En el Atlas de las Lenguas en Peligro, que desarrolló la
Unesco, se incluye a aquellas lenguas que se hablan en el Norte del país y en
la Patagonia. Entre las vulnerables se encuentran el wichí y el pilagá y entre
las amenazadas están el mbya guaraní, qom, ava-guaraní, manjui, mocoví y
quichua.
Cuando a un argentino le preguntan qué idioma se habla en su
país, la respuesta es una: castellano. Con frecuencia se pasa por alto que en
el país se hablan otras 13 lenguas, todas ellas en peligro de extinción, según
Unesco. Son lenguas que están desprestigiadas incluso para sus hablantes, que
las consideran menos valiosas que el español. Y aunque la educación
intercultural bilingüe (EIB) es obligatoria en las comunidades que no hablan
castellano, los expertos dicen que falta avanzar en su aplicación.
El Atlas de las Lenguas en Peligro incluye a aquellas que se
hablan en el Norte del país (la zona del Gran Chaco acumula varios idiomas) y
en la Patagonia. Están en distintos estadíos: vulnerables (wichí y pilagá), amenazadas
(toba, ava-guaraní, manjui, mocoví, quichua de Santiago del Estero), en riesgo
severo (tapiete, mbya guaraní, mapuche y chorote) y en estado crítico
(tehuelche y chaná). Si bien la mayoría son lenguas indígenas, algunas son
habladas por “criollos”, como el guaraní en Corrientes o el quichua
santiagueño. Esto dificulta medir cuántos hablantes suman estos idiomas: el
Censo pregunta por la pertenencia étnica, pero no qué lengua se habla en el
hogar.
Infografía: Clarín
“Argentina les ha dado la espalda históricamente a las
lenguas indígenas –plantea la lingüista Ana María Borzone, investigadora del
Conicet–. Las lenguas desaparecen porque no se les enseña a las comunidades a
leer y escribir en su idioma en la escuela”. Aunque la EIB es obligatoria desde
2006, el avance es desparejo en las provincias; las escuelas interculturales
bilingües son rurales y suelen estar en zonas muy pobres. En otros países como
Paraguay, Perú y México, con poblaciones diferentes de la argentina, la
educación bilingüe forma parte del sistema educativo desde los ochenta.
Según Unesco, la participación de los chicos en programas
bilingües de calidad mejora el aprendizaje en su lengua materna, así como en
castellano, en todas las materias. Y facilita que los padres participen de la
vida escolar de sus hijos, aunque muchas veces son justamente los adultos
quienes rechazan que sus hijos aprendan el idioma. “Les enseñan castellano a
sus hijos para que no sufran la discriminación que ellos sufrieron, porque se
trata de lenguas desprestigiadas, que durante años estuvieron prohibidas en las
instituciones escolares”, explica Silvia Hirsch, antropóloga de la UNSAM.
En el Norte, algunos chicos llegan a la escuela sin saber
castellano, sobre todo en las comunidades con un alto uso de su lengua, como
los wichí, toba, mocoví, chorote (en el Gran Chaco) y mbya guaraní (en
Misiones). Para estos chicos (monolingües en un idioma distinto del español) es
fundamental que la escuela incorpore su lengua y tenga materiales didácticos
bilingües. “Cuando la escuela toma la lengua de la comunidad, la legitima:
indica que en esa lengua se pueden decir cosas importantes, no solo nombrar las
cosas de la intimidad”, sostiene Carolina Gandulfo, investigadora del Instituto
San José de Corrientes y la Universidad Nacional del Nordeste.
Aunque se avanzó en la formación docente en EIB y están
egresando los primeros maestros especializados, “es clave promover la formación
de docentes indígenas y que la interculturalidad permee los estudios de todos
los docentes”, dice Adriana Serrudo, antropóloga especialista en EIB. “Las
comunidades piden que se elaboren materiales y que las escuelas reconozcan a
los maestros indígenas”, plantea Hirsch. Están en juego no solo 13 lenguas,
sino 13 maneras de mirar el mundo que forman parte de la riqueza cultural del
país.
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