Por Roberto Caballero
La grieta" sigue siendo una operación cultural efectiva
para la sobrevida de los intelectuales con soporte mediático que la inventaron
como excusa para aislar al kirchnerismo y sus referentes del universo de
visiones habilitadas para describir lo que sucede en la Argentina y el mundo.
El kirchnerismo hoy
intenta ser sometido a una suerte de exilio interno.
Esa nueva zanja de Alsina que trazaron rige buena parte del
actual sistema cultural, con ideas y conductas oficializadas, e irradia hacia
el conjunto de las dirigencias que terminan subordinadas a un sentido común
premiado; a la vez que estigmatiza por "locas",
"controversiales", "sectarias", "soberbias" e
"irritantes" a las miradas o perspectivas que lo cuestionan o,
simplemente, lo contradicen.
Roberto Caballero |
De un lado de "la grieta", entonces, se ubican los
portadores de un pensamiento aceptable y saludable; y del otro, los que
encarnan el repudiable y enfermizo. Lo razonable frente a lo irracional, lo
deseable frente a lo indeseable, lo práctico frente a lo complejo, lo admitido
frente a lo inadmisible.
A grandes trazos, con todos los matices que se quieran
adjudicar al análisis, entre los primeros se inscriben aquellos que achacan
buena parte de los males al "populismo", los que reducen los últimos
12 años de políticas públicas a dos o tres artículos del Código Penal, los que
bregan por devolverle el manejo de la economía y de la gestión pública al
"saber técnico" supuestamente incontaminado de política, los que
asumen que hubo "un exceso de confrontación" en la vida pública
reciente, en definitiva, a todos los que abonan un nuevo paradigma –supuestamente–
moderno, descafeinado y consensual que conjuga volátiles y alegres promesas de
mejoras con el escepticismo del todo no se va a poder, nunca.
En el lado opuesto vendrían a estar los que rescatan a viva
voz la experiencia de tres gobiernos democráticos sucesivos, con importantes
logros en materia social y económica después del derrumbe del 2001, la política
como herramienta de transformación, el Estado como articulador de las demandas
y necesidades ciudadanas, las grandes movilizaciones, el rescate de las tradiciones
nacionales y populares, y la reivindicación de las actitudes desafiantes ante
los grupos fácticos de poder que atenazan las posibilidades colectivas, en
resumen, gente que quiere que lo deseable se produzca, haciendo todo lo que
deba hacerse para concretarlo, también en el marco de la democracia.
La impresionante maquinaria mediática y propagandística de
la que goza en su favor el campo del "cambio" hace suponer que los
primeros son una infinita mayoría y los segundos una minoría, molesta y
vocinglera, que merece ser desterrada a una especie de Siberia, alejada de las
discusiones del presente.
Cuando se analizan los discursos habilitados desde la TV, la
radio y los diarios oficialistas, es decir, la gran mayoría, no escapa a la
mirada más o menos crítica, que el kirchnerismo hoy intenta ser sometido a una
suerte de exilio interno, donde sus perspectivas, saberes y experiencias sean
reducidas a la nada. O, peor aun, a las crónicas insalubres donde conviven
hechos y personajes abominables, sin que haya –hasta el momento– una reacción
que advierta que esta infame persecución, estimulada desde el Estado macrista e
instrumentada por sus funcionarios y sus tanques mediáticos, es una de las
formas de la violencia simbólica que nuestro país ya conoció y derivó en
proscripciones, tragedias, represiones y desapariciones.
En este contexto, que un grupo de intelectuales haya
levantado su voz para objetar que dos universidades nacionales, la de Quilmes y
la de Avellaneda –en el marco de sus autonomías–, le otorguen doctorados
honoris causa a la expresidenta Cristina Kirchner, porque durante su gestión no
quedó ninguna provincia sin casa de altos estudios por inaugurar –un logro de
gestión del que otros mandatarios se han privado por voluntad propia–, no sólo
es un éxito de "la grieta", de los que viven de ella y de las
operaciones oficiales destinadas a perpetuarla, sino un ejemplo claro del grado
de despreocupación de pensadores como Roberto Gargarella, Alejandro Katz,
Beatriz Sarlo, Maristella Svampa, Rubén Lo Vuolo, Pablo Alabarces, Daniel
Muchnick, José Nun, entre otros, por los asuntos del presente y sus dramáticos
ribetes, incubados al calor del revanchismo y la demonización del último año,
problemas sobre los que no se conocen sus opiniones.
Entrevistada en el programa Código Político, de TN, la
propia Sarlo se quejó porque ella no es doctora ("cuando teníamos la edad
de hacer el doctorado la dictadura nos prohibió entrar a la universidad")
y la UBA todavía no le concedió tal honor ("es la única distinción que
recibiría con gusto"), para luego arremeter contra Kirchner: "La
señora de Kirchner debería tener en cuenta eso. Honoris Causa no es cualquier
cosa, es porque usted lo ha merecido. Por el momento, la señora Cristina ha
hecho muchos méritos para sus seguidores, pero méritos para Honoris Causa no
hizo, no que lo justifique (…) Es un poco insultante lo que hicieron al unísono
dos universidades. Eso, simplemente."
Preguntarle a Sarlo por qué no cursó un doctorado en los 33
años posteriores al fin de la dictadura sería desconocer su trayectoria
académica, algo que –según su testimonio– podría estar haciendo la UBA y no el
kirchnerismo como espacio político. Sobre los méritos, como en cualquier
evaluación, no corresponde al postulante o examinado decidir sobre su
genialidad, aunque la tenga en volumen excepcional, como Sarlo: para eso
existen los que evalúan. Sarlo mezcla cosas que no merecen ser mezcladas. No en
la prédica, al menos, de alguien con su capacidad: su disgusto por la falta de
reconocimiento de sus pares, humano, comprensible, deriva en una crítica
furiosa a la autonomía universitaria y a la figura de Cristina Kirchner, de
modo menos comprensible.
Las comparaciones siempre son odiosas. Sarlo es Sarlo y
Cristina Kirchner es Cristina Kirchner. Una de ellas llegó a la presidencia del
país en dos oportunidades, por el voto popular, en elecciones democráticas y
sin proscripciones; y tuvo una política educativa –superior en calidad e
inversión que la que tuvieron sus antecesores en el cargo– por la que es ahora
reconocida, también, en parte del mundo académico.
De Sarlo todavía se espera que, habiendo sido parte de una
generación víctima de la dictadura, como intelectual crítica, independiente y
comprometida con la realidad de todos estos años, levante también su voz con
energía para alertar al gobierno de Cambiemos sobre las consecuencias de la
estigmatización de espacios políticos opositores, independientemente de si son
los que sostienen sus propias ideas u otras distintas.
Porque, ¿qué merito tiene sentarse en el set de TN, del
grupo comunicacional que –ahora se sabe– se benefició de Videla con Papel
Prensa para criticar a Cristina Kirchner por algo que hizo bien y no a Mauricio
Macri que mantiene en vilo a toda la comunidad universitaria con sus recortes
presupuestarios y tarifazos?
Es sólo una pregunta, que lleva a otro gran misterio: ¿dónde
están los intelectuales críticos que no critican, o se refugian en la crítica
al pasado para no tomar la brasa del presente dramático en sus manos?
"La grieta" no es justificación para la inacción.
La derecha no viene por el kirchnerismo, solamente. Van también por todos los
que crean que pensar vale la pena, aunque se piense distinto.
También por Sarlo y por todos los científicos y académicos,
aunque ella no termine de asumirlo, enojada como está porque la UBA no la
distingue, como seguro merece. «
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