Por Jon Lee
Anderson *
Cuando conoció
a Celia, Ernesto había invertido casi todo su dinero en el Astillero San
Isidro, la empresa constructora de yates de un pariente rico. Trabajó ahí como
supervisor, pero al poco tiempo perdió interés. Un amigo lo entusiasmó con un
proyecto nuevo: podía hacer fortuna cultivando yerba mate, la estimulante
infusión vernácula que millones de argentinos beben religiosamente.
La tierra era
barata en la provincia yerbatera de Misiones, mil ochocientos kilómetros al
norte de Buenos Aires por el río Paraná, en la frontera boreal de la Argentina con Paraguay y
Brasil. Colonizada inicialmente por misioneros jesuitas y sus indígenas
guaraníes conversos en el siglo XVI, anexada cincuenta años antes por la Argentina , Misiones
empezaba a entregar tierras al cultivo. Especuladores de bienes raíces,
aventureros ricos e inmigrantes europeos pobres acudían a la provincia. Guevara
Lynch fue a explorarla y se contagió de la “fiebre yerbatera”. Su dinero estaba
invertido en el astillero, pero esperaba que la herencia de Celia le permitiría
comprar tierra suficiente para una plantación de yerba mate y luego hacerse
rico con el rentable “oro verde”.
A nadie
sorprendió que la familia de Celia estrechara filas contra el pretendiente.
Celia aún no había cumplido veintiún años y por ley necesitaba el
consentimiento de su familia para casarse o cobrar su herencia. La pidió y se
la negaron. Desesperados, porque para entonces estaba embarazada, ella y
Ernesto fingieron una fuga de amantes para forzar a la familia a dar el
consentimiento. Se ocultó en la casa de una hermana mayor. El ardid resultó
eficaz. La familia aprobó el matrimonio, pero Celia debió recurrir a la Justicia para cobrar su
herencia. Un juez le otorgó una parte de su herencia, que incluía la propiedad
de una estancia agrícola-ganadera en la provincia mediterránea de Córdoba y
algunos bonos cobrables de su cuenta en fideicomiso: lo suficiente para comprar
un yerbatal en Misiones.
El 10 de
diciembre de 1927, Celia y Ernesto se casaron en una ceremonia privada en la
casa de su hermana mayor casada, Edelmira Moore de la Serna. El diario La Prensa de Buenos Aires lo
consignó en su columna “El día social”. A continuación huyeron de Buenos Aires
a la selva misionera con su secreto común. “Juntos decidimos qué haríamos con
nuestras vidas”, escribiría Guevara Lynch en memorias publicadas años más
tarde. “Atrás quedaron las penitencias, la mojigatería y el círculo cerrado de
parientes que querían impedir nuestro matrimonio.”
Con el dinero
de Celia, Guevara Lynch compró doscientas hectáreas de selva en la margen del
río Paraná. Sobre un barranco con vista al agua color café y al exuberante
bosque verde de la margen paraguaya construyeron una amplia casa sobre pilotes
con cocina y baño exteriores. Lejos estaban de las comodidades de Buenos Aires,
pero Guevara Lynch estaba embelesado. Su ojo ávido de empresario contemplaba la
selva que lo rodeaba y veía el futuro.
Tal vez creía
que, emulando a sus abuelos, podría “restaurar” la fortuna familiar al lanzarse
a la exploración intrépida de tierras vírgenes e inexploradas. Fuera esa
emulación de sus antepasados consciente o no, es evidente que Misiones
representaba para Guevara Lynch su propia aventura en el “oeste salvaje”. Para
él no era tan sólo una provincia atrasada de la Argentina , sino un lugar
emocionante.
El casco de la
propiedad estaba en un lugar llamado Puerto Caraguataí, el nombre guaraní de
una bella flor roja, pero el puerto era apenas un muelle de madera. Se llegaba
luego de dos días de viaje por el río desde el viejo puerto comercial de
Posadas en el “Iberá”, un venerable vapor victoriano con rueda de paletas que
había sabido transportar a funcionarios coloniales británicos por el Nilo. El
caserío más cercano era Montecarlo, un asentamiento de colonos alemanes, pero a
escasos minutos de caminata a través de la selva los Guevara hallaron un vecino
cordial.Charles Benson, maquinista retirado del ferrocarril inglés y ávido
pescador deportivo, se había construido un gran bungalow blanco sobre el río
que incluso tenía un auténtico water closet importado de Inglaterra.
En todo caso,
el idilio de la luna de miel duró poco. El embarazo de Celia progresaba y en
pocos meses llegó el momento de regresar a la civilización para que ella diera
a luz en un ambiente más cómodo y seguro. La pareja viajó río abajo hasta
Rosario, un importante puerto sobre el Paraná de 300.000 habitantes. Allí Celia
inició el trabajo de parto y dio a luz a su hijo Ernesto Guevara de la Serna.
La partida de
nacimiento adulterada, redactada en el registro civil el 15 de junio, fue
firmada en calidad de testigos por un primo de Guevara Lynch que vivía en
Rosario y un taxista brasileño, evidentemente conseguido a último momento. El
documento dice que el bebé fue dado a luz el 14 de junio a las 3.05 de la
mañana en el “domicilio” de sus padres, calle Entre Ríos 480.
Los Guevara se
instalaron en Rosario mientras Celia convalecía del parto de “Ernestito”.
Alquilaron un espacioso departamento de tres dormitorios con cuartos de
servicio en un lujoso edificio residencial en la dirección mencionada en la
partida, cerca del centro. Debieron prolongar su estadía porque poco después de
nacer, el bebé contrajo neumonía bronquial.
Si los familiares
de la pareja sospechaban, no dijeron palabra. Se había evitado el escándalo. La
partida de nacimiento, aunque dudosa, era un documento oficial y por el momento
nadie hacía preguntas molestas. Incluso Roberto, hermano menor del Che, dice
que su madre le dijo: “Ernesto nació en una clínica de Rosario el 14 de junio
de 1928. La dirección que aparece en el registro de nacimiento es donde vivió
los primeros días, pero no donde nació. Posiblemente fue la casa de un amigo o
la del taxista que salió de testigo...”.
Desde luego que
la verdad, como diría Celia mucho después a Julia Constenla de Giussani (la que
había solicitado la carta astral del Che a su común amigo el astrólogo), era
que tal vez dio a luz en el mismo hospital, el mismo día y a la misma hora en
que un obrero portuario huelguista llamado “Diente de Oro” moría de heridas de
bala.
El diario
rosarino La Capital
confirma el resto de la historia. En mayo de 1928, una huelga portuaria en
Rosario había dado lugar a actos de violencia. Casi todos los días se producían
disparos y apuñalamientos, la mayoría realizados por rompehuelgas armados
contratados por la agencia de empleos de los estibadores, la Sociedad Patronal.
A las 17.30 del martes 13 de mayo de 1928, un estibador de 28 años llamado
Ramón Romero, alias “Diente de Oro”, recibió una herida de bala en la cabeza
durante un tumulto en Puerto San Martín. Murió al amanecer del día siguiente,
14 de mayo, en el hospital Granaderos a Caballo de San Lorenzo, unos veinte
kilómetros al norte de Rosario.
Ramón A. Bohle
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