Estimado Sr. Lanata: Soy Jueza de Menores de la Ciudad de
Rosario y todas las personas que me conocen saben que siempre mantengo un
perfil bajo, evitando la exposición mediática no sólo personal sino,
fundamentalmente, la de todos aquellos adolescentes que por alguna razón
transitan por la oficina donde trabajo.
No obstante ello, estimo justo y adecuado referirme
públicamente a la cobertura que Usted hizo respecto de una persona menor de
edad, quien durante un reportaje se autoincriminó por varios delitos, algunos
especialmente graves.
Pero antes de exponer mis puntos de vista, quiero aclararle que
no lo hago ni desde el odio, ni desde la indignación, ni desde la palabra
exasperada, sino como una exigencia del cargo que ocupo (por la responsabilidad
social que representa) y como un ejercicio de participación ciudadana que
debería pretenderse en cualquier sociedad democrática. Por eso, no me ubique
dentro de la división maniquea de “la grieta”. No me interesa desacreditarlo a
Usted ni seguir cargando las tintas de los sentimientos más primitivos. Me
interesa construir.
Hecha esta aclaración, paso ahora a desgranar diversos
aspectos de esta cobertura mediática que no pueden dejar de ser analizados.
En primer lugar, Usted es un actor social –entre otros– que,
a través de este tipo de coberturas pretende influir en la formulación de la
Política Criminal. Y a nadie escapa que su postura se enmarca en una avanzada
neopunitivista, de mano dura, bajando los límites de la responsabilidad penal
de las personas aún por debajo de aquellos establecidos en la época de la
última dictadura militar con las leyes 22.278 y 22.803, actualmente vigentes.
Estimo que una persona de su trayectoria y experiencia no puede haber pasado
por alto esta finalidad ni ello se puede haber debido a un descuido.
En un intento de entender (y de atribuirle una finalidad
diferente a su cobertura), se me ocurre pensar que lo que Usted quiso mostrar
son las deficiencias de las políticas públicas en materia de infancia y
adolescencia, algo en lo que podríamos eventualmente coincidir Usted y yo,
sobretodo a partir de los brutales recortes presupuestarios en estas áreas
(cuyas partidas pocas veces estuvieron a la altura de las necesidades, para ser
sinceros...). Pero aún suponiendo esta finalidad ¿puede afirmarse que la nota
es un medio adecuado para alcanzarla? Antes bien, un niño pequeño confesando
ser autor de delitos graves con total despreocupación sólo parecería destinado
a desatar el aplauso de la telepatota (no tan numerosa como se cree...).
Despejada, entonces, la cuestión relativa a la finalidad de
la cobertura, resta analizar el reportaje en sí.
En primer lugar, si bien el reportaje no lo hizo Usted
personalmente –sino un colega–, lo cierto es que Usted es el responsable del
mismo en términos mediáticos, por haber tenido el poder real de decisión acerca
de su difusión y por ser el profesional con verdadero poder de convocatoria de
su programa (al punto que la audiencia alude “al programa de Lanata” sin otras
distinciones).
En segundo lugar, el reportaje no respeta siquiera los más
mínimos estándares exigibles en las coberturas mediáticas que involucran a
niñas, niños y adolescentes que se estudian en cualquier centro de formación de
Comunicación Social. A propósito, puedo recomendarle la lectura de una guía de
buenas prácticas redactada por UNICEF titulada “Por una comunicación
democrática de la Niñez y Adolescencia” que puede encontrar fácilmente en
Internet.
En efecto, y tal como le vengo diciendo, el reportaje
incurre en una larga serie de prácticas profesionales éticamente cuestionables,
entre las que se destacan (sin negar otras): no haber protegido al niño en su
derecho a la intimidad; haberlo expuesto a riesgos de sufrir represalias; haber
mostrado al niño en términos y de modo estigmatizante (amén de estereotipado);
haber reforzado una mirada punitivista (aunque sea involuntariamente); no haber
actuado con sensibilidad frente a un niño; no haber tomado los recaudos
elementales a la hora de obtener el permiso del niño y el de sus representantes
legales (preferentemente, por escrito); no haber evaluado suficientemente las
posibles derivaciones políticas, sociales y culturales del reportaje; haber
difundido el entorno comunitario del niño (la simple pixelación del rostro de
este muchachito no satisface adecuadamente las exigencias que imponen su protección);
no haber informado al niño sobre la publicación de la nota a través de
cualquier medio escrito, entre las más destacables. La difusión de este
material periodístico no habla de este niño, sino de los límites que Usted es
capaz de transgredir en el ejercicio de su profesión.
Estrategias editoriales como ésta sólo contribuyen a
reforzar una mirada estigmatizante y estereotipada de la niñez/adolescencia
pobre, creando un “otro monstruoso” al que hay que “eliminar” (neutralizar)
para poder “resolver el problema” de una vez por todas. Aún suponiendo que
Usted no lo haya querido, esto es lo que ha conseguido.
Ojalá que tanto Usted como otros colegas que optan por estas
estrategias editoriales (no tantos, gracias a Dios) puedan visualizar
finalmente que las buenas prácticas a las que antes me referí no son un límite
al ejercicio de la profesión. Al contrario. La ennoblecen.
Después de todo esto, confío en que no empleará su poder
mediático para desacreditarme (tal como veo que ha intentado hacerlo con el Sr.
Grabois, por ejemplo). En ningún momento yo intenté hacerlo con Usted (y hasta
sería un nuevo ejemplo de malas prácticas). Pero si me equivoco, y Usted opta
por desacreditarme, puedo adelantar en mi defensa que soy una persona como
cualquier otra, con mis limitaciones, mis contradicciones y hasta mis bajezas.
No me postulo como la reserva moral de nada. Pero de lo que nadie podrá dudar
jamás es de mi compromiso ético.
Finalmente, le pido que deseche (si remotamente lo
considerara) la idea de contactarse conmigo para debatir sobre el tema. Todo lo
que tenía para decir lo expuse en estas pocas líneas y cualquier otra
exposición mediática no sería más que una vana repetición de ideas.
En el convencimiento de que somos los adultos los únicos
responsables del cachorro humano, y que de nosotros depende la construcción de
un mundo que los aloje, hago propicia esta ocasión para saludarlo con mi
cordialidad.
Jueza de Menores de la 4ª Nominación de
Rosario.
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