Soy nada más que un cura de pueblo y de barrio. Quizás el dato más importante de mi curriculum sea el tan vulgar de “haber vivido mucho”. Ser viejo. Tanto como ochenta y ocho años.
Tengo conciencia de haber equivocado mis opciones políticas, después de egresar del seminario que me formó (o me deformó) privándome, como a muchos jóvenes de mi tiempo, de toda información y criterio de juicio en “política grande”, esa que se compromete con el bien de la sociedad.
Después de esos primeros años, la mayor parte de mi vida la dediqué a descubrir y utilizar la riqueza liberadora del ministerio sacerdotal.
Denuncié las hipocresías de la iglesia institucional y la represión social en todas las épocas dictatoriales, así como el genocidio de la última, que se llevó a lo profundo del mar o a las tumbas comunes de los cementerios a muchos jóvenes de mi entorno. Viví así la persecución, las amenazas y el exilio. Son nada más que tres palabras. Cada una encierra su contenido especial.
Pero así y todo, uno de tantos, no quiero dejar de decirle públicamente unas cuantas verdades, encerradas en un sincero señora Presidenta, ¡Muchas Gracias!
Por la valentía con que supo aguantar tantos insultos denigrantes y guasos; tantas tramoyas engañosas armadas por una oposición que contó con el apoyo cómplice de las empresas periodísticas monopólicas y extranjerizantes.
Porque nos ha dejado un ejemplo, en cada uno de sus discursos, de la inteligencia de una estadista ansiosa de hacer bien a su pueblo. También por conocer al dedillo, en profundidad y detalles, cada asunto que debía resolver, cada propuesta o realización para buscar el bien común.
Por la dignidad con que ha aceptado el pronunciamiento democrático de las urnas que, al margen de negarle la mayoría, mostraron el reconocimiento agradecido de la otra mitad el pueblo argentino.
Porque nos deja una Nación encumbrada como ejemplo en el mundo:
– por la defensa de los derechos humanos, con la justicia memoriosa encarcelando a los genocidas;
– por la resistencia ante los fondos buitres internacionales, con la mano extendida hacia la Patria grande y el bloque latinoamericano;
– por el cuidado casi extremo de no ejercer represión en manifestaciones de protesta o disconformidad, con frecuencia instrumentadas en base a proyectos destituyentes o con anuncios paranoicos de desastres que nunca se cumplieron;
– por el silencio o la sonrisa prescindente, ante las claras ofensas de los periodistas “maleducados” y engordados por los medios dominantes;
– por los intentos repetidos y logros conseguidos en “ inclusión social”, teniendo en cuenta a los más desprotegidos.
– por el nivel excepcional de su personalidad, convocada a presencia activa en la mayoría de las reuniones internacionales más importantes;
– por la promoción de la investigación científica, de la educación y el favorecimiento constante del arte, el deporte y la cultura;
– por la presentación y promulgación de leyes de igualizacion en derechos individuales y sociales, novedosas en el mundo;
– por su fe en la juventud y el esfuerzo de empoderarla en la lucha por la verdad y la justicia social.
Porque, incluso económicamente, en un clima de crisis mundial del capitalismo globalizado, nos deja un país tranquilo y luchador. Un país que no ha cedido ante decisiones antihumanitarias, como la negativa de hospitalidad a los inmigrantes o expulsión racista y discriminante.
Porque usted ha mantenido muy firme el concepto de que la dependencia económica y las “relaciones carnales” nos convierten en colonia norteamericana, dominados por el FMI y otros organismos internacionales que “encarnan” los intereses del Norte.
Porque a pesar del contexto “machista” que prevalece especialmente en la oligarquía agrícolo-ganadera, ha demostrado de manera indiscutible la capacidad femenina para las misiones más difíciles y ha producido una verdadera revolución en el rechazo del predomino masculino y la violencia de género.
Por todo eso y muchas otras cosas que todos constatamos, señora presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en mi nombre y el de muchos.
¡¡¡GRACIAS!!!
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