El dulce callejero esperaba a una azafata en la puerta del
hotel donde se hospedaba
El amor y las casualidades van de
la mano muchas veces, tal es así que hoy hay una nueva historia para contar. Un
perrito callejero cada tanto merodeaba por el barrio de Puerto Madero y el
mismo camino lo unía con una mágica coincidencia. ¡Puro amor! Un perro logró
que una azafata se lo lleve a vivir a Alemania.
Todo se dio en la coincidencia de este perrito y la llegada
de Olivia Sievers a Buenos Aires. Ella es una azafata Alemana que en cada ruta
a Buenos Aires se hospeda con la tripulación en un hotel de Puerto Madero, y
allí se topaba con "Rubio”, un tierno perrito callejero dispuesto a dar y
recibir amor.
Olivia le daba de comer, amor y atención, calor en las noches
frías y se preocupaba mucho cuando se acercaba una tormenta. Pero obviamente no
podía llevárselo y menos ingresarlo a su habitación de hotel.
Ellos hicieron un bello vínculo, rubio regresaba al Hilton
buscándola, cuando ella llegaba a la Argentina, desaparecía del barrio cuando
ella viajaba, como si supiera exactamente sus horarios de vuelo. Por este
motivo, la azafata desde Alemania se puso en contacto con Mascotas Puerto Madero
Adopciones Responsables para sacarlos de las calles, y amadrinarlo.
Rubio fue a un hogar transitorio en San Telmo, donde tenía
todas las comodidades, afecto y contención. Sin embargo, hace pocos días, se
escapó para ir a esperar a Olivia, que llegaba al país. ¡Atravesó todo San
Telmo hasta el hotel Hilton una vez más en busca de Olivia! Por eso la azafata,
decidió llevárselo y ya tiene pasaje para que Rubio se mude a Alemania con
ella.Desde que nació,
Olivia Sievers siempre soñó
Olivia Sievers siempre soñó con viajar y conocer el
mundo. Fue, es y será su pasión. Y aunque a sus padres les hubiera gustado que
estudiara una carrera universitaria, esta chica rubia, alta y de sonrisa fácil,
lo logró: hace 20 años, en 1996, consiguió un trabajo como azafata en
Lufthansa, la aerolínea alemana considerada la más grande de Europa. Sus días,
desde entonces, se repartieron entre las obligaciones y los momentos de ocio
que, entre escala y escala, le permitieron ir descubriendo el mundo. Pero lo
que nunca estuvo en sus planes fue encontrar el amor a más de 12 mil kilómetros
de su casa. Y mucho menos cómo y con quién lo hizo...
La primera vez que Olivia vio que Buenos Aires figuraba en el
plan de vuelo que la compañía le asigna mes a mes, sintió curiosidad. Nunca
antes había estado en la Argentina. Y, aunque le cueste admitirlo, tampoco
sabía demasiado sobre estos pagos. Pero se vino, claro. Y la ciudad le encantó.
Paseó, visitó las zonas turísticas y aprovechó cada segundo para llevarse de
recuerdo la mayor cantidad de anécdotas.
Con el paso de los años, Olivia se hizo una habitué de Puerto
Madero, el barrio en el que está ubicado el Hotel Hilton, donde se hospeda
junto el resto de la tripulación del avión. De tanto venir, conoció qué bares
son recomendables, dónde conseguir las revistas que más le gustan y en que
peluquería le cuidan el cabello como a ella más le gusta.
También, un dato
importante, se dio más de una vuelta por la Reserva Ecológica de Costanera Sur,
ya que es una amante de los animales. Y no es solamente una manera de decir. A
la par de su deseo de viajar, Olivia siempre tuvo mascotas en su Alemania
natal. Fue así como una tarde, de regreso al hotel, se encontró con un perro,
solo, abandonado, callejero. ¿Raza? Perro. Y aunque ella no lo diga por temor a
que su novio alemán se ponga celoso, el flechazo fue inmediato.
En su correcto español (también habla alemán e inglés), la
azafata lo bautizó Rubio. Y ahí nomás buscó algo de comida para ofrecerle. Un
par de mimos más tarde, el perrito parece que también sintió algo especial por
esa mujer que en lugar de ahuyentarlo le regalaba un poco de cariño. Es más,
hasta consiguió que una compañera le prestara una de las mantas que
habitualmente se usan en los vuelos y le armó, bajo techo, una improvisada
aunque calentita cucha.
Al otro día, cuando Olivia salió a recorrer la zona, se
reencontró con el perrito. Y para su sorpresa, él la siguió durante todo el
día. Moviendo la cola, caminó durante horas a su lado. Y no tuvo problemas en
tirarse sobre el pasto mientras ella descansaba antes de volver al trabajo.La
partida, sí, fue dolorosa. Olivia lo saludó afectuosamente y antes de subirse
al remis que la llevaría al Aeropuerto de Ezeiza pensó que nunca más lo iba a
volver a ver. Pero se equivocó. Una semana más tarde, otro vuelo la trajo de
vuelta a la Argentina y al llegar al hotel, ahí estaba Rubio. Su felicidad fue
enorme. Y también la del animal. Comenzó otra seguidilla de mimos, de caricias.
Y en la cabeza de Olivia también empezó a tomar forma la manera de encontrarle
un hogar a su canino amigo.
Ya de vuelta de en Alemania, y sin poder sacarse a Rubio de
la cabeza, encontró por Internet a la gente de Mascotas Puerto Madero,
Adopciones Responsables, un grupo de vecinos que se propusieron
"alimentar, castrar, vacunar, y en caso de requerirlo, curar a los
animalitos de la zona". En un extenso mail, Olivia les explicó lo que había
vivido con Rubio. Y les pidió que la ayudaran.
Manso y cariñoso, el perrito no opuso ningún tipo de
resistencia cuando la gente de Mascotas llegó a verlo. Tampoco cuando lo
subieron a una camioneta y lo llevaron hasta un hogar transitorio en San Telmo.
Pero algo pasaba. A pesar de tener todas las comodidades, Rubio no parecía
feliz. Estaba como caído. Y en un descuido, se escapó.
A pesar de que lo buscaron por todos lados y pegaron carteles
en los negocios de la zona, durante unas semanas nadie tuvo noticias de Rubio.
Hubo llamadas informando que lo habían visto pasar, pero no más que eso. Olivia,
por ese entonces, preparaba otra visita a la Argentina. Y planeaba visitar a su
amigo. Sin embargo, el propio Rubio no le dio tiempo: como si conociera sus
horarios o supiera la frecuencia en que Lufthansa viaja a Buenos Aires, la
mañana en que la azafata bajó en la puerta del mismo hotel, lo vio. Sí, ahí
estaba el pichicho, moviéndole la cola, más feliz que nunca.
Tras darle comida,
abrigarlo y "prometerle" que en unos minutos bajaría a jugar con él,
Olivia subió a su habitación, se comunicó nuevamente con la gente de Mascotas y
les contó la buena nueva. Y ellos le dieron lo que, hasta ahí, parecía un
notición: había aparecido una persona que quería adoptar a Rubio. Se llamaba
Nicolás y vivía junto con su mujer y sus dos hijos.
Para evitar sorpresas, Olivia les propuso llevar ella misma
al perro hasta la casa de su nuevo dueño. Quedaron en encontrarse en una
veterinaria de la zona, para que lo revisaran y le dieran las vacunas que
hicieran falta teniendo en cuenta que iba a compartir la casa con dos
criaturas. Y así fue. Siempre al lado de Olivia, Rubio conoció a Nicolás y se
dejó hacer todo lo que el especialista consideró necesario. De premio, la
azafata le compró un enorme hueso, que él agarró rápido con la boca, y una
chapita con su nombre grabado para colgar en su collar.
Feliz, como si el alma le hubiera vuelto al cuerpo, Rubio
salió de la veterinaria sin alejarse ni un centímetro Olivia. Y aunque Nicolás
intentó atraerlo con juegos y hasta comida, no hubo forma de sobornarlo: el
animalito ya había elegido a su dueña, y no pensaba volver a alejarse de ella
por nada del mundo.
A esta altura, y viendo la reacción del can, Olivia murió de
amor. Y empezó a pensar seriamente si tenía alguna posibilidad de llevárselo a
Alemania. Nicolás, a todo esto, entendió que entre esa mujer y ese perro había
algo especial. Y decidió marcharse. Ahí comenzó la última etapa de la historia.
En tiempo récord, y consciente de que debería volver a su país en apenas horas,
Olivia hizo todas las averiguaciones para que Rubio se mude con ella. Y no le
preocupó mover cielo y tierra para lograrlo.
Hoy, a pocas horas de partir, Olivia ya tiene en su poder el
pasaje y la autorización sanitaria para llevarse a Rubio. Y poder alimentar
esta gran historia de amor que empezó en la puerta de un hotel de Buenos Aires
y continuará en un pueblito en las afueras de Berlín, Alemania.
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