16 marzo, 2018
Por Javier Corrales
Las iglesias evangélicas protestantes, que por estos días se
encuentran en casi cualquier vecindario en América Latina, están transformando
la política como ninguna otra fuerza. Le están dando a las causas conservadoras
—en especial a los partidos políticos— un nuevo impulso y nuevos votantes.
En América Latina, el cristianismo se asociaba con el
catolicismo romano. La Iglesia católica tuvo prácticamente el monopolio de la
religión hasta la década de los ochenta. Al catolicismo solo lo desafiaban el
anticlericalismo y el ateísmo. Nunca había habido otra religión. Hasta ahora.
Hoy en día los evangélicos constituyen casi el 20 por ciento
de la población en América Latina, mucho más que el tres por ciento de hace
seis décadas. En algunos cuantos países centroamericanos, están cerca de ser la
mayoría.
La ideología de los pastores evangélicos es variada, pero en
términos de género y sexualidad por lo general sus valores son conservadores,
patriarcales y homofóbicos. Esperan que las mujeres sean totalmente sumisas a
sus esposos evangélicos. En todos los países de la región, sus posturas en
contra de los derechos de las personas homosexuales han sido las más radicales.
¿Cómo han adquirido tanto poder político los grupos
evangélicos?
El ascenso de los grupos evangélicos es políticamente
inquietante porque están alimentando una nueva forma de populismo. A los
partidos conservadores les están dando votantes que no pertenecen a la élite,
lo cual es bueno para la democracia, pero estos electores suelen ser
intransigentes en asuntos relacionados con la sexualidad, lo que genera
polarización cultural. La inclusión intolerante, que constituye la fórmula
populista clásica en América Latina, está siendo reinventada por los pastores
protestantes.
Brasil es un buen ejemplo del aumento del poder evangélico
en América Latina. La bancada evangélica, los noventa y tantos miembros
evangélicos del congreso, han frustrado acciones legislativas a favor de la
población LGBT, desempeñaron un papel importante en la destitución de la
presidenta Dilma Rousseff y cerraron exposiciones en museos. Un alcalde
evangélico fue electo en Río de Janeiro, una de las ciudades del mundo más
abiertas con la comunidad homosexual. Sus éxitos han sido tan ambiciosos, que
los obispos evangélicos de otros países dicen que quieren imitar el “modelo
brasileño”.
Ese modelo se está esparciendo por la región. Con la ayuda
de los católicos, los evangélicos también han organizado marchas en contra del
movimiento LGBT en Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Perú y México.
En Paraguay y Colombia pidieron que los ministerios de educación prohibieran
los libros que abordan la sexualidad. En Colombia incluso se movilizaron para
que se rechazara el acuerdo de paz con las Farc, el mayor grupo guerrillero en
América Latina, con el argumento de que los acuerdos llevaban muy lejos los
derechos feministas y de la comunidad LGBT.
¿Cómo es que los grupos evangélicos han adquirido tanto
poder político? Después de todo, incluso en Brasil, las personas que se
identifican como evangélicos siguen siendo una minoría y en la mayoría de los
países el ateísmo va en aumento. La respuesta tiene que ver con sus nuevas
tácticas políticas.
Ninguna de esas estrategias ha sido tan transformadora como
la decisión de establecer alianzas con partidos políticos de derecha.
Históricamente, los partidos de derecha en América Latina
tendían a gravitar hacia la Iglesia católica y a desdeñar el protestantismo,
mientras que los evangélicos se mantenían al margen de la política. Ya no es
así. Los partidos conservadores y los evangélicos están uniendo fuerzas.
Las elecciones presidenciales de Chile en 2017 ofrecen un
ejemplo claro de esta unión entre los obispos evangélicos y los partidos. Dos
candidatos de derecha, Sebastián Piñera y José Antonio Kast, buscaron ganarse
el favor de los evangélicos. El ganador de las elecciones, Piñera, tenía cuatro
pastores evangélicos como asesores de campaña.
Hay una razón por la cual los políticos conservadores están
abrazando el evangelicalismo. Los grupos evangélicos están resolviendo la
desventaja política más importante que los partidos de derecha tienen en
América Latina: su falta de arrastre entre los votantes que no pertenecen a las
élites. Tal como señaló el politólogo Ed Gibson, los partidos de derecha
obtenían su electorado principal entre las clases sociales altas. Esto los
hacía débiles electoralmente.
Los evangélicos están cambiando ese escenario. Están
consiguiendo votantes entre gente de todas las clases sociales, pero
principalmente entre los menos favorecidos. Están logrando convertir a los
partidos de derecha en partidos del pueblo.
Este matrimonio de los pastores con los partidos no es un
invento latinoamericano. Desde la década de los ochenta sucede en Estados
Unidos, conforme la derecha cristiana poco a poco se convirtió en lo que puede
llamarse el electorado más confiable del Partido Republicano. Incluso Donald
Trump —a quien muchos consideran la antítesis de los valores bíblicos— hizo su
campaña con una plataforma evangélica. Escogió a su compañero de fórmula, Mike
Pence, por su evangelicalismo.
No es accidental que Estados Unidos y América Latina tengan
experiencias similares en cuanto a la política evangélica. Los evangélicos
estadounidenses instruyen a sus contrapartes latinoamericanos sobre cómo
coquetear con los partidos, convertirse en cabilderos y combatir el matrimonio
igualitario. Hay muy pocos grupos de la sociedad civil que tengan vínculos
externos tan sólidos.
Además de establecer alianzas con los partidos, los grupos
evangélicos latinoamericanos han aprendido a hacer las paces con su rival
histórico, la Iglesia católica. Por lo menos en cuanto al tema de la
sexualidad, los pastores y los sacerdotes han encontrado un nuevo terreno
común.
El ejemplo más reciente de cooperación ha sido en el
enfoque: el lenguaje que los actores políticos utilizan para describir sus
causas. Para los sociólogos, mientras más actores logren enfocar un asunto para
que resuene entre múltiples electorados, y no solo el principal, más probable
es que influyan en la política.
En América Latina, los clérigos tanto católicos como
evangélicos han encontrado un enfoque eficaz para su conservadurismo: la
oposición a lo que han bautizado como “ideología de género”.
Este término se usa para etiquetar cualquier esfuerzo por
promover la aceptación de la diversidad sexual y de género. Cuando los expertos
argumentan que la diversidad sexual es real y la identidad de género es un
constructo, el clero evangélico y católico dice que no se trata de algo
científico, sino de una ideología.
A los evangélicos les gusta enfatizar la palabra “ideología”
porque les da el derecho, argumentan, de protegerse a sí mismos —y en especial
a sus hijos— de la exposición a esas ideas. La ideología de género les permite
encubrir su homofobia con un llamado a proteger a los menores.
La belleza política de la “ideología de género” es que ha
dado a los clérigos una forma de replantear su postura religiosa en términos
laicos: como derechos de los padres. En América Latina, el nuevo lema cristiano
es: “Con mis hijos no te metas”. Es uno de los resultados de esta colaboración
entre evangélicos y católicos.
Políticamente, podríamos ser testigos de una tregua
histórica entre los protestantes y los católicos en la región: mientras que los
evangélicos acordaron adoptar la fuerte condena de la Iglesia católica al
aborto, el catolicismo ha adoptado la fuerte condena de los evangélicos a la
diversidad sexual y, juntos, pueden confrontar la tendencia en aumento hacia la
secularización.
Esta tregua plantea un dilema para el papa Francisco, que
está por terminar una gira por América Latina. Por una parte, ha expresado su
rechazo al extremismo y su deseo de conectar con los grupos más modernos y
liberales de la Iglesia. Por la otra, este papa ha hecho de los “encuentros
cristianos” un sello distintivo de su papado, y él mismo no es del todo
alérgico al conservadurismo cultural de los evangélicos.
Como actor político, el papa también se preocupa por la
decreciente influencia de la Iglesia en la política, así que una alianza con
los evangélicos parece el antídoto perfecto contra su declive político. Una
cuestión apremiante que el papa necesita ponderar es si está dispuesto a pagar
el precio de un mayor conservadurismo para reavivar el poder cristiano en
Latinoamérica.
El evangelicalismo está transformando a los partidos y
posiblemente a la Iglesia católica. Los partidos políticos se concebían a sí
mismos como el freno esencial de la región en contra del populismo. Ese
discurso ya no es creíble. Los partidos están dándose cuenta de que unirse a
los pastores genera emoción entre los votantes —incluso si es solo entre
quienes asisten a los servicios— y la emoción es equivalente al poder.
* Javier Corrales, profesor de Ciencias Políticas en Amherts
College, es coautor, junto con Michael Penfold, de “Dragon in the Tropics: The
Legacy of Hugo Chávez in Venezuela”, y es articulista regular del The New York
Times en Español.
The New York Times
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