Por Eduardo Aliverti
Contra todas las estratagemas del
cotillón comunicacional del Gobierno, los datos de la semana volvieron a
derrumbar expectativas favorables sobre el andar de la economía. Y un aspecto
naturalmente complementario es que empiezan a enviar fuerzas represivas hacia
las zonas más amenazantes del país.
Editorialistas de los medios que
responden al macrismo hablan de alarmas severas dentro del establishment, y los
únicos “brotes verdes” propagandizados resultan diluidos hasta un extremo que
pone en duda la seriedad de los gurúes oficiales. ¿En verdad desaciertan, o
simplemente se trata de que recurren a maniobras distractivas para ocultar,
como sea, los efectos de una política que sólo puede conducir a procesos
recesivos? El ejemplo de lo ocurrido con relación al despacho de cemento, que
Alfredo Zaiat retomó en su artículo del jueves, es botón de muestra notable. Un
tuit de la cuenta oficial de Alfonso Prat-Gay decía que el rubro había
comenzado a crecer, que cambió la tendencia y que arrancó la obra pública. Se refería
a números de agosto. Pero ocurrió que, en septiembre, los envíos de cemento
cayeron un 11,1 por ciento interanual, y que además bajaron 4,1 por ciento
respecto del supuestamente reactivador agosto. Sucedió que en ese mes hubo
menos días de lluvia y más días hábiles que en el mismo mes del año pasado, con
lo cual el dato era fingido. Quizás, una respuesta es que se complementan los
dos factores probables: la burrada técnica y la necesidad de encubrir mediante
artilugios a los que, desde ya, la prensa oficialista no prestará atención
alguna. Sin embargo, entre quienes cortan la torta es más complicado entretener
con pases de magia o manipuleo de cifras. Por la Unión Industrial circula un
documento que señala más del 5 por ciento de caída en el sector, en agosto; y
no deja de conmover la cita de que los hombres de negocios requieren un
verdadero programa de desarrollo, en lugar de la mera improvisación –o casi
nadería– que ahora dicen advertir entre los administradores de Cambiemos. Más
aún, se respaldan en una frase de Paolo Rocca, el CEO de Techint, durante la
kermesse de pares que el Gobierno montó hace unas semanas en el Centro Cultural
Kirchner (que de monumento a la corrupción y a la elefantiasis kirchnerista se
convirtió en el ámbito preferido del macrismo, para sus juntadas ejecutivas y
espirituales): “Argentina debe generar un proceso para desarrollar e integrar a
los millones de personas pobres que viven en el Conurbano”. Enternecedor.
La impericia y la falta de
timming en la conducción política, que no la ausencia de firmeza en su marcha a
derecha, llevaron a un nuevo desaguisado en la relación con los sindicatos. El
Gobierno se enredó solo, sin ayuda de nadie, en las rondas del minué que
intenta frenar la convocatoria a un paro general. Eso sí que es todo un mérito
de improvisados, porque desaprovechar de tamaña manera al anodino triunvirato
cegetista no es algo fácil de entender. Véase la secuencia. Autoridades y
gremialistas se reúnen para acordar unos pocos puntos centrales. Bono
extraordinario como cierre de temporada para trabajadores, jubilados y
beneficiarios de planes sociales, más exención de Ganancias en el pago del
medio aguinaldo. Clima de optimismo generalizado tras el cónclave. Prat Gay
adelanta que el bono será concedido. Rogelio Frigerio, ministro del Interior,
lo desmiente al par de días y enfatiza que no se arregló otorgarle nada a la
CGT. Las provincias trinan, a su turno, porque, de cada 100 pesos que se
recaudan por el impuesto, 64 se coparticipan con ellas y una rebaja o quita les
restaría fondos a sus arcas carcomidas. Y a lo cual habría de sumarse la
erogación por el bono. Es un apunte que se conocía de sobra y que el Gobierno,
como si hiciera falta, había chequeado en las reuniones sostenidas con todos
los gobernadores. Los triunviros gremiales fruncen el ceño. El ministro de
Trabajo, Jorge Triaca, desde el Gobierno que puso la soga al cuello del Estado
por obra de eliminar retenciones y transferir a los sectores de mayores
ingresos alrededor de 38 mil millones de dólares, avisa que no se puede
desfinanciar al Estado con medidas irresponsables. Se anuncia entonces que el
bono será apenas y gracias para quienes ganan menos. Juan Carlos Schmid, uno de
los jefes cegetistas, anticipa que la meneada cifra de 750 pesos como todo concepto
“es una burla”. María Eugenia Vidal se lava las manos, pero adelanta que en la
provincia de Buenos Aires tampoco se puede comprometer a nada que no pueda
pagar. Síntesis: de una semana para otra, el Gobierno cambió expectativas de
respuesta positiva, que uno de sus ministros ratificó en declaraciones
públicas, por un embrollo del que necesita dar marcha atrás porque las cuentas
no le cierran si es cuestión de distribuir unos pocos pesos. Si el piso de las
intenciones oficiales pasó a ser éste, imagínese qué podría esperarse acerca de
reabrir paritarias a fin de siquiera empardarle a una inflación que ya se
deglutió unos 15 puntos porcentuales del salario real. ¿Qué hará la conducción
cegetista ante esta fantochada? ¿Llamará a debatir sobre el debate de que se
debata una medida de carácter nacional?
La disposición de enviar fuerzas
federales a 33 municipios bonaerenses, con atención especial en La Matanza y
Mar del Plata, acepta ser vista cual mecanismo preventivo frente a lo que se
imagina como un fin de año marcadamente difícil. En líneas generales, la
gobernación de Vidal viene tejiendo acuerdos con varias intendencias para
mantener planes asistenciales que, según una mayoría de opiniones oficiosas,
servirán para sujetar climas explosivos. Pero esa contención podría no alcanzar
si persiste el estadio económico que no sólo adelgazó el bolsillo de la clase
media, sino que volvió a sumergir a los sectores populares en una realidad y
panorama indefensos. Cualquiera que recorra la periferia de las grandes ciudades,
y aun mismo en ellas, advierte ipso facto un crecimiento ostensible de
marginalidad y gente en situación de calle. El gobierno de los CEOs, como
respuesta estructural, tiene la única ocurrencia de mandar gendarmes, a más de
persistir en fabulaciones que llegan a hablar de riesgos terroristas. Pero
ninguna de esas patéticas fantasías debe ser subestimada, porque esta historia
de las amenazas preocupantes también se vio ya chiquicientas veces cuando se
entronizan los proyectos conservadores. Son el caldo de cultivo para justificar
la represión, cuyas dosis no tan homeopáticas se advierten en el accionar
prepotente de unas policías habilitadas para patotear. El caso de Iván y
Ezequiel, los chicos de 18 y 15 años que trabajan en la revista La Garganta Poderosa
y que fueron retenidos y torturados por efectivos de la Prefectura, junto al
Riachuelo, el 24 de septiembre, adquirió cierta dimensión porque la denuncia
fue inmediata y el activismo en las redes lo expandió contra un silencio
granmediático absoluto que tuvo compañía: pasaron dos semanas y ninguna
autoridad dijo una palabra al respecto. Nuestro colega Luis Bruschtein mencionó
la posición que asume y propaga Gonzalo Cané, un alto funcionario del
Ministerio de Seguridad encabezado por Patricia Bullrich. Es conocido
justamente en las redes debido a que elogia la justicia por mano propia, y
afirmó que los Estados que desarman a su población son autoritarios. ¿De qué
asombrarse, sin embargo? ¿O acaso no fue el propio Macri quien, cuando el
episodio del carnicero de Zárate, expresó que debía comprenderse su actitud y,
con ello, autorizó la idea de que el Estado puede retirarse del control de la
fuerza? Como bien agrega Bruschtein, el discurso mediático amplifica el
pensamiento de este tipo de energúmenos. Y es así por mucho que lo dibujen en
esos debates televisivos armados con la presencia de algún contendor, siempre
en minoría. El solo hecho de que los medios se presten o, mejor, catapulten,
una polémica cavernícola, atiende después de todo a la lógica del frente que
conforman la derecha gobernante propiamente dicha, el aparato judicial y los
medios hegemónicos.
La habilitación represiva se
produce cuando el gobierno de Macri apenas lleva diez meses. Está en relación
directamente proporcional a un ajuste contra las mayorías que, graciosamente,
califican de “gradualista” no sólo en las usinas oficiales sino también desde
algunos sectores del llamado pensamiento heterodoxo. Pero es cierto que el
gurkaje de los economistas y comunicadores del macrismo pide más ajuste
todavía. Restricción fiscal, en su lenguaje. Y por ese camino se suscita el
ridículo de mentar la existencia de “halcones” y “palomas” (Sturzenegger versus
Prat Gay), como si hubiera derecha e izquierda dentro de una única propuesta y
desarrollo reaccionarios.
Caer en esa trampa de los matices
es una ingenuidad desopilante, que la realidad se encarga de desmentir a cada
paso y gesto gubernamentales. Como dice la vieja canción tantas veces citada,
las cosas se cuentan solas. Sólo hay que saber mirar.
Fuente:Pagina 12
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