No sólo los cambios en el sistema de jubilaciones hicieron
evidente que las vidas de las mujeres están devaluadas, también los modos de la
represión exhibieron la crueldad de la misoginia.
Por Sebastián Lacunza
Maniatada en el piso, rodeada por diez policías, una mujer
gritaba con todas sus fuerzas: “Vení a decirme en la cara lo que me dijiste.
Vos, hijo de puta, decímelo acá”. Ubicado a pocos metros, un policía tensaba la
sonrisa y desviaba la mirada.
Eran las 16.40 del lunes. Mientras los diputados retomaban la
sesión para recortar aumentos en las jubilaciones, la anatomía del instante en
el cruce de Avenida de Mayo y Sáenz Peña proveía un cuadro renacentista. Sobre
una esquina, unas seis mujeres del Proyecto Comunidad denunciaban, entre
llantos, que habían sido golpeadas y se habían llevado a todos los hombres y a
dos compañeras del grupo. Por el centro de la avenida, policías trasladaban
detenidos hacia el interior de la plaza y, a media cuadra, un grupo del Frente
Darío Santillán se refugiaba en el hall de un edificio. Trescientos metros
hacia el río, cerca de la 9 de julio, las detonaciones eran incesantes.
La Plaza de los Dos Congresos daba testimonio de lo
ocurrido: cascotes cerca de las vallas lanzados durante dos horas por unas 300
personas, y decenas de banderas, carteles y zapatillas impares abandonados,
demostrativos de la estampida generada por la represión, que por entonces
alcanzaba niveles habituales de descontrol.
Los gritos de la mujer se seguían haciendo espacio: “¡Vení,
cagón, cobarde!”. En medio del tumulto, un chico trataba de acercarse a la
detenida. Mediante empujones con los escudos y golpes de armas largas contra el
piso, los policìas armaron un cerco.
Dos auxiliares de un puesto sanitario se abrieron paso. Con
ellas, llegó el joven que pugnaba por acercarse, mientras manifestantes
aislados reclamaban la liberación de la mujer. Unos diez minutos después, Paula
Urbandt, de 41 años, recuperaría la libertad y la calma. Salió caminando rumbo
a la 9 de julio junto al joven que había acudido a su rescate. Era su hijo,
Mateo Ressi, de 18.
Madre e hijo habían concurrido juntos a la manifestación
contra el ajuste de las jubilaciones, con la idea de separarse una vez en la
plaza. Paula, psicóloga social que trabaja con el padre Pepe Di Paola en villas
de José León Suárez y en cárceles bonaerenses, planeaba encontrarse con un
hermano y compañeros de trabajo; Mateo, con amigos del centro de estudiantes
del colegio público Federico García Lorca, de La Paternal.
Cuando se produjo el desbande de la manifestación, cerca de
las 16, Mateo y Paula se refugiaron en la estación Sáenz Peña del subte A.
Impregnaron bicarbonato en la zona nasal, como hicieron muchos, para
contrarrestar el impacto del gas pimienta, que era arrojado por la Policía desde
los techos de los edificios.
Allí aguardaron un rato y, al salir del subte, fueron
abordados por las fuerzas de seguridad que al día siguiente serían felicitadas
por Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta.
“Salimos y nos encontramos con dos líneas de policías. Entre
cuatro comenzaron a increpar a Mateo: ‘¿qué tenés en los ojos?’ ‘Uy, te tiraron
gases. ¿Qué hiciste?’. Yo miro a Mateo y le digo: ‘no reacciones’. Comenzaron a
pegarle en la nuca. Se me acerca el policía que más provocaba y me empieza a decir
‘hija de puta, ¿qué hacés acá? Contame putita. ¿No tenés ganas de empujarme?,
empujame, dale’. Me tiraba besos, guiñaba el ojo y se me acercaba”,contó Paula,
con asombrosa serenidad, instantes después de ser liberados.
Tiene ideas claras y una voz suave, que, por lo visto, puede
generar un movimiento sísmico en circunstancias extremas. Paula continuó con su
relato: “Otro policía le dice ‘esperá hasta que te toque’. Pero vi que querían
detener a mi hijo y empecé a golpear el escudo. Mateo es insulino dependiente y
se me cruzó por la cabeza que lo detuvieran; me agarró desesperación, no iba a
poder medirse la glucosa y se iba a desmayar”. La estrategia del policía dio
resultado. Tocó el escudo de un policía
y decidieron detenerla.
La intervención de las dos personas del puesto sanitario y
de Mateo fueron decisivas para contener a Paula y lograr su liberación.
En el camino de salida, el último policía de la fila era el
abusador. “Me vuelve a decir ‘hija de mil puta’. Yo le dije que lo iba a
encontrar”.
Un rato más tarde, el mismo lunes, Mateo denunció lo
ocurrido en Twitter. Recibió enseguida la solidaridad de amigos y de
desconocidos, pero también ataques de esos fanáticos de la red social que
actúan como autómatas para defender al gobierno y para acusar a Mateo de
inventar el hecho, pero que afirman no ser trolls. Los fue ubicando uno por
uno, sin caer en provocaciones. “¿Por ser estudiante no puedo luchar por los
derechos de los trabajadores?”. En otro de sus tuits, el hijo de Paula
escribió: “Nunca pero nunca la pasé tan mal como hoy, lo juro”. “El odio que generan los comentarios ni te
cuento”, diría al día siguiente.
Desde que ocurrió el atropello policial, madre e hijo están
tratando de obtener alguna grabación de lo ocurrido. Quieren llevar el caso
ante la Correpi. Paula le prometió al policía que lo iba a encontrar.
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