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jueves, 14 de junio de 2018

Porque hoy 14 de junio e el Día Nacional del Barrendero


14 DE JUNIO DIA NACIONAL DEL BARRENDERO.

Desde el 2003 el día 14 de junio se conmemora “El día del Barrendero de la Ciudad”. La fecha fue elegida en homenaje al barrendero municipal y sacerdote católico Kleber Mauricio Silva Iribarnegaray, secuestrado por fuerzas militares mientras realizaba sus tareas el barrio de Villa Devoto, el 14 de junio de 1977. 
Kleber Mauricio Silva Iribarnegaray, secuestrado por fuerzas                      militares el 14 de junio de 1977.                           
Desde entonces integra el trágico listado de los detenidos desaparecidos por el Terrorismo de Estado vigente en el país a partir de marzo de 1976. Según los fundamentos de la ley, el interés en declarar el día del barrendero en coincidencia con la fecha de detención-desaparición del sacerdote barrendero “tiene el sentido de compromiso con la memoria, para que las nuevas generaciones retransmitan a las futuras la verdad de lo ocurrido y sientan la obligación de supervisar el cumplimiento de los Derechos Humanos”. “Con esta ley la Legislatura Porteña ha querido homenajear a los barrenderos que cada día realizan una tarea abnegada que no es siempre bien valorada. Reconocemos su esfuerzo cotidiano por mantener limpia a la ciudad como un acto de solidaridad y compromiso con la comunidad”

La historia de Mauricio Silva, el hombre por el que se celebra hoy el día del barrendero
Cada fecha conmemorativa tiene su historia. También para el inoxidable oficio del barrendero, aquella ardua labor de ponerle un límite a la suciedad pública. El vecino de la Ciudad de Buenos Aires podrá encontrase con el motivo de la elección del día del barrendero en el barrio de Villa General Mitre, entre las calles Terrero y Margariños Cervantes. Una placa conmemorativa lo señala: "Aquí fue secuestrado Mauricio Silva Iribarnegaray, uruguayo, sacerdote salesiano y barrendero, el 14 de junio de 1977 por el terrorismo de estado".
Mauricio Silva nació el 20 de septiembre de 1925, en Montevideo, Uruguay. Nació entre los pobres y vivió para los pobres. Su precaria situación material ya se anticipaba en su partida de nacimiento, donde las autoridades exoneraron a los padres del niño del pago de estampilla "por haber justificado pobreza". Aquel documento pone de manifiesto que en realidad se llamaba Kléber, en homenaje de un general de la Revolución Francesa que su padre militar admiraba.
El camino pastoral tuvo su comienzo en 1948 en la provincia de Córdoba, cuando arrancó sus estudios para sacerdote en una congregación salesiana. En 1951 fue ordenado como tal.
Silva luego desarrolló sus tareas religiosas y sociales en el Puerto San Julián, en la Patagonia. Dormía junto a los albañiles y se ocupaba de recoger los tachos que aquellos utilizaban como baño. En ese período tejió amistad con el fallecido obispo de Neuquén Jaime de Nevares, uno de los pocos prelados de la curia de entonces que estaban comprometidos en la defensa de los derechos humanos. También trabajó en La Rioja con el asesinado monseñor Enrique Angelelli.
En los años setenta, el sacerdote decidió formar parte de la Fraternidad de los Hermanitos de los Pobres, una hermandad inspirada en la vida del religioso francés Charles de Foucauld, que se dedicaba por completo al servicio de los pobres en calidad de curas obreros. Estaba influido por las ideas de Arturo Paoli, uno de los referentes de ese grupo místico insipirado por el Concilio Vaticano II.
En 1974, comenzó su trabajo como barrendero en la ex Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, en el Corralón de las Villas. Por entonces forjó una suerte de pequeña comunidad junto a sus compañeros de oficio en el conventillo de Malabia 1450, donde vivía. Sin descuidar su labor pastoral, colaboró también con la actividad gremial y apoyó una de las listas opositoras que competían en las elecciones sindicales contra la derecha peronista, en un contexto en el que la Triple A operaba en las sombres.
Cuando cayó el telón de la dictadura, dos compañeros del sacerdote y que formaban parte del espacio gremial en el corralón municipal desaparecieron por el mes de mayo de 1977. Adolfo Pérez Esquivel y Paoli le advirtieron sobre el riesgo, pero el religioso se confía. "Un cura armado de escoba y pala no es peligroso", les responde.
"No fue un militante político, fue un trabajador, un barrendero comprometido con su realidad. Participó de una serie de planteos sindicales muy concretos que buscaban mejorar la calidad del trabajo de los barrenderos. Valoraba mucho el rol social del barrendero y la relación que mantenía con los vecinos", contó Alicia Vázquez, ex secretaria de Cultos porteña y biógrafa de Silva.
La muerte lo encontró en pleno trabajo el 14 de junio de 1977. Según testigos, tres hombres se bajaron de un automóvil Ford Falcon blanco y lo hicieron ingresar al vehículo. Todo ocurrió sin violencia. Eran las ocho y media de la mañana, y se cree que fue trasladado primero a la Comisaría 41° de la Capital, y más tarde, torturado en el Hospital Borda, según reconstruye el libro "Gritar el evangelio con la vida" publicado por Vázquez. Algunos sobrevivientes lo vieron en los centros clandestinos de detención de Campo de Mayo y el Club Atlético.
Silva forma parte de la voluminosa lista de 80 religiosos católicos desaparecidos y asesinados por el terrorismo de Estado, según lo registrado por la CONADEP. Cuando ocurrió el crimen, se desconocen las gestiones que hizo la Iglesia Católica para dar con el paradero del sacerdote (quien impulsó las averiguaciones fue su amigo De Nevares). Las primeras denuncias formales arrancaron en 1978 a partir de su fallecido hermano, el religioso Jesús Silva, y su compañero Patricio Rice, que presentaron los reclamos a nivel internacional.
Recién en 2007 la congregación católica de los Hermanitos del Evangelio, a través de su superior para América latina, el sacerdote español José Luis Muñoz Quiroz, se presentó ante la Justicia argentina como parte querellante solicitando se investigue la desaparición. Se trató de la primera causa en la que una entidad de la Iglesia Católica litigó por delitos de lesa humanidad. Años después le llegaría esa reparación simbólica a Angelelli.
"Era un cura que buscaba un lugar donde vivir el evangelio. Ese lugar donde lo encontró fue en la espiritualidad y en su trabajo de barrendero. Su labor pastoral de acompañamiento, de compromiso con los pobres, y su vivir como un barrendero, eran considerados peligrosos. Que haya muerto en profesión de su fe, por su coherencia y amor por el otro, lo convierten en mártir. Los católicos esperamos que ese martirio sea reconocido", reflexionó Vázquez.


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