ABRIL 11, 2020 8:02
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Entre las medidas adoptadas y/o propuestas por el gobierno
nacional para afrontar la crisis sanitaria provocada por la expansión del covid-19,
el impuesto a la riqueza provocó cierto ruido mediático. Si bien el debate nos
excede, sí es dable recordar una experiencia similar, ocurrida hace más de dos
siglos atrás y protagonizada por el prócer máximo de la Argentina, el misionero
José de San Martín. En 1815 el futuro Libertador impuso un gravamen de 4 reales
por cada 1.000 pesos de capital individual de cada miembro de la elite cuyana.
Al asumir la gobernación de Cuyo, en agosto de 1814, San
Martín se encontró con un erario público escaso de recursos, debido al cierre
del comercio con Chile, cuyos aranceles aduaneros constituían el ingreso
principal de la provincia. Si bien el primer objetivo era prevenirse ante una
posible invasión realista allende los Andes, San Martín ya tenía proyectado su
plan continental para la liberación de Chile. Tanto para defenderse, pero
principalmente para emprender la ofensiva, se necesitaba ampliar en forma
considerable la recaudación pública.
En “Nueva historia del cruce de los Andes” (Aguilar, 2011)
explicaba qué San Martín instauró un “estado recaudador” bajo un estricto
control social garantizado por las tropas del ejército y un férreo sistema de
vigilancia de la población. “Son tiempos de revolución”, justificaba San
Martín. Ahora bien, ¿qué medidas adoptó el gobernador para aumentar sus
ingresos? ¿A qué sectores sociales apuntó para generar la acumulación de
capitales que demandaría la creación del Ejército de los Andes?
La realidad es que San Martín recurrió a todo tipo de
recursos: contribuciones directas, empréstitos forzosos, multas en dinero o
materias primas, castigo en horas de trabajo, expropiaciones y, también, un
novedoso impuesto a la riqueza. Así es, estableció un impuesto de 4 reales por
cada 1.000 pesos de capital individual, según declaración jurada presentada
ante el Cabildo. En el segundo semestre de 1815 este impuesto significó un
ingreso fiscal de 13.431 pesos, suficiente, por ejemplo, para pagar un mes de
sueldos de las tropas.
Este impuesto no fue el único esfuerzo de guerra realizado por
la elite local, la que también debió aportar ganado, caballos y alimento. En
algunos casos, el Estado respondía con el pago de los mismos, en otras con
órdenes de pago a futuro y, en no pocas oportunidades, las tomaba como
contribución patriótica. “Son tiempos de revolución”, repetía San Martín.
Otro aporte fundamental que debió realizar a regañadientes
la elite local, fue la entrega de un tercio de sus esclavos, hombres que fueron
incorporados a los batallones de infantería en condición de libres. San Martín
propuso la liberación de todos los esclavos del Río de la Plata, pero esta idea
fue rechazada por el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón. Ante la
negativa, el gobernador dispuso la compra compulsiva y a precio de “ganga” de
uno de cada tres esclavos que poseyeran las principales familias cuyanas. Esta
medida ocasionó una fuerte resistencia de los propietarios, quienes debieron
resignarse ante la determinación del gobernador. Más de 700 libertos fueron
manumitidos por San Martín en Cuyo, a los que se agregarían otros 900 que
aportó Buenos Aires sobre el límite del inicio de la campaña.
No solo la elite local debió contribuir al esfuerzo de
guerra, también lo hizo la Iglesia, la institución que poseía las mayores
riquezas de la época. San Martín expropió el diezmo, las limosnas y todos los
capitales que tenían las iglesias y conventos. Además, claro está, la iglesia
era la principal propietaria de esclavos, por lo que su aporte en este rubro
fue considerable.
San Martín puso todas las riquezas y los recursos cuyanos al
servicio de las necesidades del momento excepcional que vivían: la lucha por la
independencia y la revolución. Pero lo hizo graduando los esfuerzos según la
capacidad de cada uno. Unos en su rol de soldados que se jugarían la vida por
la patria, otros, con el aporte de aquello que más tenían: su riqueza.
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