La tragedia del joven púgil, internado en grave estado tras
su pelea del último sábado frente a Eduardo Abreu en San Nicolás, posee un
trasfondo desconocido con un común denominador: la necesidad. ¿Pudo haberse
evitado? ¿Cómo impedir lo que no es antirreglamentario? Tal vez la experiencia
enseñe a mirar con otros ojos
No es momento de echar culpas ahora, menos con el diario del
lunes. Sí de reflexiones, aprendizajes, análisis.
Ni llorar sobre leches derramadas, ni echar más leña al
fuego aportaría un gramo de sensatez a un episodio como este, donde hubo cosas
que se confabularon silenciosamente para decantar en un final como el ocurrido,
esquivando al reglamento, que quedó corto para evitarlo.
Lo cierto es que el santafesino Hugo “Dinamita” Santillán
(23 años y 19-6-2, 8 KO), lucha por su vida en el hospital San Felipe de San
Nicolás, tras ser operado de un coágulo cerebral después de un empate el último
sábado en esa ciudad frente al uruguayo Eduardo Abreu, donde se desvaneció
sobre el ring luego de escuchar el fallo.
Pero nada inhabilitaba reglamentariamente a Santillán esa
noche para combatir: ni su record, ni la peligrosidad del rival, ni su presente
boxístico. Nada. Su licencia estaba perfectamente habilitada, con su revisión
“anual” y “cuatrimestral”, salvo un detalle -que se descubrió después de la
pelea, husmeando en la página de datos “boxrec”, que tampoco es algo oficial-:
“La Federación alemana tenía suspendido a Santillán para
combatir en su territorio hasta el 30 de julio, después de su derrota por
puntos del 15 de junio pasado en Hamburgo frente al invicto armenio Artem
Harutyunyan, de 7-0-0, 5 KO”.
En efecto, el santafesino combatió allí ante el armenio y
perdió por puntos, según las tarjetas, todos los rounds, y dos de ellos 10 por
8, quizás peor que perder por KO.
Es decir, venía de una pelea dura –que acá no se vio-, y
regresó al ring demasiado pronto, aunque 45 días después, por lo tanto,
totalmente dentro del reglamento.
Un KO en contra obliga a un parate de 30 días. Ni siquiera
ese resultado hubiese impedido reglamentariamente su pelea. El único que podría
regular eso, con un poco de sentido común, debió haber sido él mismo, o más aún
su DT, que en este caso además es su propio padre.
Ahora bien: la Federación alemana no le avisó a la FAB de
tal suspensión. ¿De qué sirve entonces tal medida para un territorio al que
difícilmente iba a regresar, y menos en tan poco tiempo, si aunque sea no se da
parte a la Federación de origen del púgil donde es más probable que actúe?
Y de haberse esperado 10 días más -como los que faltaban,
según el plazo estipulado- ¿eso garantizaba que esto no iría a ocurrir?
Santillán peleó además en superligero (63,500 kg), siendo
habitualmente un superpluma natural (59 kg), categoría que –dicen- le costaba
mucho dar. ¿Es beneficioso forzar tanto el peso de un púgil?
En esa pelea ante el armenio dio 61,200 -es decir, categoría
ligero-, contra los 63,300 de Harutyunyan. 2 kilos de ventaja. Demasiado.
Ante Abreu el sábado pasado peleó en ligero, pero él dio 60
kg, contra los 61,200 del uruguayo –o sea, el límite-. Siempre en desventaja de
peso, siempre bordeando el límite inferior, mientras que su rival el superior.
Eso es un tema exclusivamente de manejo, que todos los DT y/o mánagers suelen
cuidar mucho.
Para la misma fecha de la pelea en Hamburgo –se cuenta- a
Santillán le habían ofrecido otra en Francia de características más livianas,
en peso ligero, ante un rival más accesible, pero por menos plata. Pero ellos
eligieron ir a Alemania por una mejor bolsa. Eso también suele ser una actitud
común entre los boxeadores, que miden según conveniencias monetarias. No es
reprochable, aunque no sea lo mejor.
Siguiendo con el análisis previo al combate del sábado, y
las contingencias que se confabularon para esta desgracia, no puede soslayarse
que en principio la pelea de fondo iba a ser el atractivo duelo entre los
invictos y pegadores mediopesados Marcos Escudero y Braian Suárez, ambos de
9-0-0, 8KO.
Pero se cayó porque uno de los dos tomó otro desafío, por lo
que subieron a Abreu, que iba a hacer el semifondo a 6 rounds, hasta entonces,
sin rival. Consiguieron de apuro -7 u 8 días antes- a Santillán, quien aceptó.
Santillán –no es un dato menor- había sufrido en diciembre
pasado un duro KOT 5 frente al pegador Fabricio Bea (13-0-1, 13 KO), en una
pelea que él iba dominando. Pero en aquella ocasión padeció una rotura de
mandíbula, lesión seria para un boxeador.
No obstante, reapareció a los 2 meses –otra vez demasiado
pronto-, a 4 rounds, frente a un perdedor de 9-37-4 como Sergio Blanco, y ganó
por puntos. Eso lo rehabilitó para volver al ruedo y tomar la pelea de Alemania
en junio.
Muchos púgiles de primera serie tardan un promedio de 6 a 8
meses en reaparecer tras una fractura de mandíbula, pero eso no está tabulado,
ni prescripto.
Con ese background, que ahora analizamos con el diario del
lunes, subió Santillán el sábado. Sólo él y su equipo conocían en carne propia
su situación, aunque ninguna contradecía reglamento alguno. Si hay alguien que
cuida celosamente las equivalencias, ésa es la FAB. Puede achacársele cualquier
defecto, pero no ése.
Sin embargo, cuando se vio subir al ring a Santillán, se vio
a alguien de imagen débil, blanda, como convaleciente. Simple percepción
visual, que contrastaba con la de reciedumbre que envolvía a Abreu.
Es más; ya en el 2º asalto, pese a que el santafesino
dominaba, en una actitud poco comprensible, quizás instintiva, ya buscaba la
puerta como para irse del ring, acción que se repitió varias veces a lo largo
del combate, y se tomó como histriónica. Pero no. Algo interiormente le mandaba
a Santillán a querer irse del ring, aunque el desarrollo del combate no lo
justificara.
Y curiosamente, pese a estar ganando y pegar en proporción 3
x 1, su rostro denotaba lo contrario: mientras el de Abreu lucía inmaculado, el
suyo sangraba por fosas nasales, estaba hinchado, y su ojo derecho semi
cerrado. Nunca es buena señal eso en boxeo, hablando en términos de salud, no
de puntaje. Es que en un mismo boxeador, una cosa es cuando se pega, y otra
cuando se recibe. Si no van de la mano, es peligroso.
En ese contexto, resultó al menos extraño que ni siquiera se
haya llamado al médico de guardia una sola vez a revisar la hemorragia y
tumefacciones de Santillán, aunque el reglamento del CMB –organismo que
patrocinaba ese título latino en disputa- no sea muy afecto a eso, y sea además
enemigo de la cuenta de protección de pie, que un par de veces ameritó el
santafesino.
Tampoco se vio –extrañamente- en el rincón de Santillán, que
se trabajara con bolsa de hielo para bajar la hinchazón, cosa habitual en estos
casos, a menos que el púgil pertenezca al 2 % de la población que reacciona mal
al hielo.
Hubo –si uno lo ve con el resultado puesto y detenidamente-
varios indicios que anticiparon este desenlace y pudieron quizás haberlo
atenuado. Pero difícilmente esto se haya originado durante el combate que
Santillán ni siquiera perdió, sino que venía de arrastre. Una señal fue que
cada tanto éste se quejaba de la lona, tropezaba, se sentía incómodo, mientras
que Abreu nunca.
Detalles finos. Ninguno está contemplado en el reglamento.
Sin embargo pueden de aquí en más estar en el manual interno de árbitros,
médicos, periodistas, fiscales, promotores y dirigentes, para encender la
alarma cuando sea preciso. Saber leer el lenguaje de los gestos es tan difícil
como imprescindible. Tan importante como respetarse a sí mismo, más allá de
reglas. Y aprender a distinguir el delgado límite entre el juego, el deporte, y
el riesgo.
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