.
Hoy se cumplen 25 años de la tragedia de Bella Vista y se la
recordará con honores para las ocho personas que murieron ahogadas en el río
Paraná. El accidente ocurrió el 8 de septiembre de 1989 y conmocionó al país.
Entre las víctimas había cinco de los músicos chamameceros más prometedores de
fines de los 80 y Zitto Segovia, el más recordado y hoy transformado en mártir
por toda la cultura litoraleña. También murieron los dos choferes del colectivo
que se desbarrancó.
El accidente
Todo comenzó –según los testimonios– con un sueño: viajar a
Niza (Francia) a participar de un festival folclórico internacional. De allí
pretendían viajar hasta España para reunirse con uno de los guitarristas de
Alfredo Zitarrosa y radicarse en Europa.
“La delegación” estaba conformada por Zitto Segovia, Johnny
Berh, Carlos Chango Paniagua, Daniel Yacaré Aguirre, los hermanos Miguel Ángel
Michel y Joaquín Sheridan, Carlos Miño, César González, Ricardo Scófano,
Ricardo Tito Gómez y Cacho Espínola.
Zitto Segovia era cantautor de la “nueva trova” del Chaco.
Entendidos le adjudicaban por esos tiempos un estilo “renovador” y un futuro
prometedor. Johnny Berh, percusionista de Zitto, también formaba parte de aquel
sueño de llegar a Francia. “Aportaba la rítmica precisa para el inédito
repertorio de Segovia en sus chamamés-candombes y charandas que exhumara con
gran aceptación popular”, dicen las crónicas. Ambos murieron.
Los hermanos Gringo y Michel Sheridan se habían unido a otro
de sus hermanos, el Bocha (Santiago) y a Ricardo Tito Gómez. Los cuatro
formaron un conjunto denominado “Reencuentro”. En el momento de la tragedia, el
cuarteto chamamecero estaba gozando del aplauso que merecieron algunos de sus
primeros trabajos discográficos. Su repertorio fue calificado como “muy personal”
y ensamblaban acordes y arreglos instrumentales y creativos del Gringo y de
Tito, con las voces de Michel y Bocha. El Gringo y Michel murieron.
Leónidas Chango Paniagua estaba en el Trío Corrientes, con
Ricardo Scófano y Oscar Espíndola. Estos dos últimos salvaron milagrosamente
sus vidas de las torrentosas aguas, pero no así Paniagua.
El mítico Yacaré Aguirre, recitador y presentador de
conjuntos chamameceros que había iniciado sus actividades dentro de la música
junto a Tránsito Cocomarola, fue el sexto chamamecero muerto 18 septiembres
atrás.
Del trágico accidente logran salvar sus vidas Miño,
González, Scófano, Tito Gómez y Espínola. Zitto, Johnny Berh, Paniagua, Yacaré
Aguirre y los hermanos Sheridan tuvieron otro destino: la inmortalidad.
Señales de muerte
Los relatos sobre la tragedia aseguran que la delegación
tuvo un fuerte revés por parte de un funcionario del gobierno correntino y no
pudo participar de un festival donde pretendía difundir su música. En ese
momento, decidieron realizar una gira por distintas localidades del Nordeste.
Primera señal.
Una presentación de esta gira se realizó en el Teatro Juan
de Vera, en la capital correntina. Para el viernes 8 de septiembre de 1989
estaba programada la segunda presentación en Bella Vista. Ésta nunca llegó a
realizarse.
Es que ya en Bella Vista los chamameceros realizaban una
prueba de sonido en el club donde sería el recital. En ese momento, Yacaré
Aguirre habría coordinado una entrevista con un programa radial del conocido
radio-cable de la ciudad. Segunda señal. Parte de los músicos y el presentador
fueron a la entrevista periodística con la idea de volver a las 18 para el
ensayo general.
Después de un programa ameno en el radio-cable, que de tan
ameno se extendió más de los esperado, a las 19.30 de aquel viernes, Zitto,
Johnny Berh, los Sheridan, Paniagua, Yacaré Aguirre, Miño, González, Scófano,
Tito Gómez y Espínola volvieron a subir al colectivo junto a los dos choferes.
Estaban llegando tarde al ensayo.
Cuando llegan a la primera esquina e intentan doblar, una
camioneta mal estacionada obliga al chofer del colectivo a girar bruscamente
quedando la trompa del transporte apuntando hacia el río. Tercera señal.
Consciente de la pendiente, el chofer “tranca” una rueda
contra un cordón e intenta dar marcha atrás al viejo Aklo (marca del colectivo)
de procedencia inglesa. Pese a acelerar a fondo el motor no consiguió mover el
trasto. Cuarta señal.
Ante los intentos fallidos y la premura de los músicos,
Ricardo Scófano, que había nacido en Bella Vista y conocía la zona, le dijo al
conductor: “Esta porquería no va a subir marcha atrás, más vale que des la
vuelta por abajo y salimos por otra calle. Como la tarde había oscurecido y la
visión sólo llegaba hasta donde llegaba la luz de los faros, el chofer, que a
diferencia de Scófano no conocía la ciudad, no pudo notar que al final de esa
bajada estaba el Paraná y accedió al pedido. Quinta señal.
El recorrido final
No bien el neumático zafó del cordón que frenaba al
colectivo, éste empezó a andar la bajada. A medida que las ruedas completaban
un giro, la aceleración aumentaba. Después de unos cuantos metros, la velocidad
ya era de más de 100
kilómetros por hora, según determinaron los peritajes.
En la primera curva, el colectivo ya estaba totalmente fuera
de control, hamacándose sobre sus costados, quedando sostenido primero por las
dos ruedas derechas y después por las izquierdas, según recordaron los
sobrevivientes. “Los frenos no funcionan”, gritó el chofer, sin saber cómo
detener la marcha mortal y con un coro de desgarradores gritos detrás.
Fueron 300 los metros que recorrió el colectivo. El último
grito que se escuchó fue el de Scófano: “¡¡¡Guarda que nos vamos al agua!!!”.
En los últimos metros, las dos ruedas golpean el cordón de la costanera y el
tren delantero del Aklo se despegó del suelo y volteó una palmera, las ruedas
traseras derribaron la baranda provocando un estampido… después fue todo
silencio.
Dentro del colectivo suspendido en el aire, los relatos de
los sobrevivientes aseguran que Zitto Segovia, sentado en el apoyabrazos de
unos de los asientos del pasillo aturdió: “Jesús, yo no sé nada”.
Carlos Miño abrió en el aire una de las ventanilla previendo
una vía de escape. La altura que verticalmente separó el punto en que el micro
abandonó la bajada de la superficie del agua era de aproximadamente 15 metros .
El colectivo se inclinó hacia delante por el peso del motor.
Cuando impactó a unos 30
metros de la costa por el impulso que traía de la
bajada, estalló el parabrisas irrumpiendo violentamente el agua al interior,
impidiendo a los choferes despegarse de sus asientos. Hacía mucho frío, razón
por la cual todos iban abrigados con camperas y todas las ventanillas cerradas.
Todos condimentos que fueron mortales.
Llanto sobreviviente
Carlos Miño habría logrado salir por la ventanilla y detrás
de él fue Tito Gómez. Éste tardó más en salir porque no veía nada ya que había
perdido sus anteojos. Recién cuando el colectivo tocó el fondo del río logró
despegarse del chasis y emergió a la superficie, exhausto de bracear.
“En plena oscuridad no alcanzaba a visualizar ningún punto
de referencia más allá de escuchar los gritos de sus compañeros de infortunio
pidiendo auxilio. El río estaba encrespado esa noche, la corriente del canal lo
arrastraba rápidamente río abajo y comenzó también su pedido de ‘socorro’,
‘auxilio’”, cuenta un relato sobre la tragedia. Un pescador escuchó esos gritos
y corrió por la costanera hasta el lugar en que el Paraná lo llevaba
inexorablemente hacia la muerte. “¡Vení nadando para acá!”, le gritó. “No sé
nadar”, fue la respuesta de Gómez.
El pescador le arrojó un salvavidas y con esa ayuda alcanzó
la costa. “Dios lo apartó del infortunado destino que corrieron los ocho
ahogados”, aseguran los que conocen la historia.
Ya en la costa, solo, perdido y en estado de shock… lloraba.
De pronto, escuchó una voz que le gritaba “¡Tito, Tito!”. En sus ojos nublados
se fue aclarando la figura de Ricardo Scófano. Se abrazaron y lloraron a los
pies del Paraná que parecía impune.
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