El 4 de agosto de 1976 el obispo de La Rioja era asesinado
por miembros del Tercer Cuerpo del Ejército, que hicieron pasar ese crimen como
un accidente auto. Así la dictadura acallaba la voz de un hombre comprometido
con la opción por los pobres.
Nacido en 1923, en Córdoba, ingresó con apenas 15 años al
seminario y a fines de los años 40 fue enviado a Roma, donde fue ordenado como
presbítero en el Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma, en Italia.
A su regreso a Argentina, en 1951, se vinculó con los
sectores de la Juventud Obrera Católica (JOC) y quedó a cargo de la capilla
Cristo Obrero, en su provincia natal, donde colaboró con el sacerdote italiano
Quinto Cargnelutti.
En medio de los debates por el Concilio Vaticano II, la gran
reforma lanzada por el papa Juan XXIII en 1959, Angelelli obtuvo la designación
como obispo y ya en esos años su compromiso con los sectores menos favorecidos
de los barrios de Córdoba estaba muy difundido.
En función de esta tarea pastoral, el Vaticano lo designó un
año después como arzobispo auxiliar de la provincia, y una de sus primeras
medidas consistió en ordenar que los seminaristas visitaran los barrios obreros
para tomar contacto con la realidad.
Angelelli propició desde su Diócesis la conformación de
grupos de laicos comprometidos con los sectores populares de Córdoba.
Esas actividades y sus enfrentamientos con la jerarquía
encabezada por el nuncio apostólico Humberto Mozzoni y el cardenal Antonio Caggiano,
le valieron que en 1968 se le asignara la Diócesis de La Rioja.
Con un estilo franco, llano y directo, el religioso se
relacionó desde los comienzos de su tarea pastoral con los sectores más
humildes de la provincia.
Trabajó de forma activa para propiciar la organización de
los trabajadores agrícolas, los mineros y las empleadas de servicio doméstico.
Su popularidad era tan grande entre los humildes, que sus
misas dominicales desde la catedral de la capital riojana eran transmitidas por
radio para toda la provincia.
A pesar del malestar que sus postulados causaban a los
interventores militares de La Rioja, en los tiempos en los cuales el país era
gobernado por el dictador Juan Carlos Onganía, la popularidad de Angelelli
crecía entre los sectores de la Iglesia.
En esa Argentina que vivía un contexto de creciente
movilización social y política contra la dictadura que se expresaba en huelgas,
manifestaciones y acciones armadas, el Movimiento de Sacerdotes del Tercer
Mundo (MSTM) postulaba la teoría de la liberación de los oprimidos y
profundizaba el conflicto con las autoridades de la Iglesia.
Aunque no integraba este movimiento, Angelelli proponía
desde La Rioja un diálogo con estos sectores, lo que irritó aun más a los
integristas que estaban encabezados por los integristas Adolfo Tortolo y José
Miguel Medina.
En 1973, Carlos Menem, quien años más tarde sería electo
presidente de Argentina, se consagró gobernador de la Rioja y las relaciones
entre Angelelli y esta familia poseedora de viñedos en el pueblo de Anillaco no
estuvieron exentas de conflictos.
Los comerciantes y hacendados de la provincia reclamaron la
renuncia de Angelelli y en 1974, la organización parapolicial Triple A incluyó
al obispo en una lista negra de personalidades que serían “inmediatamente
ejecutadas”.
Las réprobas contra la figura del religioso se incrementaron
en medio de un clima de violencia política que se incrementaba.
A principios de 1976, el vicario castrense Victoria Bonamín
visitó la base aérea del Chamical, que “el pueblo había cometido pecados que
sólo podían redimirse con sangre”.
El clima de represión se intensificó en La Rioja tras el
golpe del 24 de marzo de 1976, y los sacerdotes que respondían a Angelelli eran
blancos del terrorismo de estado.
El 18 de julio, los sacerdotes P. Gabriel Longueville y
Carlos de Dios Murias fueron torturados y asesinados en la localidad de
Chamical, donde cumplían sus deberes religiosos.
Dos semanas después, Angelelli decidió viajar a Buenos Aires
con el propósito de denunciar estos crímenes; se trasladaba en una furgoneta
que tras encerrada por un auto volcó a la altura del paraje Punta de los
Llanos, en la ruta 38.
El cura Arturo Pinto, quien conducía el vehículo
accidentado, contó que, tras permanecer durante un tiempo inconsciente, vio el
cuerpo de Angelelli tirado en el suelo, con “lesiones en el cuerpo, como si lo
hubieran golpeado”.
Aunque el diario L' Osservatore Roano, órgano oficial de El
Vaticano caificó el hecho como “un extraño accidente”, el cardenal Juan Carlos
Aramburu negó que el hecho se tratara de un crimen y la investigación se cerró.
Con el retorno de la democracia, el juez de La Rioja Aldo
Morales reabrió el expediente y dictaminó que la muerte de Angelelli se trató
de “un crimen fríamente calculado y esperado por la víctima”.
Sin embargo, las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, y
los indultos del presidente Menem impidieron que las investigaciones
continuaran contra el general Luciano Benjamín Menéndez, titular del Tercer
Cuerpo de Ejército durante el terrorismo de Estado, y los militares José Carlos
González, Luis Manzanelli y Ricardo Román Oscar Otero.
En 2005, la derogación de la leyes de impunidad permitió que
el crimen se investigara como delito de lesa humanidad, y cinco años más tarde
se imputó en el expediente al ex dictador Jorge Rafael Videla, a Menéndez y a
otros doce militares y policías.
El 4 de julio de 2014, Luis Fernando Estrella y Luciano
Benjamín Menéndez fueron condenados a cadena perpetua por el crimen de
Angelelli.
El año pasado, la Iglesia, con la venia del Papa Francisco
inició el proceso de canonización de Angelelli, en reconocimiento al martirio
que sufrió a manos de los genocidas que intentaron acallar su opción con los
pobres.
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