"Si lográbamos comprender el
mecanismo y los resortes de la mentalidad colectiva, ¿acaso no podríamos
controlar a las masas y movilizarlas a voluntad sin que ellas se dieran cuenta?
La manipulación consciente, inteligente, de las opiniones y los hábitos organizados
de las masas juega un rol crucial en una sociedad democrática. Quienes
manipulan ese mecanismo social imperceptible forman un gobierno invisible que
realmente dirige el país". Esto lo escribió Edwards Bernays en Propaganda.
Lo hizo hace 89 años. Parece que fue ayer.
La idea aplasta por su actualidad. Y asusta
que un gobierno que no se ve, que no se conoce, que nadie eligió, ordene la
vida de las personas sin su consentimiento.
Ewdars Bernays nunca ejerció de
agrónomo, luego de tres años de estudios en la Universidad de Cornell. Abrazó
el periodismo, que finalmente le mostraría su verdadera vocación. Pero eso será
un poco más tarde.
Empezó colaborando en una revista
de medicina. En 1913, realizó una crítica en la Medical Review of Review donde
elogiaba la obra “Los Estropeados” del dramaturgo francés Eugene Brieux. La
historia consiste en un hombre que contrae sífilis y esconde esa enfermedad a
su novia. Luego, se casan y fruto de la relación nace un hijo sifilítico. No
era sencillo hablar de enfermedades sexuales y los métodos para prevenirlos en
las pacatas sociedades de principios de siglo XX.
El reconocido actor Richard
Bennet decide montar la obra. Como era de esperar, tal decisión no fue bien
vista por el gran público. Bernays presentará la obra y, además, la producirá.
Con una simple técnica, convirtió
ese adverso público en los primeros espectadores de Los Estropeados. Para ello
agregó una tercera persona entre la obra y el público: una organización o
asociación, aparentemente desinteresada, con prestigio académico, científico,
éticamente intachable. Organizó el Sociological Found Commitee de la Medical
Review of Reviews, que vio con buenos ojos la puesta en escena de la obra de
Brieux.
La reputación de la revista, la
notoriedad de Bennet y el repentino prestigio de la fundación fueron el
vehículo entre el renuente público y la obra del conflicto. Además, muchas
personalidades pagaban para ser parte de esa organización. Con esos fondos,
produjo Los Estropeados.
Se terminó el periodismo para Bernays
y comenzó la intermediación entre el público y sus clientes. O, la propaganda
Noam Chomsky sostiene que
“Propaganda” es el manual de las relaciones públicas con que Bernays se
presenta. Probablemente nunca imaginó la actualidad que su obra tendría casi un
siglo después.
A partir de la Comisión Creel
esta intermediación comenzó a ser tomada en serio por los gobiernos como un
mecanismo de cambiar la opinión pública. El pueblo norteamericano no estaba
convencido de entrar en la Gran Guerra. Por eso, a los pocos días de entrar al
conflicto, el 1 de abril de 1917 el presidente Wilson crea la Comisión de
Información Pública (CPI), que sería conocida por el nombre del periodista que
la dirigió, George Creel. La conformaron periodistas, publicistas e intelectuales.
Entre ellos, estaba Edward Bernays.
La Comisión Creel creó una ingeniería social
que enlazaba prensa, cine, teatros, folletos, afiches callejeros, entre otros.
El más conocido es el del Tío Sam y la frase “I want you for US Army (Te quiero
para el Ejército de los EEUU). Otro menos notorio fue el de “los hombres de
cuatro minutos”, que consistía en que decenas de miles de personas, famosas o
no, se levantaran en lugares públicos, cines, teatros, iglesias y sinagogas, o
donde fuera, y en cuatro minutos dieran un discurso de solo doscientos cuarenta
segundos en favor de la decisión de EEUU de entrar a la guerra y movilizarse
como voluntarios. Se calculan más de 75 mil voluntarios, más de 7,5 millones de
discursos y 300 millones de espectadores.
Después del éxito de la Comisión
Creel, Bernays escribió: “Desde luego, es el asombroso éxito que recogió la
comisión durante la guerra lo que abrió los ojos de una minoría de individuos
inteligentes en cuanto las posibilidades de movilizar la opinión para cualquier
tipo de causa”.
Al pretender dar un enfoque
científico a la publicidad, Bernays buscó ayuda en las ciencias sociales. Sus
científicos más destacados son Walter Lippman, Graham Wallas, Gustave Le Bon,
James Madison, entre otros. De ellos extrae la idea que la masa es inepta para
ejercer como ciudadano en una democracia y se vuelve un obstáculo y una amenaza
para el cualquier gobierno. Éste debe estar en manos de los más capaces que no
son otros que una minoría adinerada que resguardará a la mayoría.
Entonces, la tarea será mantener
a la masa contenta y dispuesta a elegir a los hombres más capaces. Y para que
no se conviertan en una “manada de salvajes”, como dice Lippman, deben aceptar
su papel secundario y para eso es necesario manipular su opinión y fabricar
consentimientos.
Bernays pretende, entonces,
cristalizar la opinión pública a través de los medios masivos de comunicación
(véase que ya se hablaba de ellos a principios del siglo pasado), con el
procedimiento que llamaba “organizar el caos”: “Es posible moldear la opinión
de las masas para convencerlas de que comprometan su fuerza recientemente
adquirida en la dirección deseada. La propaganda es el órgano ejecutivo del
gobierno invisible”.
Una minoría descubrió que podía
moldear la opinión de las mayorías, redirigiéndola hacia el lugar deseado. La
propaganda será esencial para que toda actividad o idea política, económica,
racial, cultura, educativa, entre otras dimensiones, domestique al grupo o
masa, convirtiéndose en “el brazo ejecutor del gobierno invisible”.
“Cristalizando la opinión pública” fue otro de
los libros de Bernays, consultado de manera cotidiana por Joseph Goebbles. Karl
von Weingan fue un periodista estadounidense que entrevistó al propagandista
nazi y le contó que usó ese libro para organizar toda la maquinaria
propagandística contra los judíos de Alemania. Bernays reconocería años después
que esa campaña “no eran en absoluto un arrebato emotivo de los nazis, sino que
se inscribían en el marco de una campaña deliberada y planificada”.
Bernays define a la propaganda
como “el mecanismo por el cual se diseminan la ideas a gran escala”. Pero da
una vuelta de tuerca cuando define a la propaganda moderna: es “el intento
consecuente y duradero de crear o dar forma a los acontecimientos con el objetivo
de influir sobre las relaciones del público con una empresa, idea o grupo.”
Ejemplificó con la primera página
de una edición de The New York Times. Dijo que hay ocho noticias destacadas y
que cuatro de ellas son propaganda. Las citó y analizó. Dice la primera: “Doce
naciones advierten a China por sobre la necesidad de reformas reales si quiere
recibir ayuda”. Dejó aclarada la posición del Departamento de Estado frente a
este conflicto y que esa autoridad estaba acompañada internacionalmente. La opinión
pública aceptará y apoyará en esas circunstancias al Departamento de Estado.
“Pritchett anuncia que el
sionismo fracasará”, dice el otro titular. El doctor Pritchett realiza una
descripción objetiva de la mayor inquina entre judíos y árabes que traerá ese
asentamiento colonial. La tercera persona entre el público y la idea fue la
Fundación Carnegie por la Paz Internacional que diseminó esa idea. Después citó
dos titulares más: “Agentes inmobiliarios exigen una investigación sobre el
transporte” y “Nuestro nivel de vida es el más alto de la historia, afirma el
Informe Hoover” y los analizó como tendientes a inclinar la opinión pública
hacia una lado determinado.
Sobre estos ejemplos concluye
Bernays: “Deseo demostrar que la dirección que se da a los acontecimientos es
muy consciente y que detrás de estos mismos acontecimientos se ocultan siempre
personas con una gran influencia sobre la opinión pública”.
Norman Baillargeon prologó la
edición de 2007 del libro de Bernays. Decía en ese prólogo que el gobierno
invisible está detrás de lo menos imaginado por la masa manipulable y
manipulada. Y narró una interesante historia. Hacia mitad del siglo pasado, el
tranvía desapareció de la vida norteamericana. No fue casualidad que un medio
de transporte ecológico, económico, cómodo y seguro, e instalado en la
sociedad, haya desaparecido en solo tres décadas. Fue la causalidad del
gobierno invisible.
Ese gobierno invisible estuvo
formado por la General Motors, Firestone y la Standar Oil California. Siguiendo
a Bernays en Los Estropeados, el triunvirato formó la National City Lines. Su
misión fue instalar el automóvil como medio de transporte y sustituir el
tranvía por autobuses que serían provistos por empresas del trio. Así, uno
ponía el vehículo, otro los neumáticos, otro el combustible; los tres los
autobuses. Para que el negocio sea más redituable se creó la National Highway
User Conference: con ciudades abarrotadas de automóviles y colectivos, hubo que
construir autopistas. La maniobra llegó a la justicia 30 años después y las
empresas fueron multadas con ¡5 mil dólares! Nada volvería a ser como antes.
La manipulación de las masas por el gobierno
invisible a través de la propaganda tiene una barrera infranqueable e
impenetrable: la conciencia social. Y Bernay lo sabía. Contó que nunca supo
manejar y que siempre tuvo choferes. Dumb Jack era uno de ellos. El pago que
recibía y las condiciones de trabajo lo convertían en un esclavo. Trabajaba de
lunes a lunes desde que salía el sol hasta yanavanzada la noche. Cobrara 25
dólares a la semana y tenía medio día de descanso jueves por medio. “No era un
mal negocio”, reconoció: “Pero eso fue antes que la gente adquiera una
conciencia social”.
El gobierno invisible de Bernays
lo integran personas ocultas y desconocidas que moldean los pensamientos y
costumbre de millones de personal. “La mente del grupo no piensa” concluye
aprendiendo de Le Bon. El público actúa por impulsos, emociones, costumbres.
Los clichés, slogans, más modernamente los zócalos de TV y los títulos de
periódicos, los memes y placas de las redes sociales, entre otros, sintetizan
el pensamiento y lo redireccionan hacia los intereses de los soberanos
invisibles: “Estos son los que manejan gran parte de tus horas libres, de tus
deseos, de tus ganas de consumir, de tus simpatías políticas, y lo que es peor
de todos, de tu libertad”, afirmó cierta vez un comunicador antes de cambiar de
opinión.
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