por Paula Klachko;
Resumen Latinoamericano, 27 agosto 2019
Quedará en el baúl de los recuerdos del folklore político
argentino el reto de patrón de estancias que nos propinó Macri a las y los
argentinos al día siguiente de la paliza electoral que recibió en las PASO
(elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias) del domingo 11 de
agosto. Luego de abandonar el dólar a su suerte pudiendo intervenir desde el
banco central para regular su precio como lo dicta el acuerdo con sus jefes del
FMI, volver a aumentar locamente las tasas de interés y generar la caída en la
bolsa, nos echó la culpa de todo eso a las y los electores porque votamos mal,
y al kirchnerismo por el gobierno que tuvo hace 4 años y el que tendrá a partir
de diciembre. Pero de todas las barbaridades que dijo, hay una que resaltó mas
porque constituye el anhelo político de la clase dominante para un país
presidencialista con un importante grado de desarrollo capitalista,
dependiente, claro, como la Argentina. A saber, que tenemos que ser como Chile
donde, con un férreo control social, vigilancia y disciplinamiento, la sociedad
vota entre dos opciones que se disputan la administración del mismo modelo
neoliberal: el heredado de los Chicago boys de Pinochet.
Si analizamos las propuestas que se disputaron en cada
batalla electoral presidencial desde el regreso de los procedimientos
democráticos en 1983, tendremos herramientas para ver si, como dice el
presidente caído en desgracia, estuvimos mejor cuando éstas consistían en
elegir quienes iban a administrar el mismo modelo de concentración del capital
y despojo del pueblo o cuando se pusieron en confrontación dos modelos
diferentes de país. Hagamos historia.
1983: democracia o dictadura
A la salida de la dictadura cívico militar, en 1983, por
supuesto que la contradicción “democracia o dictadura” teñía el clima político
de la época. Y el pueblo elector tendió a apoyar a aquella opción que entendía
podía fortalecer mas una nueva institucionalidad democrática y el respeto a los
derechos humanos.
Después de la llamada “primavera democrática” con su auge en
el juicio a las juntas militares, los tibios intentos reformistas del
alfonsinismo espantaron al Dios de Macri: el mercado, que necesitaba culminar
el plan económico que la dictadura había comenzado.
Así la llamada “patria contratista” (grandes grupos
económicos enriquecidos con el terrorismo de estado entre la que tuvo un lugar
predilecto la famiglia Macri) generaron un proceso hiperinflacionario que
precipitó la salida de Alfonsín y mediante el shock social creado por la
virtual desaparición del dinero y del salario (principales mediaciones de las
relaciones sociales en el capitalismo) posibilitaron el retorno del proyecto
oligárquico en 1989, de la mano de un peronismo metamorfoseado por aquel. Como
bien lo ha explicado la economista venezolana Pasqualina Curcio, la
hiperinflación es un arma imperial.
1989: hiperinflación o estabilidad
El proyecto neoliberal que se asentó con la convertibilidad,
la liberalización del comercio exterior y el proceso de privatizaciones a
partir del 91, tal como el que tuvimos que soportar durante los últimos 4 años,
consistió fundamentalmente en acelerar la concentración y centralización del
capital, entregando los bienes sociales y naturales a los monopolios
extranjeros y generando condiciones para maximizar la explotación del trabajo.
Lo que multiplicó la “población sobrante” desde el punto de vista del capital.
De manera que en el 89, la batalla electoral se construyó
desde las usinas del poder apelando a la vieja figura de “yo o el caos”, es
decir: “hiperinflación o estabilidad”. Bajo esa trampa se disputaron las
elecciones en toda la década del 90.
1995 y 1999: la administración del modelo neoliberal
Así el fantasma de la hiperinflación y el caos utilizado
como arma de terrorismo económico para ocultar la fenomenal transferencia de
ingresos hacia el capital mas concentrado, inclinó la balanza popular a favor
de su verdugo en 1995, así como en las elecciones de medio término del 97, en
las que irrumpió la Alianza entre el viejo radicalismo y el nuevo FREPASO que
venía a reciclar al bipartidismo para disputarse durante 10 años con ese PJ
prostituido quién administraría el mismo modelo neoliberal.
Al igual que en las presidenciales de 1995, en las de 1999
se jugó la misma batalla y asumió un rápidamente desgastado Fernando de la Rua,
que nos recuerda a Macri por su desconexión con la realidad, por tener al FMI como
única utopía y por el rápido descreimiento popular que se gana. Es importante
mencionar que el repudio popular al modelo neoliberal y quienes lo
administraban se expresaron en las urnas en las elecciones legislativas de 2001
con el boom del llamado voto bronca (en blanco o anulado). De la Rua será
recordado por haber huido en helicóptero, como otros presidentes
latinoamericanos que hambrearon a los pueblos, en medio de una insurrección
popular con la que escribimos historia y un profundo quiebre al interior de las
clases dominantes.
La aguda crisis económica y de representación política
(crisis hegemónica) y los reclamos populares que emergieron de ese proceso de
lucha modificaron los escenarios electorales.
2003: valorización financiera vs productivismo exportador, y
la sorpresa: golpe de timón hacia el proyecto nacional y popular
Parafraseando a Mao Tse Tung, al igual que en la lucha de
clases, cuando ésta se canaliza hacia el terreno de la lucha electoral, también
se expresan contradicciones fundamentales, principales y secundarias. Es
entonces que en las presidenciales de 2003 la batalla electoral principal versó
entre, por un lado, quienes bajo la candidatura del viejo carcaman, Menem,
apostaban a volver a la entrega de soberanía a lo que en ese entonces llamaban
“primer mundo” y que hoy el tristemente presidente argentino llama “el mundo” a
secas -los grandes capitales financieros transnacionales y sus mandamases como
Trump y el FMI- y quienes, por otro, planteaban un modelo económico de corte productivista
pero orientado a la exportación, tal cómo lo expresaba su principal referente,
Eduardo Duhalde.
Este modelo conllevaba también un alto ajuste sobre lo que
el capital denomina “costo laboral”, o sea, nuestros salarios y condiciones de
vida y de trabajo, para “mejorar” la competitividad en el mercado
internacional, además de la devaluación ya instaurada desde su mandato como
presidente transitorio en 2002. Es decir que ya se esbozaban modelos diferentes
comandados por diversas fracciones de las cúpulas burguesas, pero ninguno que
pudiera beneficiar a las mayorías.
Sin embargo, el ganador con solo el 22% de los votos
positivos en primera vuelta electoral, Néstor Kirchner, nos dio una sorpresa
muy grata a todos los y las argentinas desobedeciendo a quien lo había llevado
a candidatearse a la presidencia -Duhalde- y orientando, en cambio, el comando
del Estado hacia un proyecto nacional que redinamizó el mercado interno y la
producción mediante la redistribución de la riqueza.
Además, demostró su vocación soberana con los cambios
simbólicos fundamentales que recuperaron nuestra dignidad y soberanía en el
plano político internacional con el fuerte impulso a la integración y unidad en
Nuestra América. Tanto que desde la derrota del ALCA en 2005 a esta parte, en
las batallas electorales el poderoso contendiente del proyecto nacional -y cada
vez queda mas en evidencia- es el gobierno estadounidense.
2007 y 2011: la continuidad del proyecto nacional y popular
vs. proyecto oligárquico neoliberal
Por supuesto que en 2007, entonces, la batalla electoral se
jugó por la continuidad del proyecto nacional, mientras las fuerzas
oligárquicas trataban de reagruparse y rearmarse
A duras penas alrededor de la construcción mediática de la
“inseguridad” personal, pero sin lograr atar cabos y construir una idea fuerza
que aglutinara a más voluntades en una base social consolidada, lo que sí
lograrían a partir de la utilización política del suicidio de Nisman en enero
de 2015. En las elecciones presidenciales de 2011 volvió a jugarse la
continuidad del proyecto nacional y tuvimos la fuerza y la dicha (ayudada por
la dispersión del enemigo) de poder darle continuidad 4 años más, en todo caso
disputando internamente hacia dónde profundizar el proyecto nacional por un
lado, y quién administraría en lo sucesivo dicho proyecto, lo que llevó a la
perdida de aliados clave, como sucedió con una parte fundamental del movimiento
obrero organizado.
2015: proyecto nacional y popular vs. retorno de la
oligarquía neoliberal. La misma batalla, otro escenario
Sin embargo, para 2015 la nueva contienda electoral
presidencial ya contaba con otro escenario. Una derecha con una base social
consolidada y refrendada, lamentablemente, con el ascenso social sin formación
política de masas, luego de 12 años de gobierno nacional y popular con el
desgaste que ello implicaba, el agudo trabajo de la “embajada” y el
departamento de estado norteamericano con sus usinas de manipulación mediática,
sus campañas segmentadas de big data y la formación de cuadros en la nueva
escuela de las Américas jurídica, política y periodística, se encontraban en
mejor posición para disputar el gobierno nacional.
De esta manera, en una región en la que se configuraba otra
correlación de fuerzas desfavorable para los pueblos y gobiernos populares,
coronada luego con la destitución golpista de Dilma Rousseff en Brasil, la
batalla electoral en las presidenciales argentinas volvió a centrase en la
disputa entre el proyecto nacional de soberanía política y económica y el
retorno al neocolonialismo de la mano de la renovada sociedad entre las
oligarquías, ahora financieras, y el capital monopólico trasnacional, sobre
todo estadounidense. Pero esta vez, aunque por una ínfima diferencia, se perdió
la lucha electoral, abriéndole paso al comando del capital más concentrado al
manejo directo del aparato del estado. Único caso en la región en este ciclo
progresista que se desalojó a un gobierno popular por el voto, pues el resto
fueron desalojados por golpes de estado o traiciones.
Se ha consumado en estos casi 4 años un saqueo monumental
del país y, al igual que en los 90, han intentado generar condiciones para
maximizar las ganancias del capital mediante reformas estructurales de las que
sólo pudieron lograr una parte de la reforma previsional que aspiraban. La
recesión inducida mediante las descomunales tasas de interés generaron una
flexibilización laboral de hecho, aunque no tuvieron la fuerza de cristalizarla
con fuerza de ley. Pero la precarización, la desocupación y la pérdida del
salario real son una realidad al igual que el avance en la desintegración de
América Latina, la entrega de soberanía política (cuya mas lamentable muestra
son los acuerdos sobre nuestras Islas Malvinas con la potencia ocupante), el
retorno a las relaciones carnales con los Estados Unidos y la sumisión a su
política exterior imperial, las políticas represivas y la nueva modalidad del
persecución judicial a lxs lideres políticas populares.
2019: al corazón de la contradicción principal: nación o
imperio
Que estemos en condiciones y se hayan construido los
alineamientos necesarios para dar batalla sin eufemismos ni ingenierías
políticas para disfrazar el centro de la contradicción principal, nos muestra
una conciencia con sentido del momento histórico de una gran parte de nuestro
pueblo.
El domingo 11 de agosto con las PASO demostramos que no
estamos dispuestos a seguir como espectadores y victimas de semejante saqueo.
El pueblo argentino tiene su memoria de lucha y su capacidad de resistencia y,
lo que es de una importancia estratégica, un movimiento obrero fuerte.
Las organizaciones populares han expresado casi
cotidianamente en las calles la resistencia contra la ofensiva recolonizadora y
neoliberal y hoy, luego de 4 años de padecimientos insospechados, de retrocesos
y destrucción de conquistas populares, de desamparo profundo y de pérdida
derechos, estamos diciéndole basta a estos ricachones que vinieron a establecer
una ceocracia tercermundista.
El vergonzoso discurso del presidente del lunes 12, por el
cual luego salió a pedir perdón, exuberante de antidemocracia, de odio a la
voluntad popular, de lenguaje patotero de patrón de estancia, de enorme
desprecio a la expresión del pueblo y sus referencias políticas, y de fanatismo
religioso con lo que él llama “el mundo” y “los mercados”, frente al discurso
de la reconstrucción y salvación nacional con un proyecto de soberanía interna
y externa, de integración latinoamericana y la prioridad en el pueblo y no en
los bancos, pone en evidencia que esta batalla electoral, que ya comenzó y que
estamos ganando por goleada, nos coloca, como hace 16 años, en la contradicción
principal de la coyuntura: defender los intereses nacionales o defender los
intereses imperiales.
No tendrán las clases dominantes ni sus amos imperiales la
tranquilidad de saber que en la Argentina se alternarán opciones políticas para
cuidar sus negocios, como sucede en en Chile, Perú o Colombia según nos
recordaba y recomendaba un Macri furioso y desesperado por haber agotado en solo
4 años la posibilidad de seguir neoliberalizando al país y poniendo a la
Argentina de rodillas frente a los amos del norte.
A partir de diciembre llegará nuevamente al gobierno una
fuerza social política gestada en las calles y en las urnas que promete
recuperar la soberanía política, la justicia social y la independencia
económica (la madre de todas las batallas).
Que el próximo gobierno de salvación nacional se
constituirá, al igual que otros gobiernos progresistas, como un gobierno en
disputa pocas dudas caben, en virtud de la amplitud de la alianza lograda para
desalojar a la ceocracia. Y por ello también queda claro que tanto el margen de
maniobra que permitan las correlaciones de fuerzas geopolíticas
internacionales, como la capacidad de movilización y de presión popular en las
calles, definirán finalmente la profundidad del rumbo tomado a partir de 2020.
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