Estoy acá porque el
país cambió
La historia de esta médica
ginecóloga, que llegó hace dos años a trabajar en el hospital móvil argentino
de la Misión
de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), comenzó en mayo
de 1977, cuando una patota secuestró a su padre y abogado de presos políticos,
Héctor González. Fruto de la desesperada búsqueda y la ayuda de algunos amigos,
supieron que estaba detenido en La
Perla , el principal campo de detención de Córdoba. Quiso la
suerte y las gestiones que realizaron que fuera puesto a disposición del Poder
Ejecutivo: y ahí comenzó el padre de Ida un largo recorrido por las cárceles
argentinas, hasta que consiguió la tan ansiada libertad en 1981. Aquella etapa
quedó marcada a fuego en la memoria de la ahora médica González y, como
reconoce, jamás se le hubiese pasado por la cabeza trabajar junto a militares
si no fuera por el cambio que vivió la Argentina a partir de 2003.

Ida reconoce que le costó contar
su historia a sus compañeros militares, pero cuando el tema surgió en las
sobremesas y mateadas, fue escuchada con respeto y el trato hacia ella nunca
cambió. El uso del uniforme es todo un tema: "Cuando me lo puse por
primera vez pensé: qué diría mi padre, pero sé que comprendería, porque todo ha
cambiado", dice y sonríe.
Puertas afuera del hospital, la
situación es diferente. A la inestabilidad política se sumaron un huracán y un
terrible terremoto que dejaron a este país, el primero en independizarse en
América Latina y el Caribe, inmerso en una dramática pobreza que, parece, está
lejos de finalizar. Las veredas son largos e interminables mercados informales
donde predominan las mujeres. Se las puede ver vendiendo, recolectando y
transportando leña en el lomo de mulas y criando a sus hijos. Los niños, cuanto
más pequeños, son los que sonríen y se animan a entablar contacto con el
extranjero. Cuando van creciendo, la mirada se vuelve más torva, desconfiada y,
sobre todo, cansada de ser objeto de observación de militares, integrantes de
organizaciones no gubernamentales y periodistas.
Los hombres, desempleados en su
inmensa mayoría, pasan el día sentados, en grupos y esperando con la mirada
perdida. Desconfían de los blancos y rechazan a los que ellos llaman "los
mulatos", que son los ricos, los dueños del país, y que apenas conforman
el 1% de la población. Muy pocos de esos hombres negros y pobres aceptan hablar
con los periodistas. En un complicado castellano, uno de ellos, de 33 años y
cinco hijos, repite como una letanía: "No queremos comida, la conseguimos.
No queremos agua, la tenemos. Yo nací para trabajar, todos los que estamos
nacimos para trabajar, pero no hay trabajo." Es Haití. «
Por. Felipe Yapur
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