Poco se sabe
de las historias de los combatientes de Malvinas, pero aún menos se conoce
sobre las mujeres que fueron a la Guerra. Mujeres no fueron solo las que esperaron
a los soldados, sino que existieron las que -comprometidas con la lucha por la
soberanía argentina- fueron convocadas por las Fuerzas Armadas para combatir.
Más de veinte
mujeres: comisarios de abordo, enfermeras, instrumentistas quirúrgicas y
radioperadoras de los barcos mercantes de la Empresa de Líneas Marítimas Argentina (ELMA), del
Comando de Transporte Navales de la Armada Argentina (ARA), cadetas de la Escuela Nacional
de Náutica (ESNN) y dotación de los hospitales militares Central y Campo de
Mayo (HMC), participaron en operaciones de inteligencia en torno a la isla
Ascensión. O sencillamente en buques que buscaron y detectaron a la flota
británica en medio del Atlántico u otras, a bordo de los barcos que trasladaban
pertrechos entre las localidades de la Patagonia y las Islas Malvinas o que formaban
parte del grupo de profesionales de la salud embarcadas en el Buque Hospital Rompehielos
ARA “Almirante Irizar.”
Alicia
Hace 32 años
cuando comenzó la guerra de Malvinas, Alicia Reynoso era enfermera profesional
de la Fuerza Aérea.
Estaba en su casa de Buenos Aires cuando el portero del edificio subió para
avisarle que la buscaba la policía. Tenía que presentarse en el hospital. Pensó
que se trataría de una evacuación aeromédica de las que hacía frecuentemente,
pero cuando llegó le informaron que se iba a la guerra, de inmediato.
Alicia tenía
23 de años y no sabía ni dónde quedaban las Malvinas. En el apuro, sólo alcanzó
a dictarle a una amiga una carta para su familia.
La madrugada
del 03 de abril llegó al Palomar. Fue allí, en medio de tantas armas, soldados,
llantos, euforia y gritos de “viva la patria” donde empezó a entender que iba a
la guerra.
Todo sucedió
muy rápido. Junto a ella, otras cuatro mujeres (Gladys Maluendez, María Masitto
Anan, Gisella Bassler y Stella Maris Morales) subieron a un avión lleno de
soldados que les decían de todo. En esos tiempos dictatoriales las mujeres no
tenían permitido ser parte de las fuerzas armadas. De hecho, lidiaban con
vestimenta pesada, grande y muy incómoda, pensada para que la usen solamente
los hombres.
La tristeza
que jamás va a olvidar es cuando le dijeron que la guerra había acabado. De la
noche a la mañana, del mismo modo en que había llegado al sur, Alicia debió
irse.
Los años que
siguieron fueron de ‘desmalvinización’. Ese fue el dolor más grande: el
abandono por parte del Estado y de la Fuerza Aérea. La destinaron a la escuela de
aviación de Córdoba para realizar el curso de oficial. No le dieron una
licencia, ni le permitieron ver a su familia, ni le brindaron la más mínima
contención o asistencia.
Durante muchos
años, debido a la angustia que sufría, Alicia no habló del tema. Silenció ante
sus dos hijas y dos nietos los peores días de su vida, rodeada de horror,
maltrato, dolor y sangre.
Silvia
Susana Maza,
Silvia Barrera, María Marta Lemme, Norma Navarro, María Cecilia Ricchieri y
María Angélica Sendes no dudaron en aceptar cuando el 9 de junio de 1982, el
Director del Hospital Militar Central solicitó “instrumentadoras quirúrgicas” y
enfermeras para ayudar en el Hospital Militar Malvinas, en Puerto Argentino.
Silvia y sus
compañeras participaron en el conflicto del Atlántico Sur ayudando a los
heridos en combate a bordo del Rompehielos ARA “Almirante Irízar”, que funcionó
como buque hospital. Estaban divididas por áreas: María Marta estaba en el área
de Cirugía General, Susana en la de Cardiovascular, Norma y Celia en
Traumatología, María Angélica en Oftalmología y Silvia en Terapia Intensiva.
Los soldados
llegaban gravemente heridos por los bombardeos. Ella, junto a sus compañeras
emparcharon cuerpos, cosieron heridas y, sobre todo, contuvieron a los soldados
que lloraban y sufrían mientras ellas mismas no tenían con quién desahogar sus
miedos.
Las mujeres
tuvieron que soportar, también, la discriminación y maltrato por parte de sus
compañeros hombres, que creían en la superstición de que las mujeres y los
curas a bordo traían mala suerte. En una oportunidad, simularon un hundimiento
solo para asustarlas.
En algunas
ocasiones, los vientos del Atlántico Sur llegaban a más 100 kilómetros por
hora y el buque se movía mucho, por eso, durante las operaciones, solían atarse
junto al cirujano a las camillas fijadas en el piso del quirófano para no
perder el equilibrio.
Silvia sigue
hoy trabajando en el Hospital Militar. En varias entrevistas destacó que sus
hijos mayores, por haber crecido en la etapa de “desmalvinización”, saben muy
poco de la guerra en la que estuvo su propia madre, mientras que destaca
positivamente que en la actualidad las escuelas de sus dos hijas menores
incluyen la historia de la guerra de Malvinas en sus currículas.
Reconocimiento
Tuvieron que
pasar 31 años para que desde el Estado se reconocieran los esfuerzos realizados
por estas mujeres. En marzo del 2013, el Ministerio de Defensa entregó la
resolución junto con un diploma de honor a Silvia y sus compañeras, junto con
otras que prestaron servicio en el sur entre mayo y junio de 1982. Por su
parte, Alicia y sus compañeras sólo fueron reconocidas por la legislatura
porteña, en el mismo año.
Aún les quedan
muchas historias por contar, pero es todo un avance que hoy puedan romper el
silencio y recuperar así la otra Historia que nunca nos fue contada, la de las
veteranas de guerra.
Alejandra Soifer y Josefina Avale
Periodistas del programa especializado en
géneros Graves y Agudas, transmitido los martes a las 20hs por Radio Sur FM 88.3
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