Stella Calloni habla de su libro Mujeres de fuego
“La mujer es el sostén fuerte de cualquier sociedad”
Entre las entrevistadas para su flamante libro, la escritora
y periodista eligió a “mujeres que fueron fundamentales pero estuvieron en las
sombras” como Gloria Gaitán, Fanny Edelman, Danielle Mitterrand, Nélida Piñon,
Nidia Díaz, Rigoberta Menchú y Olga Orozco, entre otras.
Por Silvina Friera
“Las mujeres tuvieron un papel fundamental en las rebeliones
antineoliberales en América latina”, afirma Stella Calloni.
Imagen: Dafne Gentinetta |
“Necesito un día de 48 horas. Si no logro escribir todo lo
que tengo, voy a andar por ahí diciendo: ‘no me dieron tiempo’”. A los 81 años,
Stella Calloni dice que vive como “una vieja adolescente, una vieja dama
indigna” que alza su voz como escritora, periodista, investigadora y
especialista en política internacional. Apenas volvió de La Habana, Cuba
–-donde participó como jurado del 58° premio literario Casa de las Américas–,
retomó la escritura de una novela sobre Francisco “Pancho” Ramírez que empezó
en 1993. Y tiene tanto material pendiente, entrevistas a muchas mujeres
olvidadas, que se queja que le falta tiempo con una dulzura acentuada por una
tonada entrerriana aquerenciada en su lengua. En la primera parte de Mujeres de
fuego. Historias de amor, arte y militancia (Peña Lillo, Ediciones Continente),
reedición corregida que incluye ilustraciones de Nora Patrich, Calloni dialoga
con la colombiana Gloria Gaitán –hija del revolucionario Jorge Eliécer Gaitán–,
la militante comunista argentina Fanny Edelman (1911-2011), la militante
comunista chilena Gladys Marín (1938-2005), la dirigente francesa Danielle
Mitterrand (1924-2011), la escritora brasileña Nélida Piñon, la salvadoreña
Nidia Díaz, fundadora del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional
(FMLN); con la líder guatemalteca Rigoberta Menchú, con la ex detenida
desaparecida uruguaya Sara Méndez y con la poeta Olga Orozco (1920-1999). En la
segunda parte del libro, traza el perfil de tres mujeres que dejaron llamas a
su paso: la ecuatoriana Manuela Sáenz (1795-1856), las mexicanas Frida Kahlo
(1907-1954) y Rosario Castellanos (1925-1974).
“A Fanny Edelman le tenía un enorme respeto porque fue una
de las figuras más importantes y más desconocidas; tuvo una vida inquietante y
maravillosa con todo lo que le tocó vivir, como la Guerra Civil Española. Fui
eligiendo mujeres que fueron fundamentales, aunque estuvieron en las sombras”,
cuenta Calloni en la entrevista con PáginaI12. “Creo que Gladys Marín fue unas
de las mejores dirigentes comunistas que conocí; era muy valiente, se jugaba
mucho, tenía una simpatía arrolladora, y ella sí entendía el marxismo
latinoamericano, que debemos entender de una vez por todas. Fui a la ‘Fiesta de
los abrazos’ y me parecía fascinante que mucha gente la paraba a Gladys y le
decía: ‘Señora, yo no pienso como usted, pero la respeto mucho’”.
–Una de las coincidencias entre estas mujeres es que varias
fueron militantes del partido comunista, como Frida Kahlo.
–Han banalizado tanto a Frida Kahlo que quería mostrar esta
otra cara, porque yo nunca me olvido que cuando fue la invasión a Guatemala,
Frida, que estaba en sillas de rueda, pidió que la llevaran a la manifestación
contra la invasión en julio del ‘54, poco antes de morir. De ella quería contar
también la mexicanidad de su vida, porque como digo en el libro eran mexicanos
sus peines, sus flores, su estilo, sus polleras, todo. Frida rescató el proceso
revolucionario mexicano, que tan dormido está en el continente porque no se
habla nunca de la Revolución Mexicana. Rosario Castellanos vio a Chiapas antes
de que nadie la descubriera. Las historias ocultas de este continente están un
poco en estas mujeres, como cuando Fanny Edelman me contó que el Partido
Comunista tenía escondido el sudario de Evita, algo que yo no sabía.
–¿Encuentra algún hilo que conecte la vida o la militancia
de estas mujeres?
–Lo que me encanta de la historia de estas mujeres es que
siempre encontré un anti dogmatismo que es muy importante. Así como digo que
viví tantas vidas, las mujeres en sí vivimos tantas vidas: la vida de los
hijos, la vida de los compañeros; la mujer es el sostén fuerte de cualquier
sociedad. En este período histórico estamos viendo lamentablemente el trabajo
brutal de los entretenimientos televisivos. Después de que la mujer había
ganado sus lugares, la violencia contra la mujer volvió a partir del momento en
que filman en una playa a las mujeres y lo único que muestran es la cola. No
muestran los rostros; son objetos. Entonces salimos a las calles miles de
mujeres a decir “ni una menos” y volvemos a casa a mirar la televisión, y
sabemos que habrá una más cada día, si no nos damos cuenta de cómo se
vehiculiza este proceso de volverla a convertir en objetos. Las mujeres tuvieron
un papel fundamental en las rebeliones anti neoliberales en América latina.
–¿Cómo aprendió a entrevistar?
–La entrevista es un género maravilloso, que aprendí a
manejar haciéndolo a golpes, como aprendíamos los de nuestra generación. Para
mí fue fundamental elegir a estas mujeres, pero también tengo muchas
entrevistas a mujeres que lucharon en las guerrillas centroamericanas. Tengo
muchísimo material, lo que pasa es que me falta tiempo para conjugar una vida
de periodista hoy en día con una vida de escritora. Estuve en zonas de
conflicto y guerra, y pude ver el papel impresionante de las madres de las
víctimas en toda América latina. Acá hay mujeres muy valiosas como Marta Dillon
y tantas otras, que están luchando para que nuestra Latinoamérica vuelva a ser
lo que debimos ser, lo que nunca nos dejaron ser. Estamos en el siglo XXI, y
tenemos que una mujer por ser mujer y tener el valor de hacer algunas cosas,
como Milagro Sala, está en una cárcel. La forma en que la presentan a Milagro
Sala es la misma en que presentaban a las brujas que iban a quemar en la Edad
Media. Hemos vuelto a la Edad Media o, mejor dicho, algunos se han quedado en
la Edad Media.
–Después de leer Mujeres de fuego queda claro que en los
años ‘70 tanto los hombres como las mujeres querían cambiar el mundo, pero la
impresión hoy es que sólo las mujeres quieren cambiar el mundo. ¿Coincide?
–Sí, me parece que esa percepción es correcta, porque
estamos viendo el regreso de un machismo talibán que debilita a los hombres.
Los hombres se debilitan cuando los ponen a jugar ese papel, cuando son los que
siempre deciden las guerras. Y estamos un poco cansadas de que no existamos las
que vamos a perder muchísimo en las guerras, porque mujeres y niños son las
víctimas más desoladas de toda esta situación. Las mujeres nos animamos a decir
que no es cierto que estas son guerras humanitarias y democráticas; son guerras
coloniales, son invasiones. Si la OTAN inventó un ejército secreto allá en los
tiempos de su nacimiento y puso andar operaciones como la Operación Gladio,
imaginate hoy en día ser invadido por estos mercenarios contratados. Tengo el
cable en que Arabia Saudita llama a mercenarios de todo el mundo y les ofrece
tanta paga por su trabajo. La mayoría de las organizaciones anti guerra que han
surgido en Europa están dirigidas por mujeres. Y es evidente que se ha
profundizado un odio contra las mujeres en el poder, que es un odio de género.
Y yo lo viví con Evita.
–¿En qué sentido vivió ese odio?
–Una de mis tías, María Inés, que fue una maestra rural, era
peronista. Y con mi tía fui a ver a Evita cuando estuvo en Paraná. Evita era
bellísima, como una figura de cera, pero además
la amé porque iba todos los domingos a misa con mis tías a las seis de
la mañana, porque para sufrir teníamos que sufrir temprano (risas). Y llevaban
a las niñas de los asilos y yo me sentía tan mal con mi guantecito, un
sombrerito y un tapadito, porque entraban las niñas del asilo con sus cabezas
rapadas y unos delantales grises. Todos los domingos, después de misa, tenía
fiebre porque siempre fui muy sensible y muy rebelde, y había visto la
desolación de los peones rurales que iban de un lugar a otro. Evita puso un
hogar de niños y terminó con los asilos. Las señoras de la beneficencia tenían
estos asilos con chicas del campo, ya sean huérfanas o no huérfanas, y las
preparaban para llevarlas a servir a su casa. Todas terminaban sirviendo como
criadas. El término criada significa que no les daban un salario ni nada. Les
daban una piecita, la comida, y en general tenían que soportar ser las mujeres
con las que se podían iniciar los hijos de las señoras. Antes que ninguna otra
cosa, diría que fui evitista. La alegría que me dio cuando a esas niñas les
hicieron vestidos bonitos, les dejaron crecer el pelo... Y sabía por mi tía que
Evita se presentaba a cualquier hora en la noche para ver cómo las estaban
cuidando. Qué percepción tenía Evita del dolor de los otros y cómo devolvió la
bronca que arrastraba de su niñez haciendo justicia. Cuando vine a Buenos Aires
en el ‘56, tenía a Evita en mi cabeza.
El azul intenso de los ojos de Calloni parece un océano de
emociones que emergen a la superficie. “Después viví en la casa de Ana María
Pedroni, la hija del poeta José Pedroni, que era comunista, y en ese momento
tuve mucha relación con la gente del Partido Comunista. Nunca hay que olvidar
que el Partido Comunista tuvo un papel fundamental en la cultura, porque casi
todos los pintores y escritores de esos tiempos salieron de ahí -recuerda la
escritora y periodista-. Al peronismo todavía no se lo ha mirado desprejuiciadamente,
verdaderamente. Se lo mira desde un lugar de prejuicio ‘pro’ y de prejuicio
‘contra’. Pero al peronismo hay que estudiarlo por el efecto que produjo a
nivel de masas. Me acuerdo de que mi mamá le escribió una carta a Evita. En la
escuela tenía un solo libro que se llamaba Paso a paso, porque nunca le
mandaban libros. Mi mamá buscaba ese papel gris donde se envolvían el arroz o
los fideos en los almacenes del campo, y le pedía que le dieran una cantidad.
Los cortaba como en hojas y a la noche los cosía. Esos eran los cuadernos que
tenían los chicos del campo”. La mamá de Calloni era “más bien radical”, pero
le escribió a Evita y al poco tiempo llegó a La Paz un camión con zapatos,
ropa, libros, cuadernos, lápices. “Mi mamá me educó viendo la injusticia y no
dejándola pasar de largo. Yo admiraba a Evita y, como me decía Fanny Edelman,
es una figura que tenemos que reconstruir de otra manera, porque fue
inolvidable a nivel de masas –plantea–. Siempre respeté mucho al Partido
Comunista, porque capacitó a mucha gente, lo que pasa es que faltaba que
surgiéramos a partir en nuestro mundo latinoamericano. Nada puede surgir si no
conocés tu realidad. Ese tejido rumoroso que hay debajo de la sociedad es un
mundo de mujeres. Las mujeres tejen y destejen constantemente. Y, de alguna
manera, con Mujeres de fuego quise hacer un pequeño homenaje a algunas mujeres
que para mí son símbolos”.
–¿Por qué está escribiendo una novela sobre “Pancho” Ramírez
hace varios años?
–Mi familia era ramirista y artiguista; aunque Ramírez se
peleó con Artigas, eso era posible. Ramírez fue la principal retaguardia que
tuvo Artigas. No me gusta cómo los historiadores encierran en una cajita la
historia de los caudillos. Busqué un personaje muy especial que se llama Vinicio
Terza, hijo de un italiano que estaba en el ejército portugués –esto es
ficción–, que en una parte dice: “yo no quiero ser el juez, sino el amante de
aquellos días”. Yo no los estoy juzgando, los muestro como eran, con sus
altibajos, sus momentos heroicos y sus momentos de debilidad, porque no hay
nadie perfecto, por suerte. El narrador es un niño que pierde a sus padres en
Uruguay, lo adoptan unos franciscanos y lo educan. Cuando Aimé Bonpland estuvo
en la Argentina, Ramírez lo invitó a Entre Ríos; pero la ficción en mi novela
está en que hay un botánico que conoce al niño, que quiere salir del convento y
se escapa a Entre Ríos con el botánico. Y como el chico escribe, queda como
escribiente de Ramírez. La novela descontractura la historia y la cuenta desde
otra mirada. Ramírez y Artigas se enfrentaron al final, pero Artigas no quiso
volver a Uruguay no por Ramírez, sino porque muchos lo habían traicionado. Si
nosotros seguimos ocultando la verdadera historia, que tiene tantos recovecos,
tantos laberintos, nunca vamos a poder asumirnos como lo que somos.
–¿Cuándo terminará la novela?
–En unos meses prometo que la termino (risas). Lo que me
divierte mucho es que soy víctima de percepciones equivocadas. A mí me han
puesto como “una militante desorbitada de la izquierda”, sin saber que a los 16
años había leído a (Franz) Kafka. Que eso es lo que servía para el periodismo
que se hacía antes: el periodista tenía que ser un tipo culto. En los años ‘60
o ‘70, para conquistar a alguien necesitabas tener un libro en la mano. Soy una
mujer con todas sus imperfecciones, pero muy divertida, porque si hay algo que
me ha mantenido en este mundo horroroso es un humor que no me puedo sacar de
encima nunca. Tengo 81 años y ahora que estuve de jurado en Cuba en el premio
Casa de las Américas con varios jóvenes, me decían: “Estela, estamos hablando
todos como si fuéramos de la misma edad”. Como vivo como una vieja adolescente,
como una vieja dama indigna, nunca voy a dejar de tener buen humor. Nunca me lo
van a sacar porque también creo, como (Arturo) Jauretche, que la revolución no
la hacen los pueblos tristes.
Stella Calloni nació en Pueblo Leguizamón (La Paz, Entre
Ríos) en 1935. Cuando llegó a Buenos Aires, se relacionó con poetas como Olga
Orozco, Héctor Negro y Alfredo Carlino, y entabló relación con varios miembros
del Partido Comunista Argentino, y con peronistas de la resistencia y
trabajadores. En los años ‘60 participó en el proyecto del Movimiento de Unidad
Latinoamericana junto con Gregorio Selser, uno de sus grandes maestros. Trabajó
en diversos medios de prensa de América latina y colaboró en revistas de
Estados Unidos, Francia e Italia. Fue corresponsal en zonas de conflicto y de
guerra; es corresponsal de La Jornada de México en América del Sur. Durante la
dictadura cívico-militar se exilió en México y Panamá, donde trabajó como
editora de la revista Formato 16 y como guionista del Grupo Experimental de
Cine Universitario de la Universidad de Panamá. Como corresponsal del periódico
mexicano Unomásuno, cubrió la Revolución Sandinista desde Nicaragua. Publicó
los libros de poesía Los Subverdes (1975), Carta a Leroi Jones y otros poemas
(1983) y Poemas de Trashumante (1998). El libro de relatos El hombre que fue
yacaré, finalista en Casa de las Américas en 1992, fue publicado en la
Argentina en 1998 y en Cuba en 2014. Es autora de Nicaragua: el tercer día
(1992), Operación Cóndor (1999), que reeditará de manera ampliada y con nuevo
título: Operación Cóndor: pacto criminal (2001); La invasión a Irak: guerra imperial
y resistencia (2003), Recolonización o independencia: América latina en el
siglo XXI (2005), junto con Víctor Ego Ducrot; y Evo en la mira. CIA y DEA en
Bolivia (2009), entre otros. Ha recibido numerosos premios y distinciones como
el Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí, (Cuba, 1986), el Premio
Rubén Darío (Nicaragua, 2008), el Premio de la Escuela de Periodismo TEA (2003)
y el Premio Rodolfo Walsh de la Universidad de La Plata (2012), entre otros.
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