8 de Enero
Textos y Fotos de Sebastián Hacher
para Prensa De Frente
"Alrededor de cada uno de los símbolos que aquí se
estudian, la imaginación popular crea, dibuja, proyecta un espacio utópico que
le permita vivir, que le de fuerzas para soportar las pesadas contradicciones
de la vida” (Ruben Dri en “Simbolos y Fetiches religiosos en la construcción de
la identidad popular”)
La suya nació como casi todas las leyendas: con una muerte
injusta. A Antonio Mamerto Gil lo asesinaron hace más de un siglo y medio,
después una fiesta de San Baltazar, similar a la que todavía se festeja en
Concepción. Pero su historia, la que se fue construyendo con el boca en boca, y
está signada por el nombre de una mujer: Estrella Diaz Miraflores. Ella no solo
era la heredera de la estancia donde Antonio trabajaba. También era la
prometida del comisario del pueblo, que no dudaría en usar su autoridad para
sacar del medio a otros pretendientes. Antonio lo sabía. Y sabía también que
nunca una familia de patrones aceptaría el amor entre la joven viuda y un peón
como él, por más buen mozo y culto que fuera. No valía la pena matar o morir
por un amor imposible. Huyó de Pay Ubre, hoy Mercedes, provincia de Corrientes.
Era época de conflictos armados y se alistó en la guerra de la Triple Alianza
contra Paraguay. Cuando volvió de la guerra, el Coronel Juan de la Cruz Zalazar lo
convocó nuevamente. Esta vez la lucha era Celestes contra Colorados.
Correntinos contra correntinos. En un sueño se le había aparecido Ñandeyara, el
dios guaraní, el dueño de los hombres. Le ordenó “no derramar sangre de tus
hermanos”. Esa misma noche, Antonio se convirtió en un desertor.
Montado en su caballo vagó por el monte y los esteros. Para
sobrevivir se dedicó a robar, y como nada podía llevar en su constante huída, repartía
el botín entre los campesinos que encontraba a su paso. Algunas familias
todavía recuerdan que las mujeres, antes de dormir, preparaban caballos por si
el gauchito los necesitaba por las noches. Decían que tenía una mirada capaz de
enamorar o paralizar, cosa que a veces es lo mismo. Y que con las manos con las
que robaba a los ricos, también podía curar las dolencias de los enfermos. Era
un hombre de dualidades poderosas.
Lo atraparon después de la fiesta de San Baltazar que
organizaba Sia Maria la
Brasilera. La partida policial lo sorprendió durmiendo la
siesta entre unas plantas de espinillo.
En esa época era común que los reos no llegasen a destino.
Trasladarlos de un pueblo a otro era costoso y molesto. La policía solía
ejecutarlos a la vera del camino y luego justificarse diciendo que el preso se
había querido escapar. Así quisieron hacer con Antonio Gil. Estaban a ocho
kilómetros de Mercedes. El perdón iba en camino, pero el sargento que comandaba
la partida no quiso esperar más. Lo ataron contra un árbol para fusilarlo.
Cuando iban a disparar, se dieron cuenta de que no podían. Antonio era devoto
de San La Muerte. Tenía
la figura del santo incrustada en el esternón –una práctica que todavía se
mantiene en algunas zonas- y eso lo volvía inmune a las balas. Sus captores lo
colgaron cabeza abajo.
Le cortaron la yugular con su propio cuchillo. Sus últimas
palabras fueron para su verdugo. Una de las versiones más difundidas sostiene
que el gaucho dijo: "Vos me estas por degollar, pero cuando llegues esta
noche a Mercedes, junto con la orden de mi perdón, te van a informar que tu
hijo se está muriendo de mala enfermedad. Como vas a derramar sangre inocente, invócame
para que interceda ante Dios Nuestro Señor por la vida de tu hijo, porque la
sangre del inocente suele servir para hacer milagros".
Poco tiempo después, cuando el gauchito ya estaba muerto,
llegó la noticia de indulto. El sargento, cuyo nombre se tragó la historia,
volvió a su casa y se encontró con su hijo doliente de algo que los médicos no
podían definir. Cargo sobre sus hombros una cruz de espinillo y fue hasta el
campo donde yacía el cuerpo. Después de enterrarlo, le pidió perdón y que
intercediera para curarlo. Se convirtió en el primer devoto del Gauchito Gil.
Ver libro “Gauchito Gil” sobre fotografías y textos de
Sebastián Hacher Rivera. Editado por Ed. El Colectivo.
www.fmnoventaycuatrotres@yahoo.com.,ar Ramon Angel Bohle
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