Panorama semanal
por Alejandro Bercovich
Lisboa, Porto y Buenos Aires.- Portugal abandonó a fines de
2015 el típico recetario de ajustes fiscales y privatizaciones que había
abrazado en 2011, cuando la crisis mundial lo empujó a pedirle un rescate al
Fondo Monetario y al Banco Central Europeo, y consiguió bajar en tres años el
desempleo a la mitad y colarse entre los países que más crecen del Viejo
Continente. Desde que en diciembre último canceló además anticipadamente los
últimos u$s4.700 millones que le debía al organismo que conduce Christine
Lagarde, el "milagro" portugués se instaló como un inesperado eje de
campaña argentina. Aunque las diferencias estructurales son notorias y los
puntos de partida de ambas crisis tampoco son los mismos, Portugal genera
pasiones airadas a la izquierda y a la derecha del Gobierno porque agita un
debate clave para el mandato que comienza el 10 de diciembre: la relación del
próximo presidente con el FMI.
¿Hay que seguir aplicando las recomendaciones del Fondo o
conviene romper? ¿Cómo se puede apartarse de su recetario sin disparar una
metralla de represalias del G-7 que empeore aún más el ya deteriorado cuadro
social que dejará la gestión Cambiemos? ¿Tendrá que pedirle más ayuda Mauricio Macri
al Fondo antes del fin de su mandato, como aventuró el Instituto Internacional
de Finanzas (IIF) en un informe esta semana? ¿Está en condiciones él mismo, si
es reelecto, de renegociar los vencimientos luego de haber suscripto dos
acuerdos consecutivos cuya letra debió revisarse a los pocos meses? ¿Qué irá a
exigir Donald Trump a cambio del indispensable espaldarazo que le brindó para
flexibilizar las condiciones que había impuesto el staff al mando de Lagarde?
Son preguntas que se hacen todos los comandos de campaña con chances de
arrimarse al sillón de Rivadavia y que un rápido recorrido como el que hizo BAE
Negocios por las dos principales ciudades de Portugal puede ayudar a responder.
Lo primero es marcar las diferencias. Un portugués promedio
es el doble de rico que un argentino promedio en términos de PBI per cápita,
aunque la mitad que un alemán. En un territorio como el de la provincia de
Corrientes viven 10 millones de habitantes y el boom turístico que atraviesa es
tal que durante 2018 recibió un récord de 12 millones de visitantes. Tampoco
tiene moneda propia (fue de los socios iniciales de la eurozona que adoptaron
el euro en el 2000) y sí cuenta con el Central comunitario como prestamista de
última instancia.
Lo interesante del único país europeo sin extrema derecha en
su constelación de partidos políticos es que la gestión del premier conservador
Pedro Passos-Coelho (PSD) se había sumergido en un programa de ajuste típico
dictado por la "troika", muy similar al que abrazó Grecia en 2008 y que
la hundió en una espiral de contracción del PBI del 25%, en la emigración de
dos millones de personas, en el salto del desempleo por encima del 20% y en el
empobrecimiento generalizado de su población. En el caso portugués, la
austeridad llevó a un récord de desocupación de casi el 16% y a una depresión
económica que había empezado a ceder en 2015 pero que ya daba muestras de haber
vuelto a inicios de 2016.
Ajustar o desajustar, ésa es la cuestión
En ese contexto, el premier Antonio Costa (Partido Socialista)
asumió a fines de 2015. Su partido había salido segundo en las elecciones,
después de la centroderecha, pero consiguió formar gobierno porque recibió el
apoyo inédito del Partido Comunista (PC) y el Bloco da Esquerda, cada uno de
los cuales había obtenido el 10% de los votos, y consiguió armar una coalición
anti-ajuste. "Dar vuelta la página de la austeridad pasaba principalmente
por revertir un conjunto de políticas de reducción de ingresos que se habían
tomado durante la época de la troika para reavivar la economía y crear más
empleo. Por eso lo primero que decidimos fue devolver lo que se había recortado
a empleados públicos y jubilados y subir el salario mínimo", dijo a este
diario la ministra de Presidencia (jefa de Gabinete), Mariana Vieira da Silva.
El salario mínimo en Portugal sigue siendo el más bajo de
toda Europa occidental, pero subió de 550 a 570 euros y después a 620 (unos
$31.000). Los precios, en términos relativos, también son más bajos que en sus
vecinos más ricos. El empresario Paulo Vaz, presidente de la Asociación Textil
de Portugal, opinó que "la suba del salario mínimo no fue un problema para
el empleo" y que solamente su industria sería capaz de incorporar unos
15.000 trabajadores más de forma inmediata pero no los consigue porque la
economía está cerca del pleno empleo. Coincidió con él Miguel Pedrosa y
Rodrigues, uno de los confeccionistas de la zona de Porto, que emplea a 120
personas de manera directa y para quien el incremento de los sueldos "le
imprimió a la economía una positividad que derramó en el resto".
Aunque parte de la reforma laboral que llevó adelante la
derecha durante la era de la austeridad se mantiene vigente, no fue ésa la
clave de la recuperación del empleo. De los 350.000 puestos netos generados
desde 2016, según el Instituto de Estadísticas luso (INE), el 85% es a tiempo
indeterminado. Portugal es la Meca de los call-centers de Europa, precisamente
porque sus sueldos son más bajos que el resto del bloque comunitario, pero no
todos los empleos nuevos se crearon en los sectores de salarios bajos. El
cluster de indumentaria y textil, por caso, es uno de los polos más dinámicos
de la economía portuguesa y se reconvirtió con éxito luego de haber sido
arrasado por la crisis y la competencia de países asiáticos. Hoy el sueldo
promedio en esa industria es de 1.000 euros (unos $50.000).
Pero la gran controversia no es si los sueldos en Portugal
son bajos, que sin dudas lo son en relación al resto de Europa. Lo más
discutido es si su recuperación se debe a haber dejado de lado la receta de
ajuste del Fondo o si el rebote responde precisamente a lo contrario: a haber
ajustado antes. Lo primero es lo que sostiene el gobierno de Costa y sus
aliados y lo segundo es lo que argumentan sus antecesores de derecha, con quienes
concuerdan economistas y dirigentes argentinos como Martín Lousteau.
Entre 2015 y 2018 inclusive, según datos del INE, las
fuentes del crecimiento portugués fueron dos: el consumo y la inversión. En
esos cuatro años el consumo trepó un 10% y la inversión pegó un salto del 31%.
Pero hay otro dato que desmiente que Portugal constituya un caso de
"ajuste exitoso" de los que recomienda el FMI para los países con
problemas. Esos planes siempre procuran que quienes los aplican aumenten sus
exportaciones por encima de lo que crecen sus importaciones. Y entre 2015 y
2018 en Portugal ocurrió lo contrario: las exportaciones subieron un 29% y las
importaciones un 39%. El exviceministro de Economía Emmanuel Alvarez Agis
apunta que por eso "las exportaciones netas (cuánto aporta el comercio
exterior a la expansión de la economía) tuvieron un aporte negativo al ciclo
expansivo de -40%".
Impuestos y algo más
La llegada de turistas récord en 2018 y la moda de los
cruceros -Lisboa acaba de inaugurar un muelle cubierto de dos pisos de 5
kilómetros de largo para recibirlos- tampoco alcanza para explicar el total de
la recuperación. El peso en el PBI de esta sector pasó del 13% de 2010 al 17,3
una década después. Un crecimiento vigoroso pero que no llega a opacar lo que
pasó en el complejo automotor, donde las multinacionales ya ensamblan más de
300.000 vehículos al año. Además, como apunta la jefa de Gabinete, el repunte
económico no se limita a Lisboa y el Algarve -las zonas turísticas- sino que
está geográficamente extendido por todo el territorio.
El gobierno socialista de Costa y sus aliados no solo
devolvió lo descontado a estatales y jubilados. También revirtió varias otras
medidas que había impuesto el FMI y que suelen integrar su recetario:
recontrató a parte de los estatales que habían sido despedidos durante la
intervención de la "troika", repuso la jornada de 35 horas semanales
que había subido a 40 para ellos y rehabilitó las carreras profesionales para
el Estado, que se habían congelado. También frenó la privatización de la
aerolínea de bandera y del transporte público de las principales ciudades, que
ya había comenzado a planificarse.
Lo que no pudo o no quiso revertir Costa fue la brutal suba
de impuestos que había dispuesto su antecesor, sobre todo con tributos
indirectos como el IVA, que subió del 21 al 23% y se generalizó a sectores que
antes pagaban alícuotas mucho más bajas. Es la base del déficit cero que logró
alcanzar Portugal en cuatro años (un plazo cuatro veces más largo que el que se
propuso Nicolás Dujovne para Argentina) y que le valió a su ministro de
Finanzas, Mario Centeno, el apodo de "el Cristiano Ronaldo de las
finanzas". El peso de la deuda también sigue siendo elevadísimo, incluso
mayor que en la Argentina de Macri: representa un 120% del PBI, entre los
acreedores privados y el Banco Central Europeo.
En Buenos Aires, todos los campamentos de campaña siguen el
caso portugués con atención. Roberto Lavagna cree que los "liberales"
-un colectivo político al que alude permanentemente como la contracara de su
propuesta- procuran evitar que el ejemplo luso se conozca en el país porque
exhibiría las falencias de Cambiemos en la negociación con el Fondo. Axel
Kicillof le encargó al exsecretario de Relaciones Económicas Internacionales
del último tramo del kirchnerismo, Carlos Bianco, un estudio pormenorizado del
caso. Su candidato a presidente, Alberto Fernández, es otro de los interesados
en Portugal.
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