Por Hugo Soriani
Hay que estar locas, sin dudas, para seguir pidiendo cárcel
a los genocidas, para seguir exigiendo memoria, verdad y justicia, cuarenta
años después de la tragedia.
Hay que estar locas para haber salido a enfrentar a la
dictadura más asesina de la historia argentina sólo armadas de sus pañuelos
blancos.
Hay que estar locas para haber ido a golpear la puerta de la
mismísima Esma, cuando adentro se torturaba y mataba a miles de argentinos con
absoluta impunidad.
Hay que estar locas, sin dudas, para haber denunciado los
crímenes frente a la prensa extranjera cuando a muchos de sus compatriotas sólo
les importaba que Argentina ganara ese Mundial del 78.
Hay que estar locas para haber recorrido todas las
embajadas, las iglesias, los ministerios, los cuarteles, los juzgados y las
comisarías del país buscando un rastro de sus hijos desaparecidos.
Hay que estar locas para haber presentado miles de hábeas
corpus frente a una justicia que los archivaba sin siquiera mirarlos.
Hay que estar locas para publicar solicitadas en los diarios
que callaban los asesinatos, y firmarlas con nombre y apellido, sabiendo que
ellas podían ser las próximas víctimas.
Hay que estar locas para insistir con sus marchas alrededor
de la Pirámide rodeadas por los caballos de la policía de Videla.
Hay que estar locas, seguro que hay que estar locas, para
haber ocupado la Catedral en enero de 2008 reclamando los fondos que el
gobierno nacional le había asignado y que Macri, por entonces jefe de gobierno
porteño, se negaba a depositar.
Hay que estar locas para haber denunciado los vuelos de la
muerte cuando éstos se estaban produciendo. La denuncia les costó la vida a
tres de ellas: Azucena Villaflor, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce
de Bianco, junto a las dos monjas francesas que las ayudaban: Alice Domon y
Leonie Duquet.
Hay que estar locas, locas de remate, para haber redoblado
sus denuncias, sus marchas, sus pedidos luego de esa masacre.
Hay que estar locas, pero muy locas, para haberse pasado
días y noches sin moverse de la puerta de las oficinas de Walter Klein y de
Mariano Grondona (hijo), para evitar que retiraran documentos sobre los
desaparecidos.
Hay que estar muy locas para cubrir toda la Avenida de Mayo,
desde el Congreso hasta la Casa Rosada, con miles de pañuelos blancos enviados
desde diferentes países del mundo como señal de solidaridad con su lucha.
Hay que estar muy locas para convocar a un grupo de artistas
y usar la Plaza de la República como taller, donde se pintaron miles de
siluetas que luego fueron pegadas en las paredes del centro, evocando a sus
hijos desaparecidos.
Hay que estar muy pero muy locas para fundar una Universidad
por la que han pasado miles de estudiantes. Y para haber organizado miles de
talleres de música, de pintura, de historia, de fotografía luego de recuperada
la Esma, llenando de jóvenes y vida lo que fuera un centro de torturas y
muerte.
Hay que estar muy locas para haber creído que se podían
construir viviendas en los barrios en los que no había más que ranchos y
algunas casillas precarias.
Hay que ser tan locas como Hebe de Bonafini, para no
presentarse ante la justicia, y cuando el juez la declara en rebeldía
contestarle: “le aviso al juez que yo estoy en rebeldía desde febrero de 1977,
cuando fue secuestrado mi primer hijo”.
Hay que ser locas como ellas para eludir el operativo
policial montado para detenerlas, huyendo por la vereda en la camioneta blanca
de las Madres, y llegar a Plaza de Mayo, su casa, rodeadas por el amor de
quienes siempre están de su lado.
Hay que estar “desquiciada” para decirle al presidente:
“Macri, pará la mano”, y convertir inmediatamente la frase en una nueva
consigna tomada por miles.
Para las Madres de Plaza de Mayo, para ellas, para Abuelas,
para Hijos, y para todos los organismos de defensa de los Derechos Humanos
parecen haberse escrito los versos de Silvio Rodríguez: “ Hay locuras que
imprimen dulces quemaduras / hay locuras que hicieron el día / hay locuras que
están por venir / hay locuras tan vivas / tan sanas, tan puras / que una de
ellas será mi morir”.
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