Algunas leyes son demasiado
peligrosas como para dejarlas en los libros. Tomemos, por ejemplo, el techo de
deuda de EEUU. Es el equivalente legislativo de una bomba nuclear que dirige
EEUU hacia sí mismo, mientras el resto del mundo se encuentra dentro de su
radio de alcance. Lo que nunca debe utilizarse no debería existir.
Independientemente del resultado
de las negociaciones de la semana pasada, la ley debe ser derogada. No se puede
gobernar ordenadamente bajo una amenaza tan destructiva. El techo de deuda es
muy diferente de un cierre parcial del gobierno. Aunque sea absurdo e injusto,
la situación puede manejarse de alguna manera. Sin embargo, la situación si no
se eleva el techo de deuda no lo es.
El embrollo sobre el techo tiene
un lado oscuro y ligeramente divertido. Muchos recordarán la insistencia
republicana de que la incertidumbre coartaba la recuperación económica. Sin
embargo, es difícil imaginar políticas mejor diseñadas para crear un máximo de
incertidumbre que un posible incumplimiento por parte del deudor más importante
del mundo.
Cuando se le preguntó acerca de
las consecuencias de un fracaso en alcanzar un acuerdo con respecto al techo,
Jamie Dimon, presidente ejecutivo de JPMorgan Chase, respondió: Usted no
quiere saberlas. Pero debemos tratar de saberlas, porque los resultados serían
calamitosos.
¿Por qué es el techo de deuda
demasiado peligroso para utilizarse? Esta pregunta tiene dos respuestas.
La primera es constitucional. En
un artículo reciente, Neil Buchanan de la Universidad George
Washington y Michael Dorf de Cornell afirman que un techo obligatorio de deuda
crearía un "trilema " para el presidente: "Ignorar el techo de
deuda y emitir unilateralmente nuevos bonos, usurpando así el poder de
endeudamiento del Congreso; aumentar unilateralmente los impuestos, usurpando
así el poder tributario del Congreso; o cortar unilateralmente el gasto,
usurpando así el poder adquisitivo del Congreso." Por lo tanto, un techo
de deuda obligatorio forzaría al presidente a violar su obligación de
"velar por que las leyes sean fielmente ejecutadas." Los autores
concluyen que el presidente debe elegir el curso "menos
inconstitucional" e ignorar el techo de deuda. Pero, inevitablemente,
cualquier acción que tomase el presidente crearía una crisis constitucional. Ningún
Congreso responsable trataría de poner al presidente en semejante situación.
La segunda razón por la que el
techo de deuda es tan peligroso es que el gobierno no podría acatarlo sin
autodestruirse. En algún momento entre el 17 de octubre y el final del mes, el
gobierno carecería el dinero para pagar sus cuentas. Todas las opciones serían
nefastas.
Una opción muy discutida es la de
dar "prioridad": el gobierno federal pagaría a los demandantes
"de alta prioridad" como el gobierno chino, e incumplirles a los
demandantes de "baja prioridad" como los beneficiarios de Seguro
Social o Medicare. Sí, la posibilidad es así de horrible.
El Tesoro de EEUU tiene dos
fuertes objeciones.
En primer lugar, la priorización
no protegería la "plena fe y crédito de los Estados Unidos" - y aún
sería siendo un incumplimiento. En segundo lugar, los sistemas informáticos del
gobierno de EEUU no le permiten elegir entre los cerca de 100 millones de pagos
que efectúa cada mes. Pero Fedwire, el sistema que se encarga de los pagos de
deuda soberana, es distinto de los sistemas que efectúan pagos a los organismos
gubernamentales y otros proveedores. De manera que tal vez el Tesoro de EEUU
podría pagar las primeras obligaciones y luego usar el dinero restante para las
segundas - una posibilidad que niega siquiera que existe - con el fin de
preservar su credibilidad para negociar.
Incluso si fuera posible, lo cual
dista de saberse con certeza, la política de asignación de prioridades sería
desastrosa. Sin embargo, las repercusiones económicas de un incumplimiento de
la deuda serían peores. Los bonos del Tesoro de EEUU son los activos seguros
más importantes del mundo. Si fueran a incumplir, aun temporalmente, habría un
impacto inmediato en las primas de riesgo y un impacto muy posiblemente permanente
sobre su papel como refugio financiero. Se impondrían recortes en su uso como
garantías. El resultado, como mi colega Gillian Tett ha señalado, sería una
enorme perturbación de la liquidez del mercado y del crédito en el mundo
entero. La quiebra de Lehman es una cosa; el incumplimiento de EEUU sería otra
muy distinta. No es de extrañarse que la reunión de los banqueros centrales y
ministros de finanzas en Washington la semana pasada para las reuniones anuales
del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial mostraban tanta agitación
con respecto al tema.
La alternativa menos perjudicial
económicamente sería que el gobierno de EEUU dejara de pagar sus obligaciones
que no están relacionadas con la deuda. De hecho, muchos en el Tea Party creen
que el techo es una manera de imponer un presupuesto equilibrado, aunque fuese
uno que redujese incluso los préstamos regulares a corto plazo para los
hogares. Hoy en día, esto requeriría la eliminación inmediata de un déficit de
alrededor de 4.2 por ciento del producto interno bruto. Un corte instantáneo de
esta magnitud reduciría el PIB por mucho más que el 6 por ciento que los
multiplicadores convencionales podrían sugerir. La razón es que todos los
estabilizadores incorporados se verían recortados. A medida que los ingresos
cayeran conjuntamente con el PIB, el gasto se reduciría automáticamente más. El
PIB podría caer un 10 por ciento. Esto causaría un desastre nacional y mundial.
Por lo tanto, si el gobierno
tuviera que respetar el techo de deuda, tendría que elegir entre una calamidad
de la deuda y un desastre en su producción. Sin embargo, Barack Obama también
tiene razón en que no puede someterse ante las personas que esgrimen esta
amenaza porque sino aumentaría su incentivo para su uso repetido y así, a largo
plazo, la posibilidad de que la bomba explote. Este dispositivo debe
desmantelarse; pero desgraciadamente, eso no sucederá.
La administración también tiene
que decidir que hará si el techo no se eleva a tiempo ahora, el próximo mes, o
más adelante. La respuesta menos mala sería: sigamos pidiendo prestado. El
presidente no puede afirmar que lo haría, antes del hecho. Es más, debe
negarlo, ya que al saberlo reduciría el incentivo de sus oponentes para elevar
el techo. Sin embargo, si sucediese lo peor, tendría que pedir prestado,
invocando la necesidad de preservar el crédito del gobierno, porque sino se
vería afectado de forma permanente.
Pedir prestado bajo una nube
constitucional sería arriesgado. La forma más sencilla de minimizar estos
riesgos sería pedir prestado a corto plazo. Después de todo, la Reserva Federal de
EEUU debe asegurarse de que la tasa de interés se mantenga en cero, con el fin
de preservar su política monetaria. La Cámara de Representantes podría acusar al
presidente de alta criminalidad al asegurar que el gobierno de EEUU cumpla
sus promesas, pero esa moción no pasaría en el Senado. Alguien podría impugnar
las decisiones del Sr. Obama en un tribunal. Pero, ¿cómo podría un juez fallar
que el presidente actuó inconstitucionalmente si el Congreso emitió
instrucciones contradictorias?
Es una locura que semejante
discusión sea remotamente posible. Hay que abolir el techo ahora mismo. Es una
invitación a portarse mal.
Fuente:El Crnista Comercial 21de Octubre 2013
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