Por Leónidas Ceruti
En agosto de 1907, la Municipalidad de
Buenos Aires decretó un incremento en los impuestos y los propietarios de los
conventillos no dudaron en subir los alquileres. La bronca estalló. Los
inquilinos iniciaron una huelga y se organizaron en comités. Pero nadie
imaginaba que se produciría un hecho inédito: los protagonistas de la huelga
serían las mujeres con sus hijos. Fue entonces que a escobazos sacaban a los
abogados, escribanos, jueces, bomberos y policías que pretendían arrancar a las
familias de sus casas. Similar situación se vivió en Rosario, donde se afirmaba
que “nadie puede decir que no estamos en plena guerra contra la explotación y
la usura”.
La huelga de las escobas
Los conventillos fueron casas en que alquilaban cuartos los
inmigrantes que llegaban al país en las últimas décadas del Siglo XIX. Fue
producto del crecimiento urbano en ciudades como Buenos Aires y Rosario, que no
estaban preparadas para un cambio de tal magnitud.
En Buenos Aires, por la gran epidemia de fiebre amarilla de
1871, las familias patricias se trasladaron al Barrio Norte, abandonando sus
residencias. Esa situación permitió que numerosas familias se ubicaran en los
ya obsoletos caserones de la zona sur. Además, algunos comerciantes y
especuladores acondicionaron viejos edificios o construyeron precarios
alojamientos para los trabajadores.
Las condiciones eran miserables: al hacinamiento, la falta de
servicios sanitarios y de cloacas, se le sumaba que tanto los baños como
lavaderos eran comunes. Había un servicio cada diez cuartos aproximadamente.
Eso provocaba epidemias como el cólera, la fiebre amarilla, el paludismo, los
parásitos y las infecciones.
En algunos casos había cocinas comunes, pero lo más frecuente
era que se cocinara en los cuartos. También se destinaban a la cocina los
rincones del patio. En cada pieza había un calentador a alcohol o aceite que se
colocaba en la puerta para que los olores fueran al exterior. El patio fue un
ámbito de encuentros, para las fiestas, “donde reinó el tango y el sainete”, y sirvió
también para organizar los reclamos.Esas eran las condiciones en que vivía la
mayor parte de la clase obrera argentina en sus orígenes.
Las escobas se levantan
En agosto de 1907, la Municipalidad de Buenos Aires decretó
un incremento en los impuestos para 1908. Los propietarios de los conventillos
no dudaron en subir los alquileres.
Pero, el 13 de septiembre de 1907, en las 132 piezas de
Ituzaingó 279 en la Capital Federal, estalló la bronca y comenzó la huelga.
Fueron más de cien mil inquilinos de conventillos quienes, durante septiembre y
octubre, lucharon por la reducción del 30 por ciento en el precio de los
alquileres.
Se designaron delegados por conventillo, creando el Comité
Central de la Liga de Lucha Contra los Altos Alquileres e Impuestos, que fue el
que lanzó la huelga general. Rápidamente se extendió la medida y la
articulación con los comités que se formaron en los diferentes barrios.
La lucha había
comenzado. Y la represión también.
Peligrosas eran las madrugadas en que los ocupantes de los
conventillos porteños se preparaban para ir a sus tareas. Esa era la hora
elegida para sacar a los trabajadores y sus familias de las habitaciones por la
fuerza, usando agua helada disparada por los bomberos.Pero nadie imaginaba que
se produciría un hecho inédito: los protagonistas de la huelga serían las
mujeres con sus hijos. La consigna que pasó de un conventillo a otro fue:
Resistir el alza de los alquileres y los desalojos.
Fue entonces que a escobazos sacaban a los abogados,
escribanos, jueces, bomberos y policías que pretendían arrancar a las familias
de sus casas.
La revuelta desde La Boca se extendió a San Telmo y a otros
barrios; de allí a ciudades como Rosario, La Plata, Bahía Blanca, Mar del Plata,
Córdoba, Mendoza.
Los propietarios y el
gobierno no podían creerlo.
De los 500 conventillos
porteños en rebeldía, se llegó en semanas a 2000.
En medio del conflicto, desfilaron cerca de trescientos niños
y niñas de todas las edades, que recorrían las calles de la Boca en
manifestación, levantando escobas “para barrer a los caseros”. Cuando la
manifestación llegaba a un conventillo, recibía un nuevo contingente de
muchachos, que se incorporaba a ella entre los aplausos del público, según
publicó la revista Caras y Caretas.
Las mujeres, que estaban todo el día en las casas al cuidado
de sus hijos, enfrentaron los desalojos. El diario La Prensa comentó que el 21
de octubre la Policía intentó desalojar un conventillo, “pero las mujeres ya
estaban preparadas e iniciaron un verdadero bombardeo con toda clase de
proyectiles, mientras arrojaban agua que bañaba a los agentes”.
La resistencia a los desalojos tuvo diversos métodos. Por
ejemplo, cerrando las puertas de calle con cadenas y manteniendo guardias día y
noche. Junto a las puertas acumulaban piedras, palos y todo elemento
intimidatorio. Algunas crónicas relatan la decisión en algunos conventillos de
colocar enormes calderos con agua hirviendo amenazando despellejar a quienes
intentaran echarlos.
Pero las expulsiones tuvieron un final trágico cuando una
comisión judicial y policial fue a ejecutar un desalojo a la calle San Juan
677. Cientos de vecinos quisieron impedirlo. Comenzaron los golpes y la policía
se abrió paso con sablazos y disparos. Una bala impactó en la cabeza de un
obrero, Miguel Pepe, de 18 años, que a las horas falleció.
La resistencia se
incrementó y varios propietarios fueron cambiando sus pretensiones.
La alegría recorrió la
ciudad. En muchos patios, volvieron las fiestas y bailes.
Pero en donde la organización era débil, los desalojos
avanzaron. Docenas de familias quedaron en las veredas. La solidaridad del
gremio de los conductores de carros hizo que se pusieran al servicio de los
desalojados para los traslados.
La huelga en Rosario
Iniciado el conflicto, inmediatamente se formó la “Liga Pro
Rebaja de Alquileres”, que reuniría a los delegados de los conventillos de la
ciudad. “La Protesta” comentó que se habían nucleado miles de familias obreras
condenadas “a la más inicua de las explotaciones, la del alquiler desmedido”,
como consignara el diario.
Un sector del periodismo rosarino estuvo junto a los
inquilinos. “El Municipio”, en un editorial, comentó que “los explotados que
dan la sangre por el progreso nacional y el enriquecimiento particular y a
quienes ni siquiera se les da el pan y el techo que necesitan”. Otros diarios,
como “El Tiempo”, reflejarían de modo permanente la adhesión a las medidas que
se iban tomando, señalando que “están bien encaminados los trabajos para
promover en esta ciudad una huelga de inquilinos; hoy ha sido presentado a los
propietarios y encargados de conventillos un pliego de condiciones”.
El documento elaborado por los huelguistas incluía entre sus
demandas una rebaja del 30 por ciento sobre los alquileres vigentes;
higienización de las habitaciones de los conventillos a cargo del propietario;
eliminación de los pagos por adelantado y de las garantías; recibir a familias
numerosas; seguridad de que no habría desalojo de ningún inquilino por el hecho
de haber participado de la huelga.
“La Protesta”, a fines de septiembre, anunciaba que la huelga
de inquilinos iba adquiriendo mayor dimensión: “Pasan de 30 los conventillos en
huelga en la ciudad de Rosario y puede calcularse en más de un millar el número
de inquilinos que toma parte en el movimiento. Son varios los propietarios que
han entablado demanda de desalojo contra sus inquilinos por falta de pago”. En
otra edición, informaba que “se han adherido a la huelga los moradores de unas
130 casas de inquilinato. El movimiento es muy compacto en los barrios de La
República, Súnchales, Talleres y adyacentes”. El Comité Pro Rebaja de
Alquileres organizó un acto-asamblea. La concurrencia fue masiva y, cuando los
oradores hacían oír sus reclamos, la policía se hizo presente reprimiendo y
disolviendo la reunión, cargando con la caballería y repartiendo sablazos y
latigazos a hombres, mujeres y niños.
La huelga continuó y se sucedieron otros enfrentamientos
entre la policía y los inquilinos por los intentos de desalojos. Pero las
fuerzas comenzaron a mermar, por eso “El Municipio” hizo un llamamiento a
continuar la lucha y en un artículo se podía leer: “Sería doloroso que aquí se
malograra el movimiento por la dejadez de sus habitantes. Todos estáis
conformes en que el alquiler es carísimo. Pues entonces, ¿qué esperáis?”. Por
su parte, “La Protesta” también alentaba indicado a las familias de los
inquilinos: “¿Desalojos? ¡Agua hirviendo! Todas las armas son buenas en épocas
de guerra; y nadie puede decir que no estamos en plena guerra contra la
explotación y la usura. ¡A defenderse, pues!”.
Los rumores de una huelga general recorrieron Rosario, ya que
eran numerosos los gremios que apoyaban.
La huelga trajo algunas mejoras, pero no logró modificar los
problemas de vivienda de los trabajadores. Y como se destaca en una
investigación del conflicto “recién una década después, el parlamento nacional
iba a aprobar el proyecto de Juan Cafferata de construcción de viviendas
obreras, materializado en un porteño barrio cuya imagen iba a quedar fijada
incluso en la letra de tango con aquello de “En el Barrio Cafferata / en un
viejo conventillo / con los pisos de ladrillo / minga de puerta cancel”.
Pasan los años, los
gobiernos, y el déficit habitacional sigue y aumenta
Aquella situación hoy sigue vigente. Durante décadas, la
Argentina se caracterizó por presentar un déficit habitacional estructural
tanto en lo que hace a la cantidad de unidades habitacionales como en la
calidad. Una de las consecuencias de esto fue la proliferación de asentamientos
precarios y que una creciente porción de la población habite en condiciones
poco propicias para desarrollar una vida digna, larga y saludable.
Distintos estudios destacan que en el país faltan 3 millones
de viviendas para paliar el déficit habitacional. El 20,5% de las familias
sufre serios problemas para obtener una casa. Pero otra cifra desalentadora es
la que marca que el 24% de los hogares habita en viviendas recuperables o
irrecuperables. El 12,4% aún carece de agua corriente de red, el 26,8% de gas
natural domiciliario, el 34,6% de cloacas, el 32,3% de desagües pluviales y el
19% de pavimento.
A esto se agregan cifras alarmantes sobre contaminación, ya
que el 11,7% de hogares están expuestos a industrias contaminantes, el 16,7% a
basurales y el 24,1% a plagas urbanas.En Rosario, según datos del último Censo
Nacional, hay casi 80 mil viviendas vacías, cuando el déficit habitacional se
ubica en 50 mil unidades. Este ejemplo se repite en otras grandes ciudades del
país.
Por otra parte, la falta de políticas activas por parte del
gobierno para permitir el acceso a miles de argentinos a una vivienda digna,
los altos precios de los alquileres que se ven diariamente, la falta de un
trabajo con remuneraciones que permitan ahorrar para la compra de una vivienda,
entre otras cuestiones, son las que han llevado a que este cuadro de situación
se agrave en vez de cambiar.
Por todo eso, la lucha no sólo debe pasar por mejores
salarios, mejores condiciones de trabajo, no cambiar trabajo por salud, sino
que los reclamos por la vivienda deben estar en todas las demandas.
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