El 2 de mayo de 1982, a las
cuatro de la tarde, dos torpedos disparados por el submarino nuclear británico
Conqueror hundió al crucero ARA General Belgrano, un buque argentino que se
encontraba fuera de la zona de exclusión de 150 millas que Gran Bretaña había
impuesto en forma unilateral durante la Guerra de Malvinas. La primera ministra
británica Margaret Thacher, después de una reunión con su gabinete de Guerra en
la residencia campestre de Chequers, cercana a Londres, ordenó que el
comandante del submarino nuclear, capitán de fragata, Christhopher
Wreford-Brown, torpedeara y hundiera al Belgrano. Esta decisión significó que
incluso en Inglaterra la acusaran de cometer un crimen de guerra porque,
además, la tomó cuando el presidente del Perú, Fernando Belaúnde Terry, estaba
intermediando para lograr la paz.

El ARA General Belgrano había
sido comprado a Estados Unidos en 1951, bautizado como ARA 17 de Octubre en
reconocimiento a la fecha emblemática del justicialismo, fuerza que entonces
gobernaba la Argentina. Cuando en 1955 el presidente constitucional Juan D.
Perón fue derrocado, el buque fue la nave insignia de los sediciosos al mando
del almirante Isaac Rojas. Fue entonces cuando lo bautizaron como General
Belgrano, en homenaje al creador de la bandera nacional y jefe en la guerra por
la independencia.

Diez minutos después de recibir
el impacto, el comandante del Belgrano, capitán de navío Héctor Bonzo, ordenó
abandonar el barco y que se lanzaran las 70 balsas autoinflables con capacidad
para 20 hombres cada una. Ahí salvaron su vida los que dieron testimonio del
infierno.
En una entrevista en Londres se
le preguntó a Thatcher por qué había ordenado ese ataque cuando el buque
argentino se estaba alejando de las islas. La primer ministro respondió: “No
estaba abandonando las Malvinas, sino que estaba en un área donde representaba
un peligro para nuestras naves y para la gente a bordo”. Y cuando se le
preguntó por qué no respetó el intento de paz del Perú, Thatcher aseguró que
“esos planes de paz nunca llegaron a Londres hasta después del hundimiento del
Belgrano. Más aún continuamos negociando”. Por último, molesta se quejó: “Esto
que me pasa, solo puede pasarle a alguien en Gran Bretaña donde un primer
ministro puede ser acusado de hundir una nave enemiga la cual representaba un
peligro para nuestra flota”.
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