15 enero, 2018 Roberto Ryder López América Latina y el
Caribe,
Cataratas del Iguazú en Paraná (Brasil). Fuente: Rodrigo Soldon (Flickr) |
Desde la década de los setenta los Estados Unidos de América
han sufrido un proceso de estancamiento económico importante. A pesar de todos
los esfuerzos de las nuevas Administraciones para contrarrestar los efectos del
mandato de George W. Bush, la herida provocada por el ataque a las Torres
Gemelas el 9 de septiembre del 2001 y los fantasmas de la crisis del 2008
parecen no haber desaparecido.
A sus bajos niveles de productividad se suman su menor
participación en el PIB mundial, los déficits de su balanza comercial, la
financiarización progresiva de su economía y los problemas de corrupción dentro
de su sistema bancario. Todo ello permite explicar, de manera somera, cómo los
EE. UU. han tenido serios problemas para mantener su hegemonía. Después de
todo, el poder del país siempre ha residido en su economía; sobre ella se ha
edificado su poderío militar y la influencia cultural al extender por el
planeta un estilo de vida propio en el que se articulan la libertad y la
riqueza material como elementos esenciales de su hegemonía.
La idea de un mundo unipolar en donde EE. UU. es el líder
absoluto e indiscutible comienza a cuestionarse con la aparición de nuevos y
desafiantes actores en el panorama internacional. Tanto la Unión Europea como
los tigres asiáticos representan una amenaza constante para el Gobierno
estadounidense, que cada vez tiene más dificultades a la hora de dictar las
reglas en el mundo. A esto se suma la presencia de países como Brasil, Rusia,
India y China, que intentan hacer un grupo económico de contrapeso frente a los
Estados Unidos.
Asimismo, el impacto de la crisis económica de 2008 no tuvo
precedentes: provocó la caída de varias instituciones bancarias y financieras
consideradas “demasiado grandes para fracasar”. El atentado sufrido el 11S ya
había significado un duro golpe para un país que se pensaba invulnerable ante
las amenazas externas. Fue después del ataque cuando se dio un aumento
explosivo del gasto en defensa y en investigación y desarrollo para el estudio
de nuevas soluciones tecnológicas con que enfrentar la amenaza, en detrimento
del gasto otrora dedicado al desarrollo social del país. El problema de la
crisis financiera también contribuyó al empobrecimiento de la clase media y
obligó al Gobierno a tomar medidas drásticas tanto en el interior como al
exterior.
Otra de las características principales de esta nueva
situación comprometida es que ocurrió en el marco de la crisis energética. Esta
se encuentra estrechamente relacionada con el agotamiento de recursos naturales
estratégicos, como el agua, los minerales y el petróleo, que pasan a
convertirse en un asunto de seguridad nacional y, por ende, vinculados a las
fuertes políticas de militarización que ha ejecutado el Gobierno estadounidense
a lo largo y ancho del planeta a través de la creación de iniciativas como la
Doctrina de Seguridad Nacional.
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