Publicado el 29 ago. 2019 | Economía
Por Eric Toussaint
Intervino usted en la mesa redonda de la contracumbre sobre
la abolición de la deuda ilegítima pública y privada. ¿Por qué ilegítima?
En el caso de una deuda pública, se define así a la que está
contraída en unas condiciones que no respetan los intereses de la población, o
también cuando se favorece a una minoría privilegiada. Por ejemplo, cuando para
salvar un banco privado que va a hacer quiebra por haber tomado riesgos
exagerados se le da dinero público.
¿Existen ejemplos en el mundo de deudas que se hayan
abolido?
Por supuesto. En la historia moderna, pongamos desde hace
dos siglos y medio a hoy, hay casos en los que, como consecuencia de la
movilización ciudadana, han sido abolidas. La Convención de 1792 proclamó la
anulación de dos tercios de la deuda pública argumentando que el pueblo francés
no tenía por qué pagar por las deudas contraídas por la Monarquía. En 1919,
México anuló las deudas reclamadas por banqueros franceses y otros que habían
prestado dinero a regímenes corruptos combatidos por regímenes democráticos
legales. En 1837 los habitantes de cuatro estados de EEUU (Arkansas, Florida,
Missouri y Michigan) se sublevaron contra sus respectivos gobernantes, que
habían aumentado los impuestos para pagar importantes deudas adquiridas con
bancos que corrompían a hombres políticos. Derrocaron a esos gobiernos y los
nuevos gobernantes anularon la deuda. Hay otros ejemplos, como Costa Rica. Y
mucho más cerca en el tiempo, Ecuador revocó en 2008 una deuda que fue
considerada ilegítima por una comisión de auditores específica en la que yo
mismo participé. El mismo año está también el caso de Islandia, que se negó a
pagar una deuda reclamada por Gran Bretaña y Holanda. Hay una serie de ejemplos
a lo largo de la historia pero, eso sí, solo pasa cuando los ciudadanos se
rebelan y presionan a sus respectivos gobernantes.
Dice usted que, por lo menos desde el siglo XIX, la deuda es
un arma de dominación política. Y que además no solo afecta a los países
denominados pobres, sino también a los desarrollados. Se ha convertido en una
suerte de nuevo colonialismo. ¿Dónde queda la democracia en todo esto?
Lo que ocurre es que los prestamistas han logrado que los
estados entren en el engranaje de la deuda pública y gracias a ello sacan
pingües beneficios permanentemente. Las políticas neoliberales aplicadas desde
la época Thatcher-Reagan hacen que el sector de las finanzas someta a los
estados a una dinámica continua de reembolso de la deuda y estos renuncian a
sus obligaciones hacia los ciudadanos. Como consecuencia, se reduce el gasto
social para reembolsar una deuda que beneficia a una minoría privilegiada.
Entonces, ¿quien tiene realmente el poder? ¿El FMI, el Banco
Mundial...?
Las grandes sociedades financieras e industriales, que están
totalmente ligadas entre ellas, es decir, el gran capital para utilizar una
fórmula clásica. FMI y BM son organismos que están al servicio de ese gran capital
y ejercen una presión enorme hacia los gobiernos. Tenemos ahora mismo el caso
de Argentina o de Grecia, que están soportando el chantaje del FMI. Y estos
señores del G7 que se reúnen en Biarritz están directamente vinculados al FMI,
que es una especie de gendarme de grandes multinacionales y grandes potencias
económicas.
En un momento en el que el estado de la izquierda en general
no es muy boyante y el fatalismo gana enteros entre la ciudadanía impotente
contra este estado de cosas, ¿qué aportan iniciativas como la contracumbre del
G7?
Es evidente que la situación en Europa y en otras zonas del
mundo es complicada, pero no hay que bajar los brazos. Hay que seguir avanzando
en la concienciación y eso debe declinarse, a su vez, en movilización si queremos
que despliegue su fuerza transormadora. Precisamente por eso nos hemos reunido
en esta contracumbre al G7, para contribuir a relanzar la movilización.
El movimiento altermundialista no tiene la fuerza del
principio de la década de los 2000, pero están los chalecos amarillos, antes
los indignados... hay que darles perspectivas. Hoy día, el movimiento
altermundialista no tiene la misma fuerza que al principio de la década del
2000, pero es absolutamente necesario que se reinvente para recuperar su capacidad
de convocatoria. Porque estamos viendo que se dan movilizaciones espontáneas
como la de los chalecos amarillos, un poco en la misma línea que los indignados
de 2011 en España. La cuestión es dar perspectivas a todos estos movimientos.
Las fuerzas políticas de izquierda deben dejar de decepcionar a la ciudadanía
cuando esta las pone en el gobierno. Por ejemplo, se percibe una gran
desilusión tras la capitulación de Tsipras en 2015 en Grecia. Es necesario que
estas fuerzas cumplan sus promesas cuando alcanzan el gobierno y vuelvan a dar
esperanza a la gente.
Hay que refundar Europa. La Unión Europea es una institución
antidemocrática y al servicio de intereses privados. Todos los tratados
europeos están mayoritariamente dirigidos a satisfacer los intereses de una
minoría privilegiada: la competencia a cualquier precio, el derecho de las
multinacionales, la austeridad permanente, la reducción del gasto social... Las
instituciones como el FMI o el BM no sirven al interés general. Por tanto,
hacen falta nuevas instituciones políticas sobre otras bases y con organismos
financieros internacionales que reemplacen al FMI, BM, etcétera.
Aunque suene un poco irónico, oficialmente este G7 es una
cumbre contra las desigualdades. Es sabido que las desigualdades son fuente de
conflictos sociales y los conflictos no son beneficiosos para los intereses del
capital. ¿Qué cree que van a hacer estas grandes potencias capitalistas para
reducir, dicen, las desigualdades?
Eso es pura retórica. Sus políticas y actuaciones van
absolutamente en sentido contrario. Las desigualdades no se originan de forma
natural; son el resultado de las políticas desarrolladas por los gobiernos que
se reúnen en Biarritz y por los que les han precedido. Esto es una hipocresía
enorme. Estos jefes de Estado se reúnen periódicamente y eligen temáticas con
la intención de engañar a la opinión pública internacional.
Dicho esto, creo que a estas alturas ya no engañan a nadie.
Visto lo visto, su grado de credibilidad está extremadamente menguado. Trump,
Boris Johnson, Salvini... tenemos jefes de estado que están cada vez más
desacreditados porque han abandonado los principios fundamentales del derecho
internacional. Y nosotros estamos aquí para denunciarlos con firmeza y sin
vacilaciones.
Fuente: Ctdm.com
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