Un grupo de jóvenes desvió un
vuelo de Aerolíneas Argentinas y aterrizó en las islas.
El Operativo Cóndor fue una
acción armada llevada a cabo el 28 y 29 de septiembre de 1966 por un grupo de
argentinos que desvió un avión civil de Aerolíneas Argentinas y obligó a su
comandante a aterrizar en las islas Malvinas, ocupadas por el Reino Unido pero
reclamadas históricamente por la Argentina.
El 28 de septiembre de 1966, un
comando armado de 18 estudiantes, obreros, sindicalistas y periodistas, en su
mayoría militantes peronistas y nacionalistas, secuestró un avión Douglas DC-4
LV-AGG de Aerolíneas Argentinas, que había partido desde Buenos Aires a la
00:34 y tenía por destino a Río Gallegos, y lo desvió, aterrizando en las islas
Malvinas unas horas más tarde. Los jóvenes se llamaban a sí mismos «cóndores»;
casi todos eran peronistas. La edad promedio del grupo era de 22 años.
El Operativo Cóndor ―como fue
bautizada la acción armada― fue comandado por Dardo Cabo, de 25 años de edad,
periodista, metalúrgico y activo militante peronista nacionalista, hijo del
sindicalista Armando Cabo.
Los miembros del Operativo Cóndor fueron:
María Cristina Verrier,
dramaturga y periodista (27 años), hija de César Verrier (juez de la Suprema
Corte de Justicia y funcionario del gobierno del expresidente Arturo Frondizi)
Fernando Aguirre, empleado de
(20)Ricardo Ahe, empleado de (20)Pedro Bernardini, obrero metalúrgico (28)Juan
Bovo, obrero metalúrgico (21)Luis Caprara, estudiante de ingeniería (20)
Andrés Castillo, empleado de la
Caja de Ahorro (23)Víctor Chazarreta, obrero metalúrgico (32)
Alejandro Giovenco Romero (21)Norberto
Karasiewicz, obrero matalúrgico (20)Fernando Lisardo, empleado (20)Edelmiro Jesús
Ramón Navarro, empleado (27)Aldo Ramírez, estudiante (18)Juan Carlos Rodríguez,
empleado (31)Edgardo Salcedo, estudiante (24)Ramón Sánchez, obrero (20)Pedro
Tursi, empleado (29)
El comandante de la aeronave era
Ernesto Fernández García, y entre los pasajeros figuraba el gobernador del por
entonces Territorio Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del
Atlántico Sur, contraalmirante José María Guzmán. También viajaba en el avión
el periodista y empresario Héctor Ricardo García, dueño del diario porteño
Crónica.
Hacia las 6 de la mañana, cuando
el avión, con 35 pasajeros a bordo, sobrevolaba la ciudad de Puerto Santa Cruz,
los integrantes del grupo tomaron las armas que llevaban ocultas en los
equipajes y consiguieron el control del avión: Dardo Cabo y Alejandro Giovenco
se dirigieron a la cabina, donde exigieron al piloto que torciera al rumbo 105,
hacia Malvinas. Este alegó falta de combustible y desconocimiento de la ruta de
navegación correspondiente, pero finalmente obedeció las órdenes. Para no
atemorizar a los pasajeros, se les informó que la aeronave regresaba a Comodoro
Rivadavia.
El piloto logró encontrar la
ubicación de las islas gracias a las diferencias en el patrón de la cobertura
nubosa que frecuentemente las cubre. Entre algunos claros divisaron tierra
firme y tras algunas rondas de reconocimiento que les permitieron localizar la
población de Puerto Stanley,1 aterrizaron a las 08:42 en la pista de carreras
de caballos de 800 m de largo, después de haber sobrevolado durante 40 minutos
el lugar para gastar combustible, detrás de la casa del gobernador inglés Cosmo
Dugal Patrick Thomas Haskard (ausente ese día), sobre una pista para carreras
hípicas. Abrieron las puertas, se tiraron con sogas, desplegaron delante del
avión en forma de abanico e izaron siete banderas argentinas.2 Debido a la
dirección del viento el avión debió aterrizar alejándose del poblado, por lo
que el grupo descartó la variante A ―tomar la casa del gobernador― ya que se
carecía del elemento sorpresa. Los jóvenes descendieron, nombraron al lugar
como Puerto Rivero, en homenaje al gaucho entrerriano Antonio Rivero que en
1833 resistió la invasión británica al archipiélago, y desplegaron siete
banderas argentinas en las inmediaciones: cinco en los alambrados, otra en el
avión, y la restante en una especie de poste de hierro cercano hincado en el
suelo que sirvió así de mástil.
Numerosos civiles malvinenses
(kelpers) se acercaron a ver qué ocurría. Algunos fueron tomados como rehenes,
entre ellos el jefe de policía y el jefe de los marines británicos. Entre los
restantes el comando distribuyó una proclama escrita en inglés; el texto
informaba que los jóvenes no eran agresores sino argentinos que consideraban a
las islas como parte de su propio país. Al poco tiempo el avión fue rodeado por
la Fuerza de Defensa de las Islas Malvinas, a las que se unió casi un centenar
de civiles kelpers.
Los jóvenes realizaron un
comunicado utilizando la radio del avión, cuyas palabras tuvieron amplia
repercusión en la Argentina.
«Operación Cóndor cumplida.
Pasajeros, tripulantes y equipo sin novedad. Posición Puerto Rivero (islas
Malvinas), autoridades inglesas nos consideran detenidos. Jefe de Policía e
Infantería tomados como rehenes por nosotros hasta tanto gobernador inglés
anule detención y reconozca que estamos en territorio argentino.»
El radioaficionado Anthony Hardy
reprodujo la noticia, y su señal fue captada en Trelew, Punta Arenas y Río
Gallegos, retransmitiéndose a Buenos Aires. Por la tarde, los civiles e
infantes de marina británicos trabajaban en la instalación de reflectores,
altoparlantes con música marcial, y nidos de ametralladora en las inmediaciones
del avión. En los siete jeep ubicados delante y detrás del avión se habían
apostado policías, infantes y civiles armados; en lo alto de un cerro vecino se
habían desplegado tres carpas de campaña con refuerzos militares.
Por pedido expreso del líder del
comando argentino, el padre Rodolfo Roel (de origen holandés), sacerdote
católico de la isla, ofició una misa en castellano en el interior del fuselaje.
Gracias a las gestiones del párroco, los tripulantes y pasajeros pudieron ser
alojados en casas de familia de los isleños.
A las 04:30 del día siguiente, el
gobernador británico, Cosmo Dugal Patrick Thomas Haskard, emitió un comunicado
en el que exigía la rendición incondicional del grupo. Afirmaba que los
soldados y policías tenían órdenes de disparar. El comando argentino se negó a
entregarse. A las 15:00 hubo otra gestión con ese mismo propósito, esta vez a
cargo del padre Roel, que también tuvo resultado negativo.
A las 17:00, los argentinos y el
sacerdote salieron del fuselaje. Con el pabellón en brazos entonaron el Himno
Nacional argentino, vigilados a 200 metros por los puestos de los militares
británicos. Media hora más tarde entregaron las armas al comandante del Douglas
DC-4, como había sido prometido. Pasaron casi 48 horas en la capilla de Puerto
argentino. Rompiendo el pacto que tenían con Roel,[cita requerida] los
británicos realizaron una requisa en el salón parroquial, y los «cóndores»
decidieron que lo único que defenderían serían las banderas argentinas, por lo
que Cabo, Giovenco, Rodríguez y Navarro envolvieron su pecho con ellas, bajo
sus ropas. Afortunadamente los británicos, al ver la decisión de estos, no
pretendieron apoderarse de dichas banderas.
El 22 de noviembre de 1966, los
integrantes del grupo fueron procesados por el Juez Federal de Tierra del
Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, Dr. Lima, por los delitos de
«privación de la libertad personal calificada» y «tenencia de armas de guerra».
El secuestro de aviones no estaba contemplado en la legislación de la época.
Fueron patrocinados por el abogado de la Confederación General del Trabajo y la
Unión Obrera Metalúrgica Fernando Torres, el fueguino José Salomón, y otros
profesionales. El procesamiento se refirió a los hechos ocurridos al desviar la
nave aérea y no a lo ocurrido en Malvinas, que la justicia entendió que no
constituía delito. Fueron condenados el 26 de junio de 1967. El 13 de octubre,
la Cámara Federal de Bahía Blanca confirmó la sentencia, aunque hizo algunas
modificaciones menores; por ejemplo, ordenó la devolución de las banderas a
Cabo, su dueño, sosteniendo que:
«Las banderas argentinas, por el
hecho de haber tremolado sobre una porción irredenta de tierra de la Patria, no
son ni pueden ser consideradas instrumento de delito.
Por ello corresponde su oportuna
devolución a quien ha demostrado actuar como su propietario.»
La mayoría recuperó su libertad
tras los nueve meses que llevó el proceso, con prisión preventiva, pero Dardo
Cabo, Alejandro Giovenco y Juan Carlos Rodríguez debieron pasar tres años en
prisión, debido a sus antecedentes judiciales.
Más de diez años después y
durante la dictadura autodenominada Proceso de Reorganización Nacional, el 6 de
enero de 1977, Dardo Cabo, quien se encontraba detenido en La Plata por otra
causa, fue asesinado junto con otras personas en un simulacro de fuga fraguado
durante un traslado de detenidos, en una zona descampada del Parque Pereyra
Iraola ubicado entre las ciudades de La Plata y Buenos Aires.
Por su parte, Alejandro Giovenco,
que se convirtió en uno de los «burócratas y pistoleros de extrema derecha que
dirimían a balazos el contencioso ideológico con los bombos nuevos del
peronismo» y dirigente de la CNU (Concentración Nacional Universitaria)
—organización que luego colaborará con la dictadura cívico-militar y que se
encontraba ligada con la Triple A— murió en plena Avenida Corrientes de Buenos
Aires cuando le estalló una bomba que trasladaba en su portafolio, en 1974.
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