Por Alberto
Kornblihtt *
Murió Viglietti. Murió Mercedes Sosa. Murieron Galeano y
Fidel, y hace tiempo había muerto el Che. Murieron 30.000. Murió Santiago
Maldonado.
Víctor Jara, Violeta Parra, Salvador Allende y Neruda están
muertos en Chile. Murieron Hugo Chávez y Kirchner. Las madres y abuelas se irán
muriendo de viejas.
Serrat y Les Luthiers se reciclaron. Muchos, quizás la
mayoría, se reciclaron. Yo no me reciclo, tú no te reciclas, él, ella y ellos
se reciclan.
Vivimos tiempos de negación; tiempos de empresarios y de
cínicos, de emprendedores exitosos. Tiempos de democracia dolorosa.
No son tiempos de generales como los de antes, villanos
fácilmente identificables. Vienen a escarmentarnos, a quitarnos la épica. No
sólo la contemporánea sino también la más lejana, la de los héroes escolares
que habrían tenido culpa de ser revolucionarios. Tiempos de desgrasar de
militancia, de campañas del desierto educativas. Tiempos de delación y de
afirmaciones incomprobables emitidas con igual fuerza que las comprobadas. De
invocaciones impúdicas a cadáveres congelados, de desfiles descarados de
carapintadas. Tiempos de banalidad televisiva, de discursos presidenciales
epidérmicos que degradan la política. De detenciones ilegales, de linchamientos
mediáticos, de simulación de disturbios para justificar represiones. Tiempos en
que muchos nos miran como a bichos raros que añoramos un pasado que no debe
volver o que procuramos un futuro que, por rescatar ese pasado, no puede tener
lugar. Tiempos de gatopardismo explícito, en que conservadores se reúnen en un
partido con nombre de cambio, para no cambiar nada que no sea retroceder.
Tiempos que buscan monocordia.
El voto popular ha elegido una Argentina atendida por su
dueños, un país-empresa donde los patrones prometen gobernarnos en equipo, con
piedad y condescendencia festiva, siempre que aumenten sus enormes privilegios.
Y quien no acepte la conciliación de clases es culpable de ahondar una grieta
que daña el entusiasmo y el optimismo necesarios para adormecer conciencias.
En estos tiempos sucios, no nos queda otra cosa que hacer lo
que nos enseñó la historia y nos cantó
el uruguayo Daniel: ayúdeme compañero; ayúdeme, no demore, que una gota con ser
poco con otra se hace aguacero.
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