24 de diciembre a la noche
Autor: Felipe Pigna
El gordito de la risa navideña que hoy todos conocemos como
Santa Claus, se llamaba Nicolás y no nació en ninguna aldea nórdica en medio de
un bosque con hongos rojos, sino muy lejos de allí, en Patara, un pueblo del
sudoeste de la actual Turquía –por aquel entonces el distrito romano de Licia
en Asia Menor- allá por el 305, aunque hay quienes sostiene que lo hizo a
finales del siglo III. Su familia tenía un buen pasar y Nicolás creció entre
lujos y riquezas hasta que a la muerte de sus padres, tras una grave epidemia
que asoló la región, decidió repartir todos sus bienes entre los pobres e
ingresar en el monasterio de Sión para ordenarse sacerdote. Fue su propio tío
el Obispo de Myra quien lo ungió y sería el propio Nicolás quien heredaría el
sitial obispal a la muerte de éste. Su vida comienza a mezclarse con la leyenda
con historias que hablan de resurrecciones, como la de tres muchachos
asesinados por un posadero. Nicolás que pasó una noche en aquella posada tuvo
un sueño en el que le fue revelado el crimen. Al levantarse descubrió que los
cuerpos estaban siendo preparados para salarlos y servirlos como fiambre. Hizo
detener al asesino y les devolvió la vida a los jóvenes.
También se contaba que tres hermanas casaderas, que estaban
a punto de ser vendidas por su padre por carecer de dinero para sus dotes, iban
a ser compradas por un mercader que las iba a prostituir. Al enterarse, Nicolás
entró en acción. Las muchachas habían dejado sus medias secándose en la
chimenea y una a una fue recibiendo las monedas de oro necesarias para seguir
siendo libres y casarse. Cuando Nicolás estaba arrojando la última de las
monedas fue sorprendido por el padre de las muchachas, quien, a pesar de la
súplica del obispo, difundió el episodio acrecentando la fama de caritativo del
personaje. Nicolás también se ganó fama de justo interviniendo en contra de
ejecuciones ordenadas por las autoridades romanas y enfrentó al propio
gobernador Eustacio de Antioquía
reprochándole su injusto proceder. Por estas actitudes sufrió la
persecución y fue encarcelado.
Hay versiones contradictorias sobre su participación en el
Concilio de Nicea y su defensa de la santísima trinidad en una época de
intensas discusiones enmarcadas por la prédica de la herejía arriana que
planteaba que Jesús no tenía el mismo carácter divino del padre sino que se
trataba de una divinidad subordinada a él. Lo cierto es que Nicolás combatió al
arrianismo y defendió el principio de la santísima trinidad.
La fama de Nicolás se fue extendiendo por el mundo romano y
se cuenta que tres sentenciados a muerte por el emperador Constantino pidieron
que el obispo Nicolás los salvara y que la noche anterior a la ejecución, el
emperador soñó con Nicolás que pedía por los condenados. Al otro día fueron
liberados.
Nicolás murió el 6 de diciembre del año 327 pocos años
después de que el cristianismo se convirtiera en la religión oficial del
Imperio Romano. Su recuerdo e imagen mítica fue creciendo hasta convertirse en
santo y los relatos sobre sus milagros comenzaron a recorrer Europa. En el año
1087 marinos italianos exhumaron sus restos para salvarlos de los piratas
sarracenos y llevarlos a la ciudad de Bari donde descansan en el templo de San
Esteban. A partir de entonces San Nicolás de Bari fue uno de los santos más
venerados de Italia y de Europa, transformándose en patrono de ciudades como
Moscú, Berlín, Nápoles y Venecia y con mucho predicamento en los Países Bajos y
Alemania. A partir del siglo XIII se difundió la tradición de San Nicolás repartiendo
regalos a los niños en cada aniversario de su fallecimiento. Durante la Reforma
protestante lanzada por Martín Lutero a comienzos del siglo XVI, cobró fuerza
la tradición del Christkind, nada menos
que el propio niño Jesús obsequiando juguetes el mismo día de Navidad. Pero la
costumbre que tenía como protagonista a San Nicolás siguió vigente y superó el
embate aunque la fecha de entrega de
regalos terminó pasando al 24 por la noche.
En Holanda ya en el siglo XVII San Nicolás aparece en las
tradiciones vestido de obispo, con barba blanca montando un burrito blanco y
acompañado de su ayudante Zwarte Piet (Pedro el Negro), que portaba una bolsa llena de golosinas para los
niños que se hayan portado bien durante el año y que al vaciarse servía para
cargar a los niños malos que eran llevados a España, el peor lugar del mundo
según los holandeses que llevaban años guerreando con los reyes ibéricos.
Cuando se produce la colonización holandesa de América del
Norte y los pueblos pobladores fundan Nueva Ámsterdam –actual Nueva York-
llevan consigo la tradición de San Nicolás aunque Pedro el Negro no logra
cruzar el Atlántico y se queda en Holanda. La nueva tradición que se va
haciendo fuerte en lo que serían los Estados Unidos celebra un San Nicolás, al
que llaman Sinterklass y por deformación terminan nombrando Santa Claus, y con
ese nombre logra una enorme popularidad en toda Norteamérica.
En 1809 el escritor Washington Irving publica su “Historias
de Nueva YorK”. Allí describe a San Nicolás llegando en un caballo volador con
su bolsa de regalos dispuesto a repartirlos por las chimeneas de las casas de
los niños buenos. El 23 de diciembre de 1823 el profesor de estudios bíblicos y
pastor protestante Clement C. Moore publicó un artículo titulado “Un relato sobre
la visita de San Nicolás”, en el que comenzó a darle a San Nicolás-Santa Claus
su imagen actual. Su medio de locomoción era ahora un trineo conducido por los
renos Bailarín, Saltador, Zalamero, Bromista, Alegre y Veloz. Pasó de flaco,
alto y enjuto a gordo, bajo y de cara colorada, con reminiscencias a los gnomos
de las tradiciones europeas. Pero estos eran relatos descriptivos a los que les
faltaba la ilustración, un buen dibujo de Santa Claus, o Santa como lo
empezaron a llamar por entonces. Allí entró en escena Thomas Nast, el dibujante
oficial de las famosas tiendas Harper’s, quien publicó entre 1860 y 1880 los
dibujos que se harían famosos en todo el mundo donde podía verse al Santa de
Moore, con su trineo, su gordura, su cara bonachona y bolsa de juguetes,
obviamente juguetes de Harper’s. En Inglaterra Santa comenzó a ser llamado
Father Christmas, es decir Padre Navidad, y en Francia Père Noël y de allí pasará a España curiosamente conservando el
vocablo francés para llamarse, como con el nombre que lo conocemos nosotros,
Papá Noel.
En 1931 los Estados Unidos se preparaban a pasar una de las
peores navidades de su historia. La crisis desatada en octubre de 1929 estaba
haciendo estragos y millones de norteamericanos estaban sumidos en la miseria.
Para levantar el ánimo nacional e incrementar sus alicaídas ventas, la empresa
Coca Cola le pidió a Haddon Sundblom, un dibujante de Chicago de origen sueco
que recreara la imagen de Santa sin alejarse demasiado del clásico de Nast. La
Coca lo quería alegre, simpático, con un traje vistoso entrador, esperanzador
y, sobre todo con los colores de la bebida Cola, rojo y blanco. Sundblom
recorrió la ciudad en busca de un modelo, un viejecito que diera el aspecto del
Santa de Harper’s. Cuando ya perdía las esperanzas, se topó en una taberna con
Lou Prentice, un jubilado que era un calco del reciclado Nicolás y que le dio
su imagen al Santa que todos conocemos y de quien los islandeses afirman que
vive en el pueblo de Hveragerdi, los noruegos lo hacen vecino de Drammen y los
finlandeses de Rovaniemi. Se disputan la vecindad pero todos coinciden que
tiene un taller de juguetes en el que trabaja todo el año. Aquel Nicolás de
Patara y del siglo IV nunca se imaginó que terminaría siendo la imagen más
popular de la Coca Cola.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
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