El papá de un alumno de la escuela de Concordia que está de
duelo por la muerte del chico de 13 años que se disparó con el arma
reglamentaria de su padre, reflexionó sobre el bullying en el ámbito escolar,
con una experiencia personal.
El triste desenlace llegó este jueves. Tras permanecer
internado en la Unidad de Terapia intensiva del hospital "Delicia
Concepción Masvernat", el joven falleció. Había ingresado el lunes con un
disparo en la cabeza.
Mientras se investiga qué pasó, familiares y la comunidad
educativa de la Escuela Técnica Nº1 "Brigadier General Pascual
Echagüe" llora su pronta partida.
A su vez, desde la tarde de este jueves, circula en redes y
grupos de Whatsapp una extensa carta que fue redactada por un papá de otro
alumno de la mencionada escuela. "La idea es crear conciencia y que el
mundo entero se entere lo que se sufre, pero que también se puede salir, de
algún modo", dijo el hombre a El Entre Ríos,que autorizó a compartir esas
palabras.
A continuación, la
carta completa:
Por estas horas Concordia está estremecida. Un gurí de la
Técnica 1, donde va mi hijo, de la misma edad (14 años), tomó el arma de su
padre y se metió un balazo en la sien. ¿El motivo? Accidente, dicen algunos.
Cansado del acoso, dicen otros.
¿Cuándo de verdad tomaremos riendas a este tema tan
delicado? Todos: Familia, Comunidades Educativas, Gobierno, ONGs. Nos debemos
un debate en serio.
Él ya no está, descansa. Vaya uno a saber hace cuánto estaba
cansado y nadie le dió pelota.
Pero ustedes que me leen están, y voy a volver a compartir
algo que escribí hace años respecto de mi propia historia. Es largo, van a
tener que disponer de 5 minutos. Pero tienen mi permiso para compartirla en
aulas, plazas, redes, con sus hijos, sus alumnos, otros docentes. Léansela al
que quieran. Contagien. Para que no haya un solo joven más ¡carajo!.
El comienzo de mi secundaria era todo un acontecimiento en
casa. Amanecían los 90 y con ellos las esperanzas y sueños argentinos de clase
media trabajadora que creía ciegamente que un dólar era igual a un peso. Y así
de ingenuas eran mis pupilas brillando cuando mamá planchaba aquella vieja
corbata ancha y de tibios colores que el abuelo había sacado del placard porque
el nieto arrancaba la Secundaria.
Me la anudó como pudo, todavía estaba calentita, y nos
acompañó hasta el viejo Colegio Nacional, que por entonces funcionaba a la
tarde en el Edificio de la Escuela Comercio a la que no pude entrar por sorteo,
aunque ese mismo primer día vi varios chicos, algunos compañeros de fútbol, de
padres influyentes, salir del turno mañana con una sonrisa socarrona, muy
contraria al mal humor de sus padres el día del sorteo. Mi corta inocencia
desde el día del sorteo hasta el momento que los vi fue imaginármelos de compañeros
a la tarde, conmigo, compinches. 'Por lo menos tendría a alguien conocido', me
decía a mi mismo a finales de febrero. Pero eso no me sacaba la alegría.
Y estaba tan contento que ni me di cuenta que la corbata
casi llegaba hasta el cierre de mi pantalón y que el moño, más que de corbata,
era parecido al voluminoso moño azul de primaria uruguaya. Y que todo eso
contrastaba con mi diminuta humanidad de 12 años y 1 metro cuarenta y pico de
estatura. Rápido me di cuenta que era el más pequeño del curso en la formación,
y ya primero en la fila escuchaba de otras filas 'no sabíamos que habían
inaugurado jardín de infantes', 'volvieron los pitufos' y cosas por el estilo
que me causaron gracia, y opté por sumarme a las risas generalizadas. Ya en el
aula me senté solo. O nadie se sentó conmigo. Y en el primer recreo comenzó un
calvario que duraría hasta tercer año.
Lo que primero fueron bromas o chistes luego se convirtieron
en escupitajos y patadas. Ahí estaba yo, indefenso, inerte. Solo. Cuando volvía
a casa le contaba a mamá mis historias, pero lo más duro decidía guardármelo. O
contar solo lo gracioso, la parte bufonera. Y aunque ella con su instinto
materno sabía que algo escondía, jamás me presionaba. Solo me alentaba que
tenga fe, que algún día crecería, que todo iba a cambiar, con esa misteriosa
capacidad innata de contemplar llena de certezas un futuro que nadie más
parecía ver. Así las cosas me encerraba horas con mi guitarra, teclado?me
refugiaba ahí. Pasaba tardes enteras en la iglesia, tocando, intentando cantar,
llorando?Le preguntaba a Dios ¿porqué me tocaba a mí?
Quienes me conocen desde niño dan fe que nunca en mi vida
ocasioné problemas, jamás contesté mal, era educado. Mis abuelos junto a mi
madre me transmitieron valores de verdad. ¿Y entonces??. De regreso a casa
todas las tardes venía pateando piedritas, incapaz de explicar cómo podía
soportar semejante crueldad. Todo empeoró en segundo año. ¡Y eso que mamá me
compró la corbatita tejida de 'chico escolar'!. Con la llegada de los repetidores,
más grandes, más cancheros, despojados de toda formalidad. Ellos sí que
supieron capitalizar al máximo las chances de líderes negativos. Jamás me
perdían pisada: oportunidad que tenían, la aprovechaban. En una ocasión me
esperaron a la salida y alzándome me llevaron hasta la fuente de Plaza Urquiza
y me hundieron en ella. Salí corriendo, con toda mi ropa mojada, escuchando las
carcajadas, que eran como puñaladas heladas, más frías y duras que los gritos
eufóricos de "enano de mierda?.!", "polilla barata",
"pulga mojada?".
Pero si leíste hasta acá y te parece duro, falta la frutilla
del postre. Ya en tercer año las chicas comienzan a cumplir sus 15. Obviamente
algunas me invitaron y otras no, ya sea por afinidad o por derecho propio. Eso
es aceptable, forma parte de la adolescencia, esa mezcla exótica de seres
humanos, una suerte de feria llena de colores y ruido y voces estridentes y
alguna que otra imagen triste. Una compañera, a la que voy a llamar
ficticiamente "Clara" repartió sus tarjetitas a todos mis compañeros.
No hubo nadie que se haya quedado sin su invitación para ese glorioso sábado.
En un recreo me acerqué, preocupado ya, tal vez se había olvidado, tal vez mi
invitación sería verbal, tal vez era muy inocente?Recuerdo mirar hacia arriba,
como quien mira al cielo rogando lluvia en tiempo de sequía, así lo recuerdo.
Yo era muy pequeño, y ella era muy grande para mí. Y cuando hice contacto
visual al fin pregunté por mi tarjeta. Mucho tiempo odié esa pregunta. Odié esa
pregunta mucho más que la respuesta. "No quiero enanos en mis
quince", soltó. Esa lanza perforó mis entrañas, mi ser, mis huesos. El
poco espíritu que quedaba en mi se esfumó. Esa tarde ya nada tenía sentido para
mí.
Brillaba en mis estudios, el fútbol, en la música, en la
iglesia y de repente me vi convertido en un misterio doloroso, una caja húmeda
y pestilente abandonada en las oscuridades de algún ropero que nadie se anima a
abrir. Salí con deseos de dejar de existir. Y luego de una larga meditación
frente a mi querido rio Uruguay, ahí, inerte, solo, sin alma, abatido, volví a
casa. Decidí darme otra oportunidad. Al fin y al cabo Dios y mi vieja estaban
conmigo y eso era suficiente en épocas donde no había gabinetes, EOE, Equipos
interdisciplinarios, Tutorías, Asesores Pedagógicos, Campañas en Internet o
televisivas, charlas de psicólogos especializados en violencia escolar y todas
esas sogas de auxilio que trajeron el nuevo milenio.
Le pedí francamente a mi madre que me cambiara de escuela y
de turno, que quería volver a empezar. Y aprovechando una orientación biológica
la Escuela Normal fue mi nuevo albergue en cuarto año. Ahí conocí otro tipo de
compañeros que en su vida se hubieran atrevido a decirme algo que doliera, ni
siquiera dejarme afuera de algún programa o salida. Y decidí perdonar. Dar
vuelta la hoja y prometerme a mí mismo que en mi vida iba a acosar a alguien,
que cuando tuviera hijos les enseñaría el valor de la otra persona, con
defectos y virtudes. Que era tiempo de sentar precedentes, plantar banderas y
luchar con más fuerza. Que este enano iba a salir adelante a "como de
lugar", enfrentando gigantes propios y ajenos.
El tiempo ha pasado. Me he encontrado a casi todos mis ex
compañeros de aquel Nacional. Los detractores, los que no se metían y los que,
en ocasiones, me tendían una mano. Algunos me han esquivado lo mirada
vulnerados por su propia vergüenza. Otros se han sorprendido de mi desarrollo
físico y personal o profesional. Me los he encontrado en shows, iglesias,
clubes y plazas?¡escuelas!. A ninguno le guardo ni le guardaré rencor. No lo
merezco ni lo merecen.
Hace algunos años estaba esperando para pagar mi carrito de
mercaderías en la fila de un supermercado conocido en mi ciudad. Y en una de
las cajas estaba "Clara". La vi ahí, inerte, sola, sin alma, abatida.
Tomaba uno a uno los productos y los pasaba por la maquinita que hace un sonido
parecido a las luces de alerta que zumbaban en mi cabeza la tarde que reclamé
mi invitación. Recordé la tarde que la miraba desde abajo. Hay más de diez
cajas, yo elegí esa. Y antes que toque mi primer producto, antes que lo pase
por su maquinita, le tomé la mano y me miró sorprendida. Esta vez fue ella la
que buscó contacto visual. Sonrió tímidamente, como quien sonríe haciendo
fuerzas sabiendo que no hay chiste.
SOCIEDAD
"El bullying está y tenemos que parar con esto",
dijo un alumno de Concordia
¿Te acordás de mí?, pregunté. Y antes de oír su respuesta
obvia y de manual afirmé: "Soy el enano Vallejos, de Nacional". Sentí
que una lanza perforó sus entrañas, su ser, sus huesos. Volvió a sonreír con
una mueca. "Quise pasar por tu caja para decirte que me dolió muchísimo no
haber podido ir a tus 15 por mi anterior condición de enano". Levantó la
vista. Parecía que vió un gigante. "Y que necesito perdonarte, quiero
sacarme este peso de encima y quiero que vos te lo saques también". Sus
ojos se inundaron de un mar incontenible de lágrimas que sus mejillas y las de
nadie podrían soportar. "Éramos unos idiotas en la Secundaria,
perdón?", apenas lanzó tragando su llanto. La abracé. Apretó un botoncito
y vino otra señora que se sentó en su lugar pidiéndome disculpas, que la otra
chica se había descompuesto, que ella me iba a cobrar.
Ya no había nada que pagar. La deuda estaba saldada.
Yo pude salir. Otros no pudieron. Si estás de este o del
otro lado de la fila quiero decirte con esta sencilla historia personal que
podés revertir la situación. Y que nadie más que vos puede cambiar eso.
Fuente: El Entre Ríos.
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