Todas las voces y músicas de la Patria Grande

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lunes, 1 de abril de 2019

Reflexiones sobre Malvinas

Billete de 1829 de las Islas Malvinas firmado por Luis Vernet



Por Manuel Martínez

A 37 años del inicio de la guerra de Malvinas, un repaso sobre la historia de las islas, los orígenes de la disputa territorial con Inglaterra, el siempre negativo rol de los Estados Unidos en la región y la solidaridad nuestroamericana para con una justa y vigente reivindicación de soberanía.
I
Hace tanto como 37 años, la desangrada sociedad argentina se vio conmovida por la ocupación militar de las islas Malvinas. Ese remoto archipiélago -conformado por la isla Soledad, al este, la Gran Malvina, al oeste, y más de 200 islas adyacentes- había sido para muchas generaciones algo así como una bolilla de las materias de historia o geografía. Estaba ahí, nada más que ahí, en el Atlántico Sur, en aguas argentinas, ocupado desde 1833 por la piratería británica sin provocar mayores sentimientos de soberanía nacional.
Pero aquel 2 de abril de 1982, cuando empezó a correr la noticia de que tropas argentinas habían desembarcado en las gélidas costas de Malvinas, tales sentimientos se reavivaron en los pliegues más profundos de nuestro pueblo y de toda América Latina. Sin embargo, el escenario planteado era en extremo complejo: con esa ocupación se iniciaba una guerra con una de las mayores potencias imperialistas del mundo, por cierto en desventaja política y militar, y quien la iniciaba era nada menos que la peor dictadura genocida del siglo XX.
Más de tres décadas después se sigue debatiendo si fue una aventura de última hora de los genocidas que empezaban a mascullar el fracaso de su “proceso de reorganización nacional” iniciado en 1976, o si tal guerra respondía a un plan preconcebido desde antes. A la luz de los resultados, no hay margen para dudar que se trató de una trágica aventura, la peor y la última del militarismo argentino, la que a su vez marcó su final como actor en el escenario político de nuestro país.
Siguiendo con lo anterior, podemos decir que la historia tiene siempre vaivenes imprevistos. Puede ocurrir –y ocurrió– que una dictadura cívico-militar antipopular y sanguinaria, cuyos mentores fueron por siempre y hasta por herencia sumisos al imperialismo, de golpe, imprevistamente, planteara un escenario de conflicto en este caso con la vieja potencia colonialista británica, a su vez aliada de Estados Unidos. Este hecho, que no era nada menor, cambió abruptamente la situación en ese momento.
Si el terrorismo de Estado había campeado durante seis años, imponiendo a sangre y fuego el silencio, la ocupación de Malvinas reinició el bullicio popular ocupando calles y plazas. Es superficial y errónea la visión de que entonces “el pueblo apoyó a la dictadura”. Lo que se colocó en el centro fue una reivindicación justa, una reivindicación de soberanía nacional, más aún cuando los hijos de nuestro pueblo: los colimbas enrolados por el servicio militar obligatorio eran los sujetos concretos de esa reivindicación. El pueblo apoyó la ocupación de las islas, pero también supo repudiar la desastrosa conducción política y militar de la guerra, que llevaría a una rendición humillante.
II
La ocupación de Malvinas y la brutal respuesta de Gran Bretaña, ordenada por la “dama de hierro” Margaret Thatcher, secundada por los laboristas y con el apoyo de Ronald Reagan desde Washington, dio lugar a una polarización continental. Pocas veces en el siglo XX, los sentimientos anticolonialistas y nacionalistas, se pusieron en evidencia en múltiples acciones de solidaridad y en movilizaciones masivas como las que se hicieron en el Perú con la participación activa de exiliados argentinos de diversas posiciones políticas, peronistas y de izquierda.
La polarización se hizo evidente también en la actitud de los gobiernos latinoamericanos. Salvo los de Cuba y de Nicaragua en ese momento, ningún otro era de izquierda o de centroizquierda, ni mucho menos antiimperialista. Sin embargo, el sentimiento solidario popular hizo que algunos de estos gobiernos asumieran una posición favorable a la Argentina. El gobierno peruano de Belaúnde Terry, de centroderecha, tuvo que aceptar que las Fuerzas Armadas de su país apoyaran a la Argentina con tareas de inteligencia e incluso con el envío de aviones de combate. Ese mismo gobierno, además, propició una polémica salida negociada, basada en el cese de las hostilidades y en una administración compartida de Malvinas entre diversos gobiernos entre los que estaba el de Estados Unidos. El hundimiento del crucero General Belgrano fuera de la zona bélica -en el que murieron 323 marinos, la mitad de nuestras víctimas- impidió definitivamente que esa propuesta prosperara.
Otro, diferente y repugnante, fue el caso del gobierno de Chile, es decir de la dictadura de Augusto Pinochet, que no dudó en apoyar a Gran Bretaña facilitando el abastecimiento de sus buques de guerra. Estaba de por medio el conflicto por el Canal de Beagle y las rivalidades entre las dictaduras chilena y argentina también hacían resonar tambores de combate. Sin embargo, una parte importante del pueblo chileno, incluso aplastado por las bayonetas, no dejó de expresar su repudio a la agresión colonialista inglesa. El profesor Pedro Godoy, expulsado por Pinochet de la cátedra universitaria, no dudó en señalar que la actitud de la dictadura de su país, apoyada por la derecha y por un sector de la sociedad chilena, significaba decir: “Goodbye Latinoamérica”.
III
Aunque hasta ahora no se ha comprobado fehacientemente que en Malvinas haya recursos naturales de importancia, las islas siempre fueron motivo de controversias o de disputas de poder. Estas datan del siglo XVIII e involucraron a España, Gran Bretaña y Francia. En 1820, el gobierno de la Provincia de Buenos Aires envió una fragata para tomar posesión de las islas teniendo en cuenta que eran parte del antiguo dominio español. Tres años después las entregó en concesión a un tal Luis María Vernet, quien, además de sus negocios pesqueros, pasó a ejercer funciones políticas. Sin embargo, los barcos balleneros británicos seguían haciendo de las suyas. Y Vernet reaccionó, tomando medidas para controlarlos. Esto provocó que el buque de guerra estadounidense Lexington destruyera Puerto Soledad; posteriormente, el 2 de enero de 1833, llegó el buque de guerra británico HMS Clio y se concretó la usurpación en nombre de Su Majestad.
Es curioso detenerse en estos detalles: en el siglo XIX, cuando Gran Bretaña era más pujante que su ex colonia, es decir Estados Unidos, ya actuaban en común; es más, el buque yanqui fue la vanguardia del despojo. Pensando en la Patria Grande, cabe recordar las palabras de Bolívar: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria…”.
En agosto de 1833, un reducido grupo de gauchos e indígenas que trabajaban en la empresa de Vernet, a quien Gran Bretaña no había echado de las islas, protagonizó un alzamiento contra las condiciones de trabajo. El capataz de Vernet era un francés, que pagaba los salarios en bonos; el administrador de las islas era por supuesto un británico y era el único almacenero, pero no aceptaba los bonos. Fue el gaucho Antonio Rivero quien estuvo al frente de ese alzamiento; con sus hombres, armados de facones y alguna que otra arma de fuego, ejecutaron al capataz y al administrador de las islas e izaron la bandera nacional.
Malvinas volvió, como causa justa y como sentimiento de soberanía en la penúltima década del siglo XX. Rendimos homenaje a nuestros hermanos jóvenes que cayeron en combate. No es posible dudar ni un instante en la vigencia del reclamo de soberanía.


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