Todas las voces y músicas de la Patria Grande

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jueves, 29 de marzo de 2018

29 de marzo de 1962: el fin de una ilusión


Hasta su derrocamiento, Arturo Frondizi gobernó poco menos de mil quinientos días. Durante su agitada Presidencia soportó nada menos que treinta y cuatro planteos militares. Fue desalojado y preso, pero nunca renunció.

Los planteos eran la reafirmación de que, desde el triunfo de la llamada “Revolución Libertadora”, había un poder detrás del gobierno, el de las Fuerzas Armadas. Su caída, por lo tanto, no causó sorpresa: la crisis institucional era notoria.

La razón era evidente: el presidente del radicalismo intransigente (la UCRI) había revocado casi todos las cuestiones programáticas que lo habían llevado al Gobierno: el acuerdo con el peronismo, la política de no alineamiento con Estados Unidos, la defensa de la enseñanza pública, un giro económico favorable al ingreso de capitales internacionales en áreas estratégicas y una política industrialista que no conformaba a los sectores agrarios más poderosos. En efecto, a principios de 1958, tras un pacto secreto con Perón −el justicialismo estaba proscripto−, el "líder" había dado la orden de que su movimiento votara por Frondizi. Sin embargo, el nuevo Gobierno tomó medidas que lo enfrentaron abiertamente con el peronismo.

Félix Luna cuenta que, en los días previos a su caída, el contraalmirante Gastón Clement había elevado uno de esos planteos: además de anular las recientes elecciones provinciales, según indicación de los militares, Frondizi debía “desprenderse de forma inmediata del equipo frigerista”. Algunos veían a Frondizi como un tozudo. Pero “la historia –contestó él− no se escribe así. Existía una acción psicológica que se canalizaba contra Frigerio y que respondía a muy concretos intereses económicos que se oponían a mi política”. Con su clásica lógica de hierro, concluía: “¿No cree Usted que esos intereses hubieran inventado otra cosa si yo les sacaba el pretexto?”.

Y Frondizi acertaba porque, sin duda, los sistemáticos embates contra el “equipo paralelo” –el grupo frigerista− eran algo más que tiros por elevación contra su gestión. El contraalmirante Clement, desde la cúpula militar, arremetía contra las “ideas extremistas, integracionistas” personificadas por Frigerio, sin ahorrar acusaciones de “negociados y malos manejos” y situándolo como el verdadero “inspirador de la política de Frondizi y sus errores”. En reunión del gabinete militar, Clement lanzó: “Este extremista y su equipo deben desaparecer del Gobierno. Dígale al presidente –le transmitió al subsecretario de Defensa Cáceres Monié−, que le ordene a Frigerio irse del país”.


Los últimos días de la presidencia de Frondizi eran la culminación de casi cuatro años de un Gobierno plagado de conmociones: la “batalla del petróleo”, los debates alrededor de la enseñanza –“laica o libre”− que lo enfrentaron con el mundo universitario, el “Plan de estabilización y desarrollo”, la política internacional; todos aspectos que motivaron duras polémicas y enfrentamientos políticos y gremiales.

El 18 de marzo de 1962 se realizan elecciones y la UCRI logra un importante respaldo. Sin embargo, el triunfo del peronismo −que se había presentado bajo tres denominaciones diferentes (Unión Popular, Tres Banderas y Laborista)− le permite alcanzar, en conjunto, un 32 por ciento de los votos: supera los dos millones y medio de votos y conquista siete gobernaciones. El categórico triunfo logrado en Buenos Aires con la fórmula Andrés Framini - Francisco Anglada, es el que precipita los hechos. Frondizi se compromete inicialmente a acatar el veredicto de las urnas pero la legalidad del peronismo es insoportable para las Fuerzas Armadas.

Además de la renuncia de Frigerio, los militares exigían la intervención a todas las provincias en las que hubiera triunfado el peronismo en las recientes elecciones, la proscripción total del movimiento; lanzar una cruzada contra el comunismo y elaborar un plan de represión especial.

El presidente interviene cinco provincias, introduce cambios de gabinete y busca mediaciones pero, insatisfechos, los jefes militares exigen su renuncia por medio de Pedro Aramburu, aunque no llegan a acordar el plan posterior. En la noche del sábado 24 de marzo, Frondizi le indica al secretario general de la Presidencia: “Si llegan los tres comandantes en jefe les diré que no renunciaré, ni pediré licencia de ninguna manera. Que en consecuencia será necesario un acto de fuerza para desalojarme del poder. Si ello ocurre, el Congreso, previa conversación con los diputados y senadores, y con José María Guido, deberá considerar la cesación de hecho de mi mandato. Poniendo en juego la Ley de Acefalía, debe asumir la Presidencia de la Nación el doctor Guido. Para que ello se concrete, él también deberá hacer los esfuerzos necesarios, siempre que no haya violencia sobre el pueblo o actos de fuerza contra él”.
En la tarde del 28, Frondizi dispone que la guardia de Granaderos a Caballo de la Casa de Gobierno abandone su puesto. Hombre detallista, consciente de que sus horas están contadas, elaboró un plan de salida “institucional” aunque de ningún modo se permite mancillar el honor del histórico regimiento. El no va a renunciar, de modo que si los granaderos permanecen es sus puestos, deben defender al presidente y serían aniquilados. Por el prestigio sanmartiniano es inadmisible que se rindan; además, el regimiento –tal el legado histórico− no debe participar de luchas intestinas. El 29, Frondizi marchó a prisión en la isla Martín García y su sucesor, tal lo previsto por él, fue el presidente del Senado.
Si para la clase obrera, la derrota de Perón había interrumpido, y postergado el desarrollo de una esperanza, algo similar ocurrió con la clase media respecto del frondicismo. Como Perón antes, Frondizi personificó un sueño de un país pujante, industrializado, moderno y, en su caso, además, culto, con vuelo intelectual y buena imagen en el mundo. Esa ilusión suponía que el frondicismo superaría la antinomia peronismo-antiperonismo con una propuesta inteligente y adecuada al nuevo escenario internacional. Su derrocamiento confirmó que la Argentina continuaba atravesada por una crisis de tipo estructural. La inestabilidad institucional se extenderá aun durante las siguientes dos décadas.

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