En
la mañana del 16 de junio de 1955, efectivos de la marina de guerra y “comandos
civiles” intentan sin éxito copar la Casa Rosada y tomar prisionero al presidente Juan
Perón. El mandatario busca refugio en el edificio del ministerio de Guerra y se
dispone a sofocar la rebelión. A mediodía, aviones de la Armada bombardean y
ametrallan la sede del gobierno y la
Plaza de Mayo. Una de las primeras bombas estalla en el techo
de la Casa Rosada.
Otra, le pega a un trolebús lleno de pasajeros y mueren todos. Los aviadores
subversivos lanzan nueve toneladas y media de explosivos.
Ese
día a las 12:40 una escuadrilla a cargo del Capitán Noriega desciende sobre la Casa de Gobierno. Su avión
dejó caer una bomba de 100 kilos con el objetivo de matar a Perón. Después siguieron
mas aviones descargando cada uno bombas de 50 kilos.
Terror,
la gente corría espantada, todo era un caos en Plaza de Mayo. Terror, 28
aviones en vuelo continuo, 28 bombarderos arrojaban casi 100 bombas en menos de
tres horas de ataque. Estos aviones no sólo atacaron la Casa de Gobierno, sino que
también lo hicieron con la CGT,
el Ministerio de Guerra, el Departamento de policía, el ex Palacio Unzué (de
Agüero y Libertador, hoy Biblioteca Nacional), y todas las calles de los
alrededores.
En
esos aviones de la Marina,
no sólo iban pilotos de esa fuerza. El Dr. Miguel Ángel Zavala Ortiz, quien
después fuera Canciller de Illia, iba en uno de ellos.
Fue
piloto de la partida criminal el capitán Osvaldo Cacciatore quien años más
tarde se desempeñaría como Intendente de Buenos Aires en el gobierno de la
dictadura militar.
Hay
350 muertos y 2 mil heridos. Setenta y nueve personas quedan lisiadas en forma
permanente. Los agresores huyen hacia Uruguay, donde solicitan asilo político.
Al
día siguiente, el diario Clarín -que no se caracteriza por sus simpatías
peronistas- escribe: “Las palabras no alcanzan a traducir en su exacta medida
el dolor y la indignación que ha provocado en el ánimo del pueblo la criminal
agresión perpetrada por los aviadores sediciosos”.
Fue
la segunda vez en toda la historia argentina que la ciudad de Buenos Aires era
bombardeada. La primera ocurrió durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807.
En esta ocasión, a mediados del siglo veinte, no existía un estado de guerra,
quienes atacaron por sorpresa vestían uniformes militares argentinos y las
víctimas fueron civiles desarmados, también argentinos.El ataque a traición de
los aviadores navales produce un terrible impacto en la población. Durante
meses no se habla de otra cosa en los hogares de todo el país. En Dossier
secreto - El mito de la guerra sucia, el periodista norteamericano Martin
Andersen cita el informe de un analista de la embajada de Estados Unidos en
Buenos Aires, quien describe este estupor generalizado:
“El
bombardeo del 16 de junio de 1955 explotó con una fuerza cataclísmica, por
tanto, sobre una población civil condicionada por un siglo de paz y que tenía
la confirmada creencia de que semejantes cosas no ocurrían en la Argentina. Se
detecta en la gente no sólo el sentimiento de escándalo, sino de vergüenza de
que semejante matanza de civiles inocentes pudiera haber ocurrido en el corazón
de Buenos Aires”.
Perón
no quiere enfrentamiento entre las fuerzas armadas y, mucho menos, entre
militares y trabajadores. Aquel 16 de junio de 1955, después del primer
bombardeo a la Casa
de Gobierno, el general le ordena a un mayor del ejército que fuera a hablar
con el secretario general de la
CGT:Ni un solo obrero debe ir a la Plaza de Mayo -le dice al
oficial. Y refiriéndose a los aviadores navales, agrega: “Estos asesinos no
vacilarán en tirar contra ellos. Ésta es una cosa de soldados. Yo no quiero
sobrevivir sobre una montaña de cadáveres de trabajadores”.
El
relato de este hecho tiene una dimensión mayor porque su autor es Pedro Santos
Martínez, un historiador insospechado de simpatías peronistas (citado en
1946-1955 - La nueva Argentina, La
Bastilla, Buenos Aires, 1988).
Los
obreros salieron a la calle igual, al grito de “¡Perón, Perón!” Muchos fueron
masacrados desde el aire o al quedar atrapados entre dos fuegos.
GENERAL JUAN JOSE VALLE, FUSILADO EL 12
DE JUNIO DE 1956, POR LOS ASESINOS DE LA DICTADURA AUTOPROCLAMADA:
"REVOLUCIÓN LIBERTADORA" QUE DIRIGIA EL GRAL. PEDRO EUGENIO ARAMBURU.
VER MAS: OPERACION MASACRE
Martínez
describe otro episodio que da una idea de las convicciones morales de los
golpistas. Por la tarde, los subversivos atrincherados en la Secretaría de Marina
despliegan una bandera blanca que, de acuerdo a las reglas militares, sólo
podía significar dos cosas: diálogo o rendición. El general Juan José Valle y
otros oficiales leales se dirigen al lugar para parlamentar, con instrucciones
de ser tolerantes con los rebeldes. Cuando la comisión se acerca al edificio,
la bandera blanca es arriada y una ametralladora los recibe con ráfagas de
plomo.
Perón
narra en su libro Del poder al exilio, citado por Martínez, que cuando una
multitud enardecida se concentró con garrotes frente a la Secretaría de Marina,
el almirante golpista que estaba al mando envió un “dramático” mensaje al jefe
del ejército: “Intervenga. Mande hombres. Nos rendimos, pero evite que la
muchedumbre armada y enfurecida penetre en el edificio”.
Ese
mismo día, después de recuperar el edificio, el general Valle le dijo a Perón:
“ Mi general, este ejército no le va a servir para la revolución popular. Arme
a la CGT ”.
En
la noche, como reacción popular a los bombardeos, son saqueadas e incendiadas la Catedral Metropolitana
y diez iglesias. Poco después, trasciende que Perón ha sido excomulgado por el
Papa Pío XII, quien siempre se negó a tomar idéntica medida con Mussolini y
Hitler.
Durante
años, los antiperonistas repetirán que los incendiarios de los templos contaban
con la complicidad de policías y bomberos. Y los historiadores oficiales
pondrán más énfasis en la quema de las iglesias que en la masacre de civiles
perpetrada horas antes por la aviación naval. Años después, muchos jóvenes
repetirán lo que escucharon de chicos en sus casas.
VER: BOMBAS SOBRE PLAZA DE MAYO
Luego
del bombardeo a la Plaza
de Mayo, Perón no sólo no toma revancha contrariando el sentimiento de sus
propios seguidores, sino que busca la pacificación interna. En julio, levanta
el estado de sitio, deja en libertad a varios detenidos políticos y elimina
algunas restricciones políticas. El 31 permite utilizar la radio, el principal
medio de comunicación de la época, a dirigentes opositores.Perón ofrece
renunciar a la jefatura del movimiento peronista y mantener sólo el cargo de
presidente de la nación. En búsqueda de la reconciliación, el general cambia a
integrantes de su gabinete, sustituye al jefe de policía y se desprende de Raúl
Apold, su jefe de propaganda. Al mismo tiempo, designa A John William Cooke
como interventor del partido en la Capital Federal.Sin
embargo, la situación ha llegado a un punto sin retorno. Conservadores,
radicales, nacionalistas liberales, comunistas y socialistas exigen la renuncia
del presidente constitucional. El Ejército, la Marina y la Aeronáutica conspiran
abiertamente y los “comandos civiles” se organizan. Tres meses después, Perón
será derrocado por la llamada “revolución libertadora”, un antecedente de la
ciénaga sangrienta instaurada en 1976.
FUENTES:
Roberto Bardini
www.villacrespomibarrio.com.ar
www.juventudpdl.blogspot.com
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