Todas las voces y músicas de la Patria Grande

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jueves, 25 de julio de 2019

Opinión | Hugo Santillán: la necesidad tiene cara de hereje


  Por Gustavo Nigrelli

La tragedia del joven púgil, internado en grave estado tras su pelea del último sábado frente a Eduardo Abreu en San Nicolás, posee un trasfondo desconocido con un común denominador: la necesidad. ¿Pudo haberse evitado? ¿Cómo impedir lo que no es antirreglamentario? Tal vez la experiencia enseñe a mirar con otros ojos
No es momento de echar culpas ahora, menos con el diario del lunes. Sí de reflexiones, aprendizajes, análisis.
Ni llorar sobre leches derramadas, ni echar más leña al fuego aportaría un gramo de sensatez a un episodio como este, donde hubo cosas que se confabularon silenciosamente para decantar en un final como el ocurrido, esquivando al reglamento, que quedó corto para evitarlo.

Lo cierto es que el santafesino Hugo “Dinamita” Santillán (23 años y 19-6-2, 8 KO), lucha por su vida en el hospital San Felipe de San Nicolás, tras ser operado de un coágulo cerebral después de un empate el último sábado en esa ciudad frente al uruguayo Eduardo Abreu, donde se desvaneció sobre el ring luego de escuchar el fallo.
Pero nada inhabilitaba reglamentariamente a Santillán esa noche para combatir: ni su record, ni la peligrosidad del rival, ni su presente boxístico. Nada. Su licencia estaba perfectamente habilitada, con su revisión “anual” y “cuatrimestral”, salvo un detalle -que se descubrió después de la pelea, husmeando en la página de datos “boxrec”, que tampoco es algo oficial-:
“La Federación alemana tenía suspendido a Santillán para combatir en su territorio hasta el 30 de julio, después de su derrota por puntos del 15 de junio pasado en Hamburgo frente al invicto armenio Artem Harutyunyan, de 7-0-0, 5 KO”.
En efecto, el santafesino combatió allí ante el armenio y perdió por puntos, según las tarjetas, todos los rounds, y dos de ellos 10 por 8, quizás peor que perder por KO.
Es decir, venía de una pelea dura –que acá no se vio-, y regresó al ring demasiado pronto, aunque 45 días después, por lo tanto, totalmente dentro del reglamento.
Un KO en contra obliga a un parate de 30 días. Ni siquiera ese resultado hubiese impedido reglamentariamente su pelea. El único que podría regular eso, con un poco de sentido común, debió haber sido él mismo, o más aún su DT, que en este caso además es su propio padre.
Ahora bien: la Federación alemana no le avisó a la FAB de tal suspensión. ¿De qué sirve entonces tal medida para un territorio al que difícilmente iba a regresar, y menos en tan poco tiempo, si aunque sea no se da parte a la Federación de origen del púgil donde es más probable que actúe?
Y de haberse esperado 10 días más -como los que faltaban, según el plazo estipulado- ¿eso garantizaba que esto no iría a ocurrir?
Santillán peleó además en superligero (63,500 kg), siendo habitualmente un superpluma natural (59 kg), categoría que –dicen- le costaba mucho dar. ¿Es beneficioso forzar tanto el peso de un púgil?
En esa pelea ante el armenio dio 61,200 -es decir, categoría ligero-, contra los 63,300 de Harutyunyan. 2 kilos de ventaja. Demasiado.
Ante Abreu el sábado pasado peleó en ligero, pero él dio 60 kg, contra los 61,200 del uruguayo –o sea, el límite-. Siempre en desventaja de peso, siempre bordeando el límite inferior, mientras que su rival el superior. Eso es un tema exclusivamente de manejo, que todos los DT y/o mánagers suelen cuidar mucho.
Para la misma fecha de la pelea en Hamburgo –se cuenta- a Santillán le habían ofrecido otra en Francia de características más livianas, en peso ligero, ante un rival más accesible, pero por menos plata. Pero ellos eligieron ir a Alemania por una mejor bolsa. Eso también suele ser una actitud común entre los boxeadores, que miden según conveniencias monetarias. No es reprochable, aunque no sea lo mejor.
Siguiendo con el análisis previo al combate del sábado, y las contingencias que se confabularon para esta desgracia, no puede soslayarse que en principio la pelea de fondo iba a ser el atractivo duelo entre los invictos y pegadores mediopesados Marcos Escudero y Braian Suárez, ambos de 9-0-0, 8KO.
Pero se cayó porque uno de los dos tomó otro desafío, por lo que subieron a Abreu, que iba a hacer el semifondo a 6 rounds, hasta entonces, sin rival. Consiguieron de apuro -7 u 8 días antes- a Santillán, quien aceptó.
Santillán –no es un dato menor- había sufrido en diciembre pasado un duro KOT 5 frente al pegador Fabricio Bea (13-0-1, 13 KO), en una pelea que él iba dominando. Pero en aquella ocasión padeció una rotura de mandíbula, lesión seria para un boxeador.
No obstante, reapareció a los 2 meses –otra vez demasiado pronto-, a 4 rounds, frente a un perdedor de 9-37-4 como Sergio Blanco, y ganó por puntos. Eso lo rehabilitó para volver al ruedo y tomar la pelea de Alemania en junio.
Muchos púgiles de primera serie tardan un promedio de 6 a 8 meses en reaparecer tras una fractura de mandíbula, pero eso no está tabulado, ni prescripto.
Con ese background, que ahora analizamos con el diario del lunes, subió Santillán el sábado. Sólo él y su equipo conocían en carne propia su situación, aunque ninguna contradecía reglamento alguno. Si hay alguien que cuida celosamente las equivalencias, ésa es la FAB. Puede achacársele cualquier defecto, pero no ése.
Sin embargo, cuando se vio subir al ring a Santillán, se vio a alguien de imagen débil, blanda, como convaleciente. Simple percepción visual, que contrastaba con la de reciedumbre que envolvía a Abreu.
Es más; ya en el 2º asalto, pese a que el santafesino dominaba, en una actitud poco comprensible, quizás instintiva, ya buscaba la puerta como para irse del ring, acción que se repitió varias veces a lo largo del combate, y se tomó como histriónica. Pero no. Algo interiormente le mandaba a Santillán a querer irse del ring, aunque el desarrollo del combate no lo justificara.
Y curiosamente, pese a estar ganando y pegar en proporción 3 x 1, su rostro denotaba lo contrario: mientras el de Abreu lucía inmaculado, el suyo sangraba por fosas nasales, estaba hinchado, y su ojo derecho semi cerrado. Nunca es buena señal eso en boxeo, hablando en términos de salud, no de puntaje. Es que en un mismo boxeador, una cosa es cuando se pega, y otra cuando se recibe. Si no van de la mano, es peligroso.
En ese contexto, resultó al menos extraño que ni siquiera se haya llamado al médico de guardia una sola vez a revisar la hemorragia y tumefacciones de Santillán, aunque el reglamento del CMB –organismo que patrocinaba ese título latino en disputa- no sea muy afecto a eso, y sea además enemigo de la cuenta de protección de pie, que un par de veces ameritó el santafesino.
Tampoco se vio –extrañamente- en el rincón de Santillán, que se trabajara con bolsa de hielo para bajar la hinchazón, cosa habitual en estos casos, a menos que el púgil pertenezca al 2 % de la población que reacciona mal al hielo.
Hubo –si uno lo ve con el resultado puesto y detenidamente- varios indicios que anticiparon este desenlace y pudieron quizás haberlo atenuado. Pero difícilmente esto se haya originado durante el combate que Santillán ni siquiera perdió, sino que venía de arrastre. Una señal fue que cada tanto éste se quejaba de la lona, tropezaba, se sentía incómodo, mientras que Abreu nunca.
Detalles finos. Ninguno está contemplado en el reglamento. Sin embargo pueden de aquí en más estar en el manual interno de árbitros, médicos, periodistas, fiscales, promotores y dirigentes, para encender la alarma cuando sea preciso. Saber leer el lenguaje de los gestos es tan difícil como imprescindible. Tan importante como respetarse a sí mismo, más allá de reglas. Y aprender a distinguir el delgado límite entre el juego, el deporte, y el riesgo.

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