Tenemos información cada vez más alarmante sobre la presencia de diversas substancias carcinogénicas infiltradas en los alimentos, cosméticos, productos de limpieza, combustibles, envases y fármacos de todo género, desde pesticidas, solventes, anticongelantes, lubricantes, antibióticos hasta desechos industriales y polución electromagnética.
Múltiples amenazas químicas acechan a los complejos
respiratorios mitocondriales, y creciente evidencia sugiere que el progresivo
deterioro de la capacidad enzimática de nuestras células para producir ATP
aeróbicamente se debe en gran parte al daño causado por una larga lista de
agentes químicos del entorno. Centenares de compuestos disruptivos de la
función mitocondrial penetran diariamente en nuestro organismo causando un
deterioro incremental en nuestro poder de fosforilación oxidativa.
Con todo, la esperanza de vida al nacer y (en mucha menor
medida) la longevidad individual máxima de los seres humanos ha venido
creciendo sistemáticamente en los últimos cientos de años. Lo más sensato al
respecto de cómo disminuir las probabilidades de contraer cáncer debido a
toxinas ambientales y endógenas es seguir un programa de suplementación
nutricional lo más abarcador posible, basado en los conocimientos objetivos
disponibles.
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