Billete de 1829 de las Islas Malvinas firmado por Luis Vernet |
Por Manuel Martínez
A 37 años del inicio
de la guerra de Malvinas, un repaso sobre la historia de las islas, los
orígenes de la disputa territorial con Inglaterra, el siempre negativo rol de
los Estados Unidos en la región y la solidaridad nuestroamericana para con una
justa y vigente reivindicación de soberanía.
I
Hace tanto como 37
años, la desangrada sociedad argentina se vio conmovida por la ocupación
militar de las islas Malvinas. Ese remoto archipiélago -conformado por la isla
Soledad, al este, la Gran Malvina, al oeste, y más de 200 islas adyacentes-
había sido para muchas generaciones algo así como una bolilla de las materias
de historia o geografía. Estaba ahí, nada más que ahí, en el Atlántico Sur, en
aguas argentinas, ocupado desde 1833 por la piratería británica sin provocar
mayores sentimientos de soberanía nacional.
Pero aquel 2 de abril
de 1982, cuando empezó a correr la noticia de que tropas argentinas habían
desembarcado en las gélidas costas de Malvinas, tales sentimientos se
reavivaron en los pliegues más profundos de nuestro pueblo y de toda América
Latina. Sin embargo, el escenario planteado era en extremo complejo: con esa
ocupación se iniciaba una guerra con una de las mayores potencias imperialistas
del mundo, por cierto en desventaja política y militar, y quien la iniciaba era
nada menos que la peor dictadura genocida del siglo XX.
Más de tres décadas
después se sigue debatiendo si fue una aventura de última hora de los genocidas
que empezaban a mascullar el fracaso de su “proceso de reorganización nacional”
iniciado en 1976, o si tal guerra respondía a un plan preconcebido desde antes.
A la luz de los resultados, no hay margen para dudar que se trató de una
trágica aventura, la peor y la última del militarismo argentino, la que a su
vez marcó su final como actor en el escenario político de nuestro país.
Siguiendo con lo
anterior, podemos decir que la historia tiene siempre vaivenes imprevistos.
Puede ocurrir –y ocurrió– que una dictadura cívico-militar antipopular y
sanguinaria, cuyos mentores fueron por siempre y hasta por herencia sumisos al
imperialismo, de golpe, imprevistamente, planteara un escenario de conflicto en
este caso con la vieja potencia colonialista británica, a su vez aliada de
Estados Unidos. Este hecho, que no era nada menor, cambió abruptamente la
situación en ese momento.
Si el terrorismo de
Estado había campeado durante seis años, imponiendo a sangre y fuego el
silencio, la ocupación de Malvinas reinició el bullicio popular ocupando calles
y plazas. Es superficial y errónea la visión de que entonces “el pueblo apoyó a
la dictadura”. Lo que se colocó en el centro fue una reivindicación justa, una
reivindicación de soberanía nacional, más aún cuando los hijos de nuestro
pueblo: los colimbas enrolados por el servicio militar obligatorio eran los
sujetos concretos de esa reivindicación. El pueblo apoyó la ocupación de las
islas, pero también supo repudiar la desastrosa conducción política y militar
de la guerra, que llevaría a una rendición humillante.
II
La ocupación de
Malvinas y la brutal respuesta de Gran Bretaña, ordenada por la “dama de
hierro” Margaret Thatcher, secundada por los laboristas y con el apoyo de
Ronald Reagan desde Washington, dio lugar a una polarización continental. Pocas
veces en el siglo XX, los sentimientos anticolonialistas y nacionalistas, se
pusieron en evidencia en múltiples acciones de solidaridad y en movilizaciones
masivas como las que se hicieron en el Perú con la participación activa de
exiliados argentinos de diversas posiciones políticas, peronistas y de
izquierda.
La polarización se
hizo evidente también en la actitud de los gobiernos latinoamericanos. Salvo
los de Cuba y de Nicaragua en ese momento, ningún otro era de izquierda o de
centroizquierda, ni mucho menos antiimperialista. Sin embargo, el sentimiento
solidario popular hizo que algunos de estos gobiernos asumieran una posición
favorable a la Argentina. El gobierno peruano de Belaúnde Terry, de
centroderecha, tuvo que aceptar que las Fuerzas Armadas de su país apoyaran a
la Argentina con tareas de inteligencia e incluso con el envío de aviones de
combate. Ese mismo gobierno, además, propició una polémica salida negociada,
basada en el cese de las hostilidades y en una administración compartida de
Malvinas entre diversos gobiernos entre los que estaba el de Estados Unidos. El
hundimiento del crucero General Belgrano fuera de la zona bélica -en el que
murieron 323 marinos, la mitad de nuestras víctimas- impidió definitivamente
que esa propuesta prosperara.
Otro, diferente y
repugnante, fue el caso del gobierno de Chile, es decir de la dictadura de
Augusto Pinochet, que no dudó en apoyar a Gran Bretaña facilitando el
abastecimiento de sus buques de guerra. Estaba de por medio el conflicto por el
Canal de Beagle y las rivalidades entre las dictaduras chilena y argentina
también hacían resonar tambores de combate. Sin embargo, una parte importante
del pueblo chileno, incluso aplastado por las bayonetas, no dejó de expresar su
repudio a la agresión colonialista inglesa. El profesor Pedro Godoy, expulsado
por Pinochet de la cátedra universitaria, no dudó en señalar que la actitud de
la dictadura de su país, apoyada por la derecha y por un sector de la sociedad
chilena, significaba decir: “Goodbye Latinoamérica”.
III
Aunque hasta ahora no
se ha comprobado fehacientemente que en Malvinas haya recursos naturales de
importancia, las islas siempre fueron motivo de controversias o de disputas de
poder. Estas datan del siglo XVIII e involucraron a España, Gran Bretaña y
Francia. En 1820, el gobierno de la Provincia de Buenos Aires envió una fragata
para tomar posesión de las islas teniendo en cuenta que eran parte del antiguo
dominio español. Tres años después las entregó en concesión a un tal Luis María
Vernet, quien, además de sus negocios pesqueros, pasó a ejercer funciones
políticas. Sin embargo, los barcos balleneros británicos seguían haciendo de
las suyas. Y Vernet reaccionó, tomando medidas para controlarlos. Esto provocó
que el buque de guerra estadounidense Lexington destruyera Puerto Soledad;
posteriormente, el 2 de enero de 1833, llegó el buque de guerra británico HMS
Clio y se concretó la usurpación en nombre de Su Majestad.
Es curioso detenerse
en estos detalles: en el siglo XIX, cuando Gran Bretaña era más pujante que su
ex colonia, es decir Estados Unidos, ya actuaban en común; es más, el buque
yanqui fue la vanguardia del despojo. Pensando en la Patria Grande, cabe
recordar las palabras de Bolívar: “Los Estados Unidos parecen destinados por la
providencia para plagar la América de miseria…”.
En agosto de 1833, un
reducido grupo de gauchos e indígenas que trabajaban en la empresa de Vernet, a
quien Gran Bretaña no había echado de las islas, protagonizó un alzamiento
contra las condiciones de trabajo. El capataz de Vernet era un francés, que
pagaba los salarios en bonos; el administrador de las islas era por supuesto un
británico y era el único almacenero, pero no aceptaba los bonos. Fue el gaucho
Antonio Rivero quien estuvo al frente de ese alzamiento; con sus hombres,
armados de facones y alguna que otra arma de fuego, ejecutaron al capataz y al
administrador de las islas e izaron la bandera nacional.
Malvinas volvió, como
causa justa y como sentimiento de soberanía en la penúltima década del siglo
XX. Rendimos homenaje a nuestros hermanos jóvenes que cayeron en combate. No es
posible dudar ni un instante en la vigencia del reclamo de soberanía.
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