2 de Octubre de 1968. Edificio Chihuahua, Plaza de las Tres Culturas. México.
Las terribles fotos que hace pocos años dieron la vuelta al mundo por
su atrocidad muestran a unos estudiantes apaleados, indefensos, desnudos
algunos, rodeados por los soldados del ejército mexicano.
Aquel año se celebraba la Olimpiada de México 1968, pero la inquietud internacional iba en aumento: se vivían los peores momentos de la
Guerra de Vietnam pocos meses antes había ocurrido la trágica Primavera de Praga cuando los tanques soviéticos entraron en la capital checa; en París,
los estudiantes se habían levantado, el racismo en Sudáfrica alcanzaba
su apogeo, y México vivía una fuerte inestabilidad interna producto de
las malas condiciones económicas que atravesaban. El 27 de agosto de
aquel año, más de 200.000 estudiantes marchaban por el centro de Ciudad
de México, y se instalaron en el Zócalo, una plaza central del Distrito
Federal. Al día siguiente, la policía local reprimió la revuelta.
México
era la ciudad ideal, por su próxima organización de los Juegos Olímpicos
y convertirse así en un buen foco publicitario, para mostrar los
desacuerdos, no sólo con la política interna del gobierno federal, sino
con la inestabilidad mundial. Pero México y su Gobierno no estaba
dispuesto a convertirse en un foco de revueltas precisamente en unas
fechas tan señaladas. Las revueltas se sucedieron, y en Septiembre,
mandó al ejército ocupar el Campus Universitario produciendo decenas de
heridos entre los estudiantes. Ya, en esa represión, se habló de que
había habido decenas de muertos, y que la policía los había incinerado
para ocultar las pruebas al Mundo. Aún así, las protestas continuaban a
ritmo creciente, mientras los participantes de todos los países del
mundo iban llegando a la capital.
El 2 de Octubre, en la plaza de Tlatelolco o de las Tres Culturas, se congregaron casi 50.000 estudiantes.
Pero no hicieron sino caer en una emboscada, pues de todas las calles
convergentes, aparecieron las fuerzas del ejército, rodeando la plaza.
Se disparó una bengala… y la matanza comenzó.
Los soldados empezaron a disparar indiscriminadamente
contra los allí presentes, mientras los estudiantes huían
aterrorizados. Casi 400 estudiantes murieron aquel día, y más de mil
resultaron heridos de gravedad. Se quemaron gran parte de los cadáveres y
los heridos fueron llevados a hospitales militares para ocultar la
Verdad. Ya de noche, los bomberos y la policía se encargaron, con
chorros de agua a presión, de lavar todas las huellas del magnicidio en
aquella plaza, dejándola impoluta para la mañana siguiente.
Tantos años después, aún no se sabe de dónde
partieron las órdenes. El presidente mexicano de aquellos momentos,
Gustavo Díaz Ordaz, al parecer pidió la presencia militar en la plaza,
pero fue el Comando Supremo de las Fuerzas Armadas quien ordenó el
fuego. Todos los documentos de aquella matanza se quemaron o no
aparecen. El presidente mexicano, Díaz Ordaz, ya murió; su sucesor,
Echevarría, dice no saber nada. Sólo ciertos documentos de la CIA, el
FBI, la Casa Blanca y el Pentágono, parecen arrojar algo de luz sobre el
asunto:
- El Pentágono había enviado durante 1968 a México expertos en luchas antisubversivas para enseñar a los militares mexicanos.
- Hay documentos en los
que Echevarría, Secretario de Gobernación durante el Gobierno de Díaz
Ordaz, y sucesor en la Presidencia del mismo, indicó a la CIA que la
situación se controlaría en poco tiempo.
- Según la CIA, el
Gobierno mexicano había arreglado con algunos de los lideres
estudiantiles una falsa acusación por la que dirigentes políticos
contrarios al Gobierno eran los que andaban detrás de las revueltas
estudiantiles.
Se han contabilizado cuatrocientos muertos,
ateniéndose a las cartas de denuncias de desapariciones de decenas de
madres, pero nunca podrá llegarse a saber la cifra exacta de aquel
desastre. Desde entonces, cada 2 de octubre, en la plaza, estas madres
se manifiestan portando las fotos de sus hijos desaparecidos al grito
de:
“¡Vivos los tuvimos! ¡Vivos los queremos!”
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